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El precursor esperando la muerte. Óleo sobre tela de Pedro José Figueroa, 1838.
Por Luis María Murillo Sarmiento.
Academia Nacional de Medicina y Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina
La asociación más obvia entre Antonio Nariño y Álvarez y la medicina nace de sus dolencias y particularmente de la tuberculosis, pero la más atrayente surge de los conocimientos médicos que tuvo el Precursor, que lo llevaron a la atención de pacientes y a la experimentación.
Conocimientos médicos de Nariño
Exaltado como precursor de nuestra independencia, Antonio Nariño trasciende la condición de prócer para adquirir la de hombre erudito, y la de uno de los más cultos de la época en la que le tocó vivir. Fue Nariño escritor, periodista, científico, humanista, político, militar, contador, políglota, comerciante, actor dramático. Y su saber se extendió por muchos otros campos, como la electricidad, con la que llevó a cabo algunos experimentos inspirados en las lecturas de Benjamín Franklin.
José Celestino Mutis no fue solo el médico que atendió a Antonio Nariño desde su nacimiento, también fue su maestro. Con él aprendió el griego y el latín, y juntos estudiaron el inglés. Nariño al lado de Mutis se interesó de niño y adolescente en la medicina y la botánica, se ilustró en esas materias y se hizo experto en tales disciplinas. Ambos estudiaron, además, las quinas de Cundinamarca y sus posibilidades de exportación a Europa.
Antes de que surgiera el riguroso plan de estudios de Medicina de José Celestino Mutis en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, tiempos en los que la medicina en Santafé era ejercida por médicos empíricos y deficientemente formados, era de dominio público que Nariño, dada su cercanía a Mutis, conocía del uso de hierbas y emplastos, por lo que atendía y recetaba pacientes: ejercía la medicina.
Sus conocimientos en botánica y medicina se advierten en alusiones suyas durante su defensa ante la Real Audiencia, en su correspondencia oficial y personal y en diversos sucesos de su vida, incluidos sus días postreros, en los que se infiere su saber en medicina. Consigna de aquellos días el médico historiador Andrés Soriano Lleras (Historia clínica de Antonio Nariño y otros ensayos): “Llegó el profesor de Tunja doctor Gutiérrez, que procuró establecer un método curativo consultando la voluntad del paciente, que, como tenía conocimientos médicos quería imponerse de los remedios que se le aplicasen”. Y del día anterior a su muerte señala el doctor Gutiérrez que se le dio “un poco de opio cuya dosis el mismo Nariño graduó”.
Sus conocimientos en medicina se reafirman con los libros encontrados en su biblioteca, bien reseñados gracias al embargo que se llevó a cabo por las autoridades en agosto de 1794. Fueron 39 libros, 6 sobre viruela, 5 sobre enfermedades de las mujeres, 4 sobre cirugía, 2 sobre enfermedades del ejército, 2 sobre ejercicio, 1 sobre disertación medicinal, 1 sobre hospitales, 1 de salud del hombre, 1 sobre farmacopea, 1 diccionario médico y 14 sobre materia médica, medicina práctica, medicina y elementos de medicina. Además, otros 54 volúmenes que Sebastián López Ruiz le había prestado al Precursor.
Y en lo relacionado con la investigación, Nariño experimentó con el virus de la viruela. Así dio a conocer al virrey Mendinueta en carta del 30 de julio de 1802 sus experiencias. Escribió: “… y después de 47 días de trabajo, en que me ha han salido infructuosas varias experiencias, tengo hoy la satisfacción de presentar a V.E. un joven muchacho en quien ha prendido un grano de todas las apariencias de verdadera vacuna, habiéndose seguido todos los periodos y síntomas que prescriben las dos únicas recetas que han llegado a esta capital, estando hoy precisamente en el día nono de la vacunación”.
Señaló el médico historiador Antonio Martínez Zulaica: “de Nariño se puede decir sin temor a equivocarse que sabía tanto de Medicina como la mayoría de los médicos autorizados para ejercer o los empíricos de su tiempo residentes en la Nueva Granada”. Así llegó a considerarlo pionero en la medicina en la época virreinal y en primeras fases de la república.
La Salud del Precursor y sus quebrantos
El 9 de abril de 1765 el sabio Mutis atendió su nacimiento. Llegaba Antonio, al parecer, al mundo en condiciones poco saludables. Se menciona un pecho mal conformado y propenso a las enfermedades y un niño crónicamente aquejado por la tos y los esputos. El tratamiento ordenado por José Celestino Mutis, que incluyó la zarzaparrilla y el ejercicio al aire libre consiguió a tal punto restablecerlo, que sus crisis desde los 10 años casi desaparecieron.
Su condición enfermiza lo alejó de los claustros que disfrutaron sus hermanos, lo recluyó en su hogar y lo llevó a una educación autodidacta, iniciada en la biblioteca de su abuelo, que produjo uno de los hombres más ilustrados del virreinato.
Su paso y larga estadía en diferentes cárceles de la Nueva Granada y de España fueron determinantes en su mala salud y la adquisición, o al menos el curso aciago de su enfermedad. Nariño padeció y murió de tuberculosis. Numerosos documentos y análisis así lo establecen. Tal vez la adquirió desde la adolescencia.
A las tantas adversidades conocidas que debió enfrentar Nariño a lo largo de su existencia, se sumaron las menos conocidas de su precaria salud. Las próximas líneas relacionan unas y otras.
A los 29 años, en 1794, cuando enfrentaba un juicio por la traducción de los Derechos del Hombre, la diligencia tuvo, por enfermedad, que interrumpirse. Fue valorado en prisión por del doctor Honorato Vila, quien describió en el examen pulso decaído, “abatimiento de ánimo“ y “temores convulsivos” producidos por su enfermedad, la que consideró de difícil curación por ser propia del espíritu que resiste los más eficaces remedios.
Enviado prisionero a Europa, Nariño debió hacer frente a pésimas condiciones sanitarias. Logró fugarse en Cádiz, llegó a Burdeos y de nuevo enfermó. No es clara la causa, aunque debió estar relacionada con las condiciones soportadas. Era el año de 1796.
En 1797, tras regresar clandestinamente a Santafé, fue hecho prisionero. Comenzó, entonces, a identificarse como tuberculosis el origen de sus dolencias. Varios años pasó en encierro, sin sol y en ayuno, según las propias palabras del prócer. Así alcanzó el nuevo siglo. Escribió Guillermo Hernández de Alba. “En penumbroso rincón acecha la tuberculosis, que ha puesto ya intensa brillantez en sus ojos […] tos seca y copioso sudor no lo abandona. […] La salud consumida por la tisis, que encontró en él presa envidiable, amortiguó en sus labios la sonrisa. Los blondos cabellos han perdido su brillo, en la blanca y sonrosada faz se extinguieron los colores, la nariz afilada le pone un toque de cadáver viviente, las pecas se han descolorido y el semblante todo no es ya sino ojos. Frecuentes accesos de tos asfixiándolo: al pecho le falta aire. El oído agudizado, al más leve ruido se incorpora la víctima en paroxismos de locura. La tragedia es su sueño, la fiebre no le abandona y el corazón debilitado por continuos sobresaltos, le golpea fuertemente contra el pecho enflaquecido”.
Tras 6 años en prisión Nariño pidió al virrey Mendinueta que lo excarcelara. En abril de 1803 lo examinó Sebastián López Ruiz. El paciente presentaba esputos sanguinolentos y una condición grave. El doctor Miguel de Isla también dio su concepto. Ambos consideraron que sus funciones “se hallan arruinadas con la vida sedentaria e inacción a que le reducen necesariamente en su prisión”. Recomendaron ejercicio continuado, aire libre y le prescribieron un régimen para restablecer su salud. Por último, lo visitó José Celestino Mutis. Los ilustres médicos rindieron informe al virrey, el cual entre otros puntos señalaba: “y en el supuesto de hallarse tan manifiesto el daño en sus pulmones en resulta de la copia de sangre arrojada anteriormente en varias ocasiones, recelamos una tisis pulmonar caracterizada con todos sus síntomas… y tal vez complicada con principios de empiema hidropesía de pecho o del pericardio. […] A su pecho mal conformado y predispuesto desde su infancia a tales enfermedades, se le ha reunido la desgracia de su
dilatada prisión que le ha privado en más de cinco años de los más poderosos auxilios del ejercicio moderado, la equitación y salubridad de los aires rurales, obligado al contrario a los funestos efectos de la vida sedentaria, impureza de los aires de cuartel y a las tristes imaginaciones del dilatado encierro”. Recomendaron la necesidad absoluta de sacarlo de la prisión, conducirlo al campo y recibir los auxilios de la medicina. Dos meses tardó en ser excarcelado.
Recuperado de la cárcel y la desnutrición, pudo volver a la política. En 1809 de nuevo perdió la libertad. Regresó a prisión, primero a Santa Marta y luego a Cartagena. Escribió el precursor: “Se me privó del movimiento, del pan, de la agua y del aire para respirar… Los grillos me tenían abrumado y la hediondez era tanta, que los mismos soldados no podían menos que dejar la puerta abierta para respirar”. En Bocachica estuvo cuatro meses enfermo y sin recibir medicina alguna. Por su deplorable estado pasó a un calabozo de la Inquisición. Luego lo excarcelaron. Enfermo regresó en diciembre de 1810 a Santafé.
En marzo de 1814 conoció como prisionero la cárcel en Pasto. Fue enviado a Ecuador y Perú y por último, en 1816, a la cárcel de Cádiz, en donde permaneció varios años, con grillos y en las más precarias condiciones.
En 1821, en el Congreso de Cúcuta, enfermo tuvo que renunciar a la vicepresidencia de la Gran Colombia, permanecer algunos días en Pamplona y regresar a Santafé a reponerse.
En 1823 acusado de indignidad ante el Senado llevó a cabo su defensa, fue absuelto, y agotado por el esfuerzo cayó en cama. Viajó a Villa de Leiva a reponerse. Fue atendido por el clérigo José Antonio Marcos y por el doctor Camilo Manrique. Desde el 9 de diciembre y hasta su muerte lo asistió el doctor Juan Gualberto Gutiérrez.
El último médico en la vida de Nariño
Juan Gualberto Gutiérrez Arenales (1787-1852) fue el último médico que atendió al Precursor. En aquel diciembre de 1823, cuando el destino puso en Villa de Leyva término a la vida terrenal de Antonio Nariño, apareció este médico boyacense para brindarle la última asistencia.
Había nacido en La Uvita en 1775. Fue jurisconsulto (por complacer a su familia) y médico (por vocación) del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Fue obligado a servir al ejército pacificador de Pablo Morillo, pero logró evadirse, se unió al ejército patriota y fue el único médico en la Batalla de Boyacá. Fue el primer profesor de medicina en Tunja, de la Universidad de Boyacá y alcalde de esa ciudad.
Ante un paciente, como Nariño, versado en la ciencia de curar, consignó la siguiente afirmación: “Yo solamente proponía al Sr general los medicamentos que juzgaba convenientes y él elegía o desechaba según su parecer”.
Dejó un diario, que semejante al de Próspero Reverand, consignó los últimos días del paciente. Lo atendió por primera vez el 9 de diciembre, y consignó el 13, 5 días después, su fallecimiento.
El documento, sin mayores datos semiológicos, probablemente no los hubo, registra detalles que hacen vivir al lector la agonía que vivió el Precursor, y que llegaron a mi conocimiento a través de la valiosa publicación Historia clínica de Antonio Nariño y otros ensayos, de Andrés Soriano Lleras.
“El día 9 a las siete y media, llegué a esta Villa -Villa de Leyva- y en el momento pasé a visitar al enfermo. Después de haberle examinado arreglamos el método curativo, previniéndome formalmente no le hiciese la menor aplicación sin su conocimiento, a cuya condición me fue preciso sujetarme”. Convinieron aumentar las fuerzas, sin irritar y sin “quitar y moderar el flujo sanguíneo”, mediante “vulnerarios tonificantes, refrigerantes y cardiacos” como “huevos con zumo de berros, llantén, borraja y jumaria”, “caldo de pollo, cebada y arroz”, “fomentaciones de ron y trizca”, embrocaciones de vino, aguardiente y grama” y gelatina de patas de cordero. No estuvo de acuerdo con algunos cocimientos, caldos y sopas.
Del día 10 “disminuyó el esputo sanguinolento, pero no la postración de las fuerzas. […] Comió sin mi aprobación caldos de huevo, que también pidió frutas, duraznos y ajiaco de turmas. […] Le repitieron ratos de letargo y fatiga […] La propuse administrarle la Extrema Unción y admitió prontamente. […] Pidió que le ensillasen una mula mansa, todos se opusieron, pero como insistió, temiendo que no se alterase se lo permitimos. […] Se dirigió con un compañero al monasterio de las carmelitas; les mandó recado desde la portería despidiéndose y encargándoles le encomendaran a Dios pues ya estaba en sus últimos instantes. Siguió así para otras casas donde tenía amistad, despidiéndose con la más cordial urbanidad”. Se despidió de las caseras y al verlas afligidas las consoló.
El día 11 amaneció con mucha tos y mucha fiebre. Recibió cocimientos, gotas de vino dulce y otros remedios, así como la extremaunción. Volvió a montar a caballo. Desaparecieron tos, esputos y fiebre, no hubo hemoptisis y pasó buena noche.
El día 12 paseó en mula, fue medicado con caspiroleta, pichón asado y leche de burra. “Tuvo una fuerte apirepcia o escalofrío renovándose constantemente la tos, el flujo de sangre, el desasosiego y todos los síntomas de muerte”. Se le dio finalmente “un poco de opio cuya dosis el mismo Nariño graduó, pero todo inútilmente”.
Día 13: “En este fatal día amaneció casi exánime; sin hallársele absolutamente el pulso. […] A las diez y media tuvo paroxismos mortales […] se le prolongó la vida hasta las cinco de la tarde, en que con la mayor serenidad de ánimo, y en todo su juicio, pagó un tributo a la naturaleza. […] A las doce había entrado en agonía; algún tiempo después recobró sus facultades y así continuó hasta el momento de su muerte”.
Aunque no hubo autopsia para corroborar la causa de la defunción el consenso a través de la historia ha sido que murió víctima de la tuberculosis. Lo que no descarta que fuera víctima, también, de la epidemia de gripa de 1823, tal como lo entrevió el doctor Gutiérrez: “Por su relación y la de los asistentes me impuse que desde el 3 le había acometido la epidemia que infesta actualmente al país con síntomas bastante definidos como delirio, síncopes, vigilias, privación absoluta del gusto”.
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