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Raúl Rivas González, Universidad de Salamanca

Existe una terrorífica amenaza global, presente y futura, acechando en cada rincón del planeta. Es incluso mucho más preocupante y dañina que la malaria o el VIH y sin embargo, pasa desapercibida a gran parte de la sociedad. Se trata de la resistencia a los antimicrobianos (RAM), que ocurre cuando los cambios en los microorganismos hacen que los medicamentos utilizados para tratar infecciones se vuelvan menos efectivos.

Un informe reciente calcula que la resistencia bacteriana a los antimicrobianos estuvo asociada con 5 millones de muertes en el año 2019, incluidas 1,27 millones de muertes atribuidas de forma directa. Estas cifras colocan a la resistencia bacteriana a los antimicrobianos como una de las principales causas de mortalidad en todo el mundo.

 

Más muertos que por accidentes de tráfico

No es un problema menor que afecte únicamente a los países más desfavorecidos, ni mucho menos. En los EE. UU. acontecen cada año más de 2,8 millones de infecciones resistentes a los antimicrobianos y, como resultado, más de 35 000 personas mueren. Y en Europa 33 000 personas fallecen anualmente como consecuencia de infecciones hospitalarias causadas por bacterias resistentes a los antibióticos. Según los últimos datos, 4 000 de estas muertes se registran en España, cuatro veces más que las provocadas por accidentes de tráfico.

Además, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ha estimado que el coste que supone la resistencia bacteriana a los antimicrobianos, relacionado con los sistemas sanitarios de los países de la Unión Europea, es de alrededor de 1 100 millones de euros anuales y provoca 3 billones de euros de pérdida del Producto Interno Bruto (PIB).

La situación podría empeorar. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), si la tendencia continúa, para el año 2030 la resistencia a los antimicrobianos podría llevar hasta a 24 millones de personas a la pobreza extrema. Y algunas previsiones auguran que, si el escenario no mejora, en el año 2050 las infecciones bacterianas serán la principal causa de mortalidad a nivel mundial y se llegará a alcanzar una cifra de muertes cercana a los 10 millones de personas cada año, superando en número a los accidentes de tráfico, el cáncer y la diabetes. Además de reducir en un 3,8 % el PIB anual mundial.

¿Por qué es tan devastador? En esencia, porque cada vez más enfermedades comunes son intratables debido a las resistencias, incluidas las infecciones del tracto respiratorio, las infecciones de transmisión sexual y las infecciones del tracto urinario.

 

El abuso de antibióticos en la producción animal es uno de los desencadenantes

Aunque el fenómeno de la resistencia a los antimicrobianos es un proceso natural observado desde que los antibióticos de primera generación empezaron a ser aplicados contra las infecciones microbianas, el uso persistente de los antibióticos, la automedicación y la exposición a infecciones en los hospitales han acelerado el desarrollo de bacterias multirresistentes.

Existen evidencias sólidas que indican que la liberación de compuestos antimicrobianos al medio ambiente, combinada con el contacto directo entre las comunidades bacterianas naturales y las bacterias resistentes, están impulsando la evolución bacteriana y la aparición de cepas más resistentes.

El uso indebido o excesivo de antibióticos en la producción animal es un hecho preocupante. Aproximadamente el 75 % de los antibióticos no son absorbidos por los animales y son excretados por el organismo a través de las heces y la orina, pudiendo contaminar y dañar directamente el medio ambiente circundante.

En África, la Unión Europea y los Estados Unidos se estima que entre el 50 y el 80 % de todos los antibióticos son aplicados a los animales, principalmente para promover su crecimiento y prevenir infecciones bacterianas. Las estimaciones prevén que los antibióticos utilizados en animales destinados al consumo humano aumenten un 11,5 % en 2030.

 

ESKAPE, el sexteto de bacterias más peligroso

El problema de la resistencia a los antimicrobianos no se extiende de manera uniforme a todas las bacterias. La Sociedad de Enfermedades Infecciosas de América (IDSA) identificó seis especies como especialmente peligrosas debido a su virulencia y a sus posibles mecanismos de resistencia a múltiples fármacos. Agrupadas bajo el acrónimo ESKAPE, se trata de Enterococcus faecium, Staphylococcus aureus, Klebsiella pneumoniae, Acinetobacter baumannii, Pseudomonas aeruginosa y Enterobacter spp..

Este grupo de bacterias patógenas parece tener cierta facilidad para “escapar” de la acción bactericida de algunos antibióticos. Además, la OMS ha clasificado las bacterias patógenas multirresistentes en tres grupos de prioridad: grupo 1 (prioridad crítica), grupo 2 (prioridad elevada) y grupo 3 (prioridad media).

 

Buscando nuevos antibióticos

La falta de tratamiento contra las bacterias multirresistentes podría retrotraernos a una época en la que millones de personas morían de neumonía o salmonelosis. Sin antibióticos eficaces para la atención y prevención de las infecciones, el éxito de tratamientos como el trasplante de órganos, la quimioterapia o la cirugía se vería comprometido.

Las bacterias no son el único problema. A finales de octubre de 2022, la OMS publicó un informe con los patógenos fúngicos prioritarios que incluía un catálogo con los 19 hongos más peligrosos para la salud pública. Los patógenos fúngicos constituyen una amenaza importante, ya que son cada vez más comunes y resistentes a los tratamientos. De hecho, actualmente solo se dispone de cuatro clases de medicamentos antimicóticos y hay muy pocos candidatos en fase de desarrollo clínico.

El “Plan de acción mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos” apunta a que la resistencia antimicrobiana se acelera por el uso indebido y excesivo de los antibióticos, así como por la falta de prevención y el control deficiente de las infecciones. Y establece cinco objetivos estratégicos:

  1. Mejorar el conocimiento y la comprensión de la resistencia a los antimicrobianos.
  2. Fortalecer la vigilancia y la investigación.
  3. Reducir la incidencia de infecciones.
  4. Optimizar el uso de medicamentos antimicrobianos.
  5. Asegurar una inversión sostenible en la lucha contra la resistencia a los antimicrobianos.

Es evidente que el descubrimiento de nuevos antibióticos y moléculas eficaces es crucial para combatir la resistencia bacteriana. Por desgracia, la elaboración de un nuevo antibiótico puede tardar entre 10 y 15 años, y costar más de 1 000 millones de euros.

Aún así, hay esperanzas. Recientemente, un equipo de la Universidad de Ginebra ha descubierto que la edoxudina, una molécula antiherpes identificada en los años 60, debilita la superficie protectora de la bacteria Klebsiella facilitando su eliminación por parte de las células inmunitarias.

Del mismo modo, científicos de la Universidad de Bath han desarrollado y probado con éxito la actividad contra Staphylococcus aureus multirresistente de tres nuevas poliaminas lineales basadas en espermina y norspermina.

También, el grupo dirigido por Andrew G. Myers de la Universidad de Harvard ha desarrollado una plataforma para fabricar, a partir de las lincosamidas, una amplia gama de nuevos antibióticos análogos totalmente sintéticos. Tras probar más de 500 análogos encontraron un compuesto prometedor, la iboxamicina, eficiente frente a cepas que son resistentes a otros antibióticos conocidos.

 

Solucionarlo está en nuestras manos

Algunas acciones generales pueden ayudar a reducir la necesidad de antimicrobianos y minimizar la aparición de resistencias.

Entre las más obvias están fortalecer la prevención y el control de infecciones en los establecimientos de salud, las granjas y las instalaciones de la industria alimentaria, garantizar el acceso a los servicios de agua limpia, saneamiento e higiene, aplicar las mejores prácticas en la producción alimentaria y agrícola, disminuir la contaminación y garantizar una gestión adecuada de los residuos y el saneamiento.

A título individual podemos utilizar antibióticos solo cuando hayan sido recetados por un profesional sanitario certificado, no exigir antibióticos si su médico le informa de que no los necesita, seguir los consejos de los profesionales sanitarios cuando use antibióticos y no compartir nunca ni usar los antibióticos sobrantes de tratamientos anteriores.

También podemos (y debemos) prevenir las infecciones lavándonos las manos con regularidad, preparar los alimentos de manera higiénica y mantener el calendario vacunal actualizado.The Conversation


Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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