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Por Álvaro Bustos González*
Por si quedaba alguna duda sobre la importancia de la ciencia para la humanidad, la obtención de vacunas en un lapso inimaginable contra el Sars-Cov-2 debe servir como el sepulturero de las mitologías y supersticiones que se niegan a aceptar la validez y preponderancia del pensamiento crítico, lógico y objetivo. Lo ancestral aquí es el cúmulo de informaciones y conocimientos que, a partir de la utilización del método científico, el hombre ha venido acumulando durante las últimas centurias. Todas las campanas y oraciones, todas las loas y reconocimientos, deben estar dirigidos a exaltar el fecundo quehacer de la comunidad científica internacional, cuyo ejemplo de solidaridad y cooperación ha sido formidable para hallar, en tan corto tiempo, un producto biológico refinadísimo para el control de la pandemia.
No ha ocurrido así con la política ni con las ciencias sociales, que se han aferrado, de un tiempo acá, a los dogmas de la posmodernidad y sus metarrelatos, como si el mundo de las ideas hubiera nacido con ellos o pudiera reinventarse cada cierto tiempo, cada vez que algún avilanto le da rienda suelta a su imaginación.
Aceptemos, a falta de algo mejor, que, en cierta medida, la razón sirve para justificar los sentimientos. Pero no más. Porque hoy el victimismo, propio o encarnado, en las relaciones humanas y en lo concerniente a la naturaleza, constituye toda una filosofía de vida. Con la idea de preservar el equilibrio ecológico intervenimos más de la cuenta, manipulamos la libertad e imponemos la ideología del progresismo, que no permite la evolución natural de la cultura, sino que se asume moralmente superior y todo lo subordina a sus sueños justicieros.
Al castellano, que desde sus orígenes es un idioma masculino inclusivo, lo han convertido en una lengua hermafrodita. El discurso contemporáneo parece olvidar que no todos los “relatos” obedecen a los caprichos de la imaginación; que la biología, la genética y la condición humana existen con todas sus mutaciones psicológicas, fisiológicas y culturales, y por eso las tradiciones y los clásicos de la literatura, por ejemplo, tienen vida propia.
Ya se les atribuye conciencia a los animales, y las mascotas portan tarjeta de identidad y carné de su EPS, pero no sabemos si ellos tienen noción de su finitud, en cuyo caso pronto seremos testigos de la edificación de iglesias y la proliferación de oficios religiosos para los animales no humanos. ¿Qué dioses les adjudicarán?
En alguna comunidad española se ha propuesto el delito de lascivia, que deja en la mujer la cualificación del sentido de la mirada de un hombre, y el # Me too sirvió para obtener algunos denarios de los cineastas y músicos que, en virtud de sus posiciones, acogieron en su seno a las jovencitas que, 30 años atrás, los necesitaron para escalar en el ámbito profesional o laboral. Curiosa dignidad esa que se expresa decenios después en medio de una oleada victimista.
Más que un año horrible por culpa del coronavirus, subestimado por algunos gobernantes irresponsables y por mucha gente que, a pesar de todo, sigue presa de un pensamiento mágico e irracional, el mayor problema para la sociedad, que no tiene cura con vacunas ni quimioterapia, es el que se deriva del impacto que en las mentes débiles producen los llamados youtubers e influencers, quienes arrastran a sus seguidores hacia un mundito de risibles banalidades que nada tienen que ver con la reflexión que Sócrates exigía para que cada existencia pudiera ser dignamente considerada.
*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.