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Después de abordar el tema de la partería en sus dos columnas anteriores, ahora el Académico Fernando Sánchez Torres se refiere en su habitual columna para el diario El Tiempo a la eutanasia.
Por Fernando Sánchez Torres.
Mis dos últimas columnas estuvieron dedicadas al tema “ayudando a nacer”. La de hoy se ocupa de un asunto antagónico: “ayudar a morir”, asunto que he tratado aquí, pero del cual siempre hay algo nuevo que añadir.
La eutanasia, es decir, la muerte provocada con el fin de acortar la agonía de alguien que padece una enfermedad intratable, acompañada de intenso sufrimiento, ha recibido autorización legal en buen número de países del mundo, por constituir una necesidad sentida. Entre nosotros lo demuestra el incremento de solicitudes desde cuando fue autorizada por la Corte Constitucional en 1997. Sin embargo, de ello hace 26 años y aún no ha podido ser reglamentada adecuadamente. Muchas han sido las iniciativas presentadas al Congreso para regular su práctica, sin que se haya llegado a un acuerdo. Una de esas iniciativas –la última de origen parlamentario– fue presentada por los senadores Humberto de la Calle y Juan Carlos Losada, dándole carácter de ley estatutaria, otorgándole a la eutanasia o muerte digna la condición de “derecho fundamental”. El Senado aprobó en primera vuelta casi la totalidad del articulado, quedando por discutir el relacionado con la objeción de conciencia. Por su parte, el Ministerio de Salud ha dado a conocer un proyecto de resolución que está en vía de socialización. Lo cierto es que en tanto no se cuente con una regulación acertada, ese derecho se verá entorpecido en la práctica.
A pesar de caracterizarme por ser un defensor y divulgador de la ética médica, he sido también un defensor de la muerte digna, que incluye la eutanasia autorizada por la ley, por considerarla un acto bienhechor. Para algunos podrá ser esta una incongruencia: defender la vida por un lado y auspiciar la muerte por otro. Aparentemente lo es. Tanto la eutanasia activa como el suicidio fueron repudiados durante varios siglos, sobre todo por los adeptos de las religiones que han establecido como dogma que la vida pertenece a Dios (vitalismo teologal) y que solo Él puede disponer de ella cuando a bien lo tenga (tanatolismo teologal). Tal supuesto ha generado uno de los conflictos que enfrenta la ética actual: por sustentarse esta en el principio moral de autonomía, al aceptarse la tesis de la dependencia teologal, ese principio pierde su vigencia, como que la autodeterminación de la persona queda sujeta a coacciones externas, es decir, a coacciones inducidas desde el campo religioso.
En la actualidad, cada día va abriéndose paso con mayor fuerza la aceptación de la eutanasia al relacionarla con la autonomía individual. El número de países que la autorizan va creciendo, como también va creciendo el número de médicos que comulgan con ella. No es de extrañar que algunos la practiquen y otros confiesen que no encontrarían inconveniente en demandar de su médico, o de cualquier otro colega, que le pusiera fin piadoso a su agonía. Me encuentro entre estos. Por supuesto que no faltan quienes, haciendo uso de su autonomía, están en desacuerdo en virtud de la llamada “objeción de conciencia”, de validez ética y legal. Precisamente, es ese uno de los puntos espinosos de las propuestas de reglamentación.
Para actuar éticamente, el médico debe ceñirse a la “moral objetiva”, que son las normas dictadas por la sociedad, sin olvidar que su comportamiento de verdad correcto depende, en grado sumo, del ingrediente que suministra la conciencia, es decir, la “moral subjetiva”. Siendo así, ¿tendría licitud ética que en circunstancias muy particulares el médico obrara a contrapelo de la moral objetiva, guiado exclusivamente por lo que le dicte su conciencia? En ética la conciencia es el juez supremo. Este imperativo debe ser tenido muy en cuenta por los hacedores de leyes.
Precisamente, el talante ético del médico se pone a prueba frente a la solicitud del paciente desahuciado, que acude a él para implorarle ayuda efectiva, es decir, que abra la puerta por donde pase la muerte contenida. Lo que su conciencia le aconseje será para él lo indicado, lo correcto. Obligarlo a que sea agente activo es avasallar su autonomía. Igual ocurre con el aborto.
Columna El Tiempo
El Académico Dr. Fernando Sánchez Torres es doctor en medicina y cirugía, con especialización en ginecobstetricia.
Ha sido rector de la Universidad Nacional de Colombia, Presidente de la Academia Nacional de Medicina y presidente del Tribunal Nacional de Ética Médica.