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“Tengo cáncer, ¿y ahora qué?” “¿Tendrá cura?” “¿Mejorará con el tratamiento?” “¿Habrá metastatizado?” Son muchas las preguntas que rondan la cabeza de quien es diagnosticado de una enfermedad con un futuro incierto. Pero lo cierto es que, a lo largo de la vida, hay pocas certezas absolutas. Y esa falta de seguridad a la que llamamos incertidumbre podemos enfrentarla de dos maneras: con ilusión y creatividad, o dejándonos arrastrar por las emociones negativas.
La incertidumbre no mata, pero puede llegar a doler. En el caso de pacientes que se enfrentan a enfermedades con cursos desconocidos, como la fibromialgia o el cáncer, la incertidumbre mal gestionada puede hacerles experimentar más intensidad de su dolor. Incluso podría cronificarlo.
Lo malo de la intolerancia a la incertidumbre es que nos vuelve impacientes y genera un esfuerzo constante (habitualmente sin éxito) por controlar aquello que nos rodea. Durante la pandemia, hemos observado la dificultad que han tenido algunas personas para construir estrategias de afrontamiento activo ante lo desconocido. En este periodo, el estrés, la incertidumbre y la desinformación (o el exceso de información, en algunos casos) han tenido implicaciones, a veces desastrosas, en la calidad de vida de la población.
Miedo a lo desconocido en un escenario de enfermedad
La raíz de todos los miedos del ser humano es el miedo a lo desconocido. Y está directamente relacionado con nuestra capacidad de gestionar la incertidumbre. Que, a su vez, depende de nuestra forma de interpretar y responder ante circunstancias desconocidas.
Por otro lado, distintos estudios han demostrado la relación directa que existe entre una mala gestión de la incertidumbre y el miedo al dolor, al movimiento, a la recurrencia de la enfermedad o a la muerte.
En la evolución de las enfermedades crónicas con un pronóstico impredecible juega un papel relevante. Este es el caso de la fibromialgia, el cáncer de mama, el dolor persistente o las adicciones. Incluso la intolerancia a la incertidumbre del entorno (la familia) se posiciona como factor de riesgo clave en la cronicidad del dolor en niños y adolescentes.
Al final, el miedo a lo desconocido suele conducir a sentimientos de ansiedad, frustración e impotencia. Incluso, puede repercutir en cómo la persona percibe su dolor y nivel de discapacidad. Por eso, merece ser considerado un factor clave en el entorno clínico.
Factores que nos protegen frente a lo desconocido
Afortunadamente, existen herramientas que ayudan a manejar mejor el miedo a lo desconocido y a la incertidumbre. Por ejemplo, en personas mayores se ha observado que la autoeficacia es importante en la percepción del miedo a la muerte. Es decir, la creencia de ser capaz de conseguir el resultado deseado a pesar de las circunstancias nos protege frente a ese miedo.
Por otro lado, tener un estado de mayor bienestar emocional ayuda a disminuir el sentimiento de incertidumbre en personas con fibromialgia. Para ello funcionaría, entre otras cosas, tener un propósito de vida. Es decir, percibir que nuestra vida tiene un sentido, que importamos a los demás y tener claros nuestros objetivos vitales favorece una menor ansiedad en contextos de enfermedad.
Asimismo, disponer de una red de apoyo social y tener esperanza en el futuro se han descrito como factores protectores del estrés en mujeres con cáncer de mama.
Visto lo visto, evaluar la presencia del miedo a lo desconocido en consulta podría ayudarnos a entender mejor a personas con enfermedades crónicas o que se enfrentan a diagnósticos inciertos. Una herramienta muy interesante en este sentido es la escala de intolerancia a la incertidumbre. Consta solamente de doce preguntas y es de fácil uso y alta fiabilidad. Esta escala nos permite saber si tendemos a gestionar mejor o peor la incertidumbre y a valorar el impacto que esto puede tener en la salud mental del individuo.
Ayudar a manejar el miedo a lo desconocido en la práctica clínica
Responder a situaciones inciertas de manera asertiva favorece la tolerancia a lo desconocido, el bienestar emocional y el desarrollo de hábitos de vida saludables. Asimismo, fomentar que la persona con una enfermedad crónica comprenda y acepte que debe ser parte activa de su proceso de recuperación es necesario para implementar conductas de automanejo.
Como investigadores en el campo de la salud, nuestro trabajo debe fortalecer aquellas habilidades personales (como la autodeterminación y la autoeficacia) que mejoran la tolerancia a la incertidumbre. Podrían actuar como mecanismos de protección en procesos crónicos.
Además, escuchar activamente al paciente sin prejuzgar, priorizar sus necesidades y promover su autonomía son estrategias esenciales para aumentar la alianza terapéutica, la adherencia al tratamiento y la motivación intrínseca del paciente.
Todo ello debe entenderse como parte de un modelo asistencial que entiende la recuperación del individuo como un proceso continuo (más que como un objetivo final) y en el que debemos animar a las personas a que aprendan a conocerse mejor.
Alberto Marcos Heredia Rizo, Profesor Titular de Universidad en Fisioterapia. Investigador en el automanejo de la cronicidad. UMSS Research Group, Universidad de Sevilla and Javier Martínez Calderón, Profesor Ayudante Doctor en Fisioterapia, investigador postdoctoral automanejo en cronicidad. UMSS Research Group, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.