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Aquellos que pasan por la vida de puntillas, sin dejar huella, bien pudiera decirse que no existieron. Los grandes hombres y mujeres que han sido se recuerdan por sus obras, por sus ejecutorias. Cuando estas benefician a la humanidad, ese recuerdo es más perdurable, más digno de gratitud.

Me suscita la anterior reflexión la desaparición física de un gran médico y de un gran ciudadano: José Félix Patiño Restrepo, a quien la muerte recogió hace poco. Tras su vida queda un inmenso legado que las generaciones futuras habrán de usufructuar y reconocer. De él puede afirmarse que afortunadamente existió, habiendo vivido largo tiempo. El escritor ecuatoriano Juan Montalvo decía con razón que quien fuera útil a los demás debería vivir cien años y más.

Nacido en San Cristóbal (Venezuela) en 1927, inició sus estudios médicos en Bogotá, en la Universidad Nacional, para terminarlos en Yale (EE. UU.) en 1952. Con su tesis de grado, ‘Trasplante de tejidos endocrinos de embriones’, comienza su legado, que le valió el premio Borden de investigación. Se especializó en cirugía, actividad a la que aportó técnicas originales. De regreso al país comenzó a hacer alumnos en el hospital La Samaritana, en el San Juan de Dios, en la Fundación Santa Fe. De sus enseñanzas se beneficiaron sus estudiantes y de su habilidad quirúrgica, sus pacientes. Siendo ministro de Salud introdujo los medicamentos genéricos, de gran significado para el bolsillo de los enfermos. En la Universidad de los Andes fundó su Facultad de Medicina con el rigorismo propio de su formación científica y de su visión humanística. En el campo médico introdujo la nutrición como un elemento importantísimo en la recuperación de los pacientes quirúrgicos. En el proceso de reforma de la salud, liderado desde la Academia de Medicina, fue uno de los más destacados protagonistas para que se aprobara la ley estatutaria de la salud. Sus planteamientos en los escenarios académicos tenían tal fuerza de convicción que solía decirse al final de estos: “Patiño lo dijo, y punto”, parodiando aquel precepto de la Iglesia católica, ‘Roma locuta, causa finita’.

En razón de sus ejecutorias, considero que el profesor Patiño Restrepo fue el personaje más destacado de los últimos sesenta años en el mundo médico nacional. Campeó en los terrenos de la investigación, de la cirugía, de la docencia, de la salud pública, del humanismo.

De todas las instituciones que lo tuvieron como su director, no hay duda de que fue la Universidad Nacional la más favorecida. Sí, su gestión rectoral fue admirable, teniendo en cuenta que cuando se posesionó en el cargo no había estado inmerso por tiempo largo en el transcurrir de esa institución, es decir, desconocía sus defectos y virtudes. No obstante, en dos años –tiempo que duró su rectoría– modernizó sus estructuras académicas, físicas y administrativas a través de la conocida como la ‘reforma Patiño’, que le dio un vuelco completo a la universidad, que mantenía el modelo de funcionamiento de las universidades europeas. Supongo que por haber estado vinculado diez años a la de Yale, una de las mejores de EE.UU., no le fue difícil trasplantar el modelo.

Sin ser hijo de útero de ella, Patiño amó entrañablemente a la Universidad Nacional. Siempre estuvo dispuesto a servirla. Le legó su valiosísima biblioteca. Pese a su precario estado físico, explicable por su condición nonagenaria, le siguió prestando lúcidamente sus servicios como miembro del Consejo Superior, en representación de los exrectores.

Dado que los genes –llamados también los ‘titiriteros del destino’– en buena parte son culpables de lo que somos, los antecedentes genéticos de José Félix permitían pronosticar su futuro. Su padre, Luis Patiño Camargo, fue un científico y un verdadero misionero de la salud. Graduado en 1922 en la Universidad Nacional con la tesis ‘El tifo exantemático en Bogotá’, demostró que esa enfermedad era producida por una rickettsia. Se especializó luego en enfermedades tropicales, cátedra que regentó durante muchos años en su alma mater. Me precio de haber sido alumno suyo. Ejerció durante algunos meses en Venezuela, donde nació nuestro personaje.

Fernando Sánchez Torres

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