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Por: Remberto Burgos de la Espriella.

El Código Penal Colombiano define hurto como aquel que se apodera de algo ajeno con el propósito de obtener provecho para sí o para otro. En la pandemia este delito tiene connotaciones diferentes e impacto trascendente en la salud, mental y espiritual, del país. Lo entiendo de dos formas; la primera, lo que denomino el robo cognitivo. Es el recurso inmediato que ladrones miserables despojan y afectan la formación estructural del cerebro de los niños.

Robo cognitivo es cuando la alimentación escolar no llega a su destino. Se cambia los nutrientes por la ambición desmedida de los contratistas quienes en complicidad con los responsables institucionales pierden los escrúpulos. No les importa, dan carne de burro y otros sustitutos.  A un lado el costo que para el país esto significa ¡Un cerebro que crece desnutrido no se recupera jamás! Sobrecostos, raciones insuficientes y en pésimo estado son algunas de las tipificaciones de este delito. Hay que modificar la forma de contratación para borrar la obscena intermediación.

Pero lo que más preocupa es la segunda modalidad de hurto: el desfalco cognitivo ocasionado por la pandemia. Dentro de 20 años, ¿cómo será la Generación Covid-19? Niños con instrucción virtual, sin emoción en el proceso de aprendizaje y lo que es más importante sin el estímulo que dan las relaciones sociales en el desarrollo cognitivo de los infantes. Será un cerebro de adulto con escasa red de comunicación sináptica y pobreza en cables de conexión. Como especie somos seres sociales y este, es el banderazo del desarrollo cognitivo. La Generación Covid-19, sin aprendizaje social y empatía, ¿cómo resolverá los conflictos? Inquieta que estamos formando analfabetas sociales con pobres conexiones neuronales y distinta arquitectura cerebral.

La semana pasada en una reunión con padres de familia les insistían en la importancia de la presencialidad y el retorno pronto a las aulas. Les explicaba como este encierro obligatorio estaba afectando el neurodesarrollo de sus hijos. Al finalizar pregunté: ¿Quién enviaría a sus hijos a la escuela? Respuesta unánime: ¡nadie! No hay confianza en los protocolos sanitarios escolares, existe desinformación y quieren los padres garantía que no les sucederá nada a sus muchachos.

Profundicemos este tema subrayando que nos duele enormemente los niños que han muerto por Covid-19. Estas pequeñas victimas tuvieron una morbilidad asociada determinante. La tasa de letalidad infantil por Covid-19 en el país es de 0.071% y en cifras es muy inferior a otras enfermedades comunes (tasa de letalidad: cociente entre el número de fallecidos y el número de afectados por esa misma enfermedad en un periodo de tiempo). Comparemos otros datos: uno de cada 10 niños en Colombia sufre de desnutrición crónica, hay 11 casos de mortalidad por enfermedad diarreica en menores de 5 años y 27 casos de mortalidad por enfermedad respiratoria aguda. La letalidad es una medida de la gravedad de una enfermedad determinada desde el punto de vista poblacional. Hay evidencia médica, seria y abundante, que la reapertura de los colegios no se asocia con incremento en aumento en el número de casos (Canadá, Israel). Más aun, el curso benigno de Covid-19 en los niños está plenamente demostrado. Igualmente, la carga viral leve que manejan los que los hacen más tolerantes a la enfermedad y con pocas posibilidades de ser vectores de alto potencial contaminante.

Si los padres supieran que la vida de los niños depende donde se nace y crece, despejaríamos muchas incertidumbres. La Covid-19 tiene preferencia cuando coloniza en los países más pobres y en barrios marginales. La vulnerabilidad se ve en los niños con patología previas, prematuros, menores de un año discapacitados y con enfermedades crónicas. La libertad de nuestros niños la pandemia la ha condicionado y cerca del 60% viven en países con confinamiento parcial o total. (UNICEF). Y la otra libertad, la que encarcela el neurodesarrollo: reclutamiento de menores por parte de la guerrilla y cifras que hacen llorar como ésta: 1.100 niños han sufrido lesiones por minas antipersonas. (ICBF, citado por Restrepo C.N)

Para colmo de males, las informaciones ligeras e irresponsables de ciertos funcionarios contribuyen a enrarecer el ambiente para el pronto retorno a la escuela. Son el terrorismo mediático que a algunos alcaldes les encanta como cortina de humo que pretende ocultar su mal gobierno. Autoridades nacionales como el Instituto Nacional de Salud o el Laboratorio de Salud Pública, encargados de la vigilancia epidemiológica y del estudio de los genomas, son los voceros oficiales para alertar a la comunidad. Hoy, por ejemplo, se sospecha sobre nueva cepa de linaje británico y la recomendación es mayor adherencia a los protocolos sanitarios. Pobres regiones con estos burgomaestres: confirman su perfil transeúnte pues piensan más en la inmediata elección que en la próxima generación.

Hay que volver a la presencialidad en las aulas. No podemos construir país si no tenemos ciudadanos de bien y para esto el neurodesarrollo de nuestros infantes es fundamental. La enfermedad por Covid-19 en los niños es leve, la letalidad muy baja y el poder de contagios que tienen es prácticamente inexistente. Hay que seguir los protocolos sanitarios establecidos y esta es la póliza de garantía social que las escuelas pueden ofrecer

Si las ventajas y bondades que da la presencia de los niños en las aulas son superiores a los riesgos propios de la época: ¿Por qué no hacerlo? El cerebro de Colombia lo recompensará. ¡Hay que construir futuro! No podemos permitir que la COVID nos lo robe.

FUENTE: KIENYKE

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El doctor Remberto Burgos de la Espriella ha sido Presidente de la Asociación Colombiana de Neurocirugía, Presidente Honorario de la Federación Latinoamericana de Neurocirugía y Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina de Colombia.

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