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El académico Remberto Burgos de la Espriella, preocupado por los colmos a los que llega la corrupción, protesta por que haya personas que cegadas por el afán de lucro criminal, lleguen a suministrarle carne de burro a nuestros pequeños; precisamente en el momento estelar de la mielinización y desarrollo cerebral cuando una alimentación de buena calidad y balanceada es absolutamente necesaria para tener luego adultos inteligentes y buenos ciudadanos.
Una de las características del cerebro de los corruptos y especialmente de su corteza prefrontal es la insensibilidad ante el daño que producen. La codicia metálica supera los escrúpulos y no les importa las lesiones que ocasionen su comportamiento. Carecen de empatía, están sintonizados solo con las utilidades que les reporta las fechorías.
El Programa de Alimentación Escolar PAE, una de sus víctimas, es presa institucional predilecta. Tiene 84.000 millones de pesos y su misión, mejorar la nutrición y el aporte calórico de nuestros niños en este periodo de formación, se ha desvirtuado. Que pesar, se lo ha robado la corrupción y sus pillajes: sobrecostos, despilfarro, contratos irregulares y lo último: menú escolar que incluye carne de burro. Se desfigura la concepción de hábitos saludables de un cerebro que está en germinación y con necesidad inaplazable de los aportes calóricos. La corresponsabilidad del Ministerio de Educación y los entes territoriales exige la más ágil investigación y que no sea esta otra medalla de la impunidad reinante. Esto no es un asunto frívolo, son más de 5 millones de estudiantes en riesgo.
Burros y caballos enfermos, mataderos ilegales, tráfico de carnes no aptas e incluso exportación de estas perlas son algunas de las informaciones publicadas. ¿Quién vigila la seguridad alimentaria de nuestros niños y adolescentes? Informaciones señalan que estos animales venían desde la costa caribe en pésimas condiciones y eran transportados a mataderos ilegales en Bucaramanga. ¿Y las licencias de transporte de dónde salían? Las condiciones sanitarias de los mataderos y todo el engranaje: inyección de químicos para modificar el color, la textura y rematar con el empaque al vacío. Pasan por encima de los controles sanitarios del INVIMA y Secretarias de Salud. La corrupción y la clandestinidad poniendo en el peligro la salud de nuestros muchachos y su cerebro. Todo un entramado criminal.
Si algo personifica el termino dinámico, es el desarrollo del cerebro. Los procesos más intensos de crecimiento ocurren en la infancia, la adolescencia y llega a su madurez a los 25 años. La formación de neuronas (sinaptogénesis), la capa de mielina (mielinización) y el proceso de selección de los axones fuertes y vigorosos (poda) necesita oportunos nutrientes – justo- en ese momento. Sí hay carencia, esto repercute en forma definitiva en el desarrollo cognitivo del niño. Un cerebro que crece desnutrido es un ciudadano enflaquecido en sus procesos mentales. Ahí cabe perfectamente la expresión terminante para el aporte energético en el metabolismo: ahora o nunca.
La nutrición es el pilar del desarrollo cerebral. Es lo que permite formar la gran densidad de neuronas y los cables axonales por la acelerada formación de sustancia blanca. Las áreas cerebrales se van madurando en diferentes estadios y a los 6 años de edad ya tenemos el 90% del volumen del cerebro adulto. Es el periodo de construcción cerebral y el levantamiento de uniones fuertes y vigorosas, redes que mantienen firme la arquitectura cerebral del individuo.
Dar carne de burro o de caballo, torciendo los esquemas de seguridad alimentaria y exponiendo el desarrollo cerebral de nuestros niños es un acto cruel e infame. Intoxicación, molestias gastrointestinales, mala absorción, enfermedades parasitarias y encefalitis son algunas de las complicaciones que pueden presentarse cuando se etiqueta estas carnes para el consumo humano. ¡Bellacos!
La desnutrición afecta el desarrollo del cerebro. No se forman las neuronas necesarias y se disminuye la velocidad con las ellas se comunican. Los procesos cognitivos y la capacidad de raciocinio se lentifican. En otras palabras, se produce atrofia cerebral. Una imagen de estos cerebros de niños desnutridos es comparable con los adultos envejecidos y gastados. Algo más, los mensajeros químicos, los neurotransmisores, responsables de todas nuestras funciones necesitan una alimentación y nutrientes balanceados. Su falta condiciona la oligoidia generacional, la disautonomía emocional y la exclusión de la sociedad del conocimiento. Esta es y será la mayor riqueza de Colombia. ¡Cerebros sanos! y la educación como viga de salvación.
Condenar este hecho que fueron víctimas nuestros niños, que por cierto no es un delito menor, debe ser una proclama colectiva como sociedad. Alimentar es elegir que comer, cómo prepararlo y ese movimiento automático de colocarlo en boca. La pandemia social le ha arrebatado uno de los tres golpes a la mayoría de los colombianos. La masticación de mediodía se olvidó.
Que decir de la pandemia moral…Somos lo que comemos
Fuente. Kienyke.