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Por Roberto Estefan-Chehab

Que tristeza la peculiaridad de la naturaleza humana. Cizaña, maldad, deseo de destruir, muchas veces con la hostia entre los labios y las manos entrelazadas de oración . No deja uno de asombrarse ante el riesgo de ser atacado por la espalda por alguien que de manera soterrada y mezquina lanza dardos emponzoñados, con brebaje fabricado por el placer que produce el solo hecho de mezquindad: fabricantes de sombrías y lúgubres historias dueñas de oscuridad y ahogo intentando, quizás ganar con eso, el aprecio de alguien susceptible, todo ser tiene su experiencia traumática, o confundido (en los niños que apenas se despiertan o en las historias de millones de dolores)

Y más, pero mucho más triste aún, cómo en medio de esa carnicería pueda haber personas que compran la sevicia del cuento mal echado, de la historia descontextualizada, de la versión descorazonada e impregnada de mala fe y así tergiversada hasta permitir que en el imaginario de algún grupo se vaya convirtiendo en una “verdad” (que mal planteada siempre será mentira) que se defiende a ultranza. Nunca falta en la historia del momento de agobio o confusión, la aparición de alguna artillería irresponsable que intenta mover las columnas de un bastión que merece el respeto, la defensa.

La humanidad está llena de traiciones, unas que duelen menos porque vienen de afuera y otras que devastan al porvenir de adentro, de quien se supone conoce la esencia y debería defender, hasta el último argumento, la valía de quien desde otrora ha entregado con ahínco y lealtad hasta la vida si fuese necesario, con tal de defender lo amado. Soledad e indignación causan en el justo, la sevicia y lo duro de lo injusto. Es distinta la angustia de la culpa que la tristeza de la injusticia, pero ambas igual matan.

Nadie es perfecto, ningún humano puede sustraerse del yerro y sin embargo lo protegen sus valores, la nobleza y la credibilidad de quienes a su lado, han acompañado mil batallas, mil derrotas, mil triunfos y momentos resilientes. No se trata de destruir lo que es valioso y menos si con eso se encuentran argumentos que apacigüen momentos onerosos. Las crisis se llevan bien si en la tormenta no se entrometen tripulantes pusilánimemente ajenos, a los que poco o nada les importa la verdadera trascendencia y consecuencias de lo herido a traición. Lo encomiable, meritorio, prominente descansa en el soporte de quienes, ante la crisis de una nave, ponen su servicio a rescatarla, a soportarla en medio de la afugia, mientras las aguas se calman y el viento se suaviza.

Quizás con lecciones aprendidas y un alma fortalecida y renovada la nave continúe su periplo. La patria no aguanta más teatro, plagado de libretos intestinos, versiones que nunca se supieron e intromisiones que vienen por doquier constituyéndose en tierra de nadie, en la que el mal es lo único que logra germinar y regarse como la más mala de las yerbas. Mañas de abogados y testigos, de jueces sin toga y togados, de deseos de venganza y crueldad asesina, de irrespetuosos pisoteos a los colores patrios: la escuela maquiavélica que enseña a difamar, cazar historietas que llenen de motivos, a polarizar y desinformar y sembrar dudas. Ya me decía sabiamente mi padre: “la boca se debe abrir sólo para hacer el bien y, de todas maneras, jamás para horadar la paz de un semejante”. Eso llevado en macro a la historia de la patria, debe ser la norma en el ser de un ciudadano. Uno no puede convertirse en el verdugo de quien ama, no puede escarbar alcantarillas en la íntima profundidad de cualquier vida: lo que se ama se defiende y se respeta y se hace respetar y se enaltece, y si por algún momento de infortunio aparecen las garras enemigas, se debe rodear y proteger y jamás, pero jamás atentar, uniéndose al demonio, dañando lo que nos es precioso. En las buenas todo es fácil, la fuerza se mide en las tormentas.

restefan@gmail.com

FUENTE: EL QUINDIANO

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Miembro Correspondiente Academia Nacional de Medicina de Colombia Capitulo Quindío. Profesor Psicopatología y Clínica Psiquiátrica Universidad del Quindío

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