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Por Álvaro Bustos González*

Robert M. Axelrod nació en Estados Unidos en 1.943. Experto en Ciencia Política, con su trabajo (La evolución de la cooperación), publicado en 1.984, hizo un buen aporte a la comprensión de la economía política y la psicología humana a través de la teoría de juegos. Esta obra indaga principalmente sobre la forma en que, en una comunidad dada, se origina y se mantiene la colaboración a pesar de la existencia de la avaricia. Para tal efecto, toma como puntos de referencia las teorías de Thomas Hobbes y de Karl Marx.

En su influyente obra, el profesor Axelrod aborda el tema de la cooperación (entendida como un gran problema de la humanidad) a partir de los intereses individuales en conflicto. Sin atender la tesis de Adam Smith en el sentido de que el motor del progreso en las sociedades abiertas es el egoísmo, Axelrod prefiere poner el énfasis en la contribución espontánea y solidaria entre individuos sin la necesidad de que haya una autoridad superior que así lo determine. Esa cooperación, en principio, puede ser dificultosa, puesto que una de las partes puede aspirar a obtener mayores beneficios; pero ella se consolidará en la medida en que ambos componentes de la ecuación comprendan que si trabajan unidos los resultados serán benéficos para todos, siempre y cuando que nadie regrese a las reticencias iniciales, si fue que las hubo.

Durante su estudio de la teoría de juegos, Axelrod probó varias estrategias para demostrar su hipótesis. Partiendo del “dilema del prisionero”, en el que unos dependen de otros, reiteradamente notó que es la reciprocidad directa (el toma y daca: yo te doy si tú me das) la que procura mejores resultados si se mantiene entre las partes un mínimo de amabilidad. Ahora bien, si alguien pretende salirse del redil y aprovecharse de las circunstancias, Axelrod recomienda que no se tomen represalias definitivas y que, a quien pecó transitoriamente, se le perdone y, de manera comprensiva, se le acoja nuevamente, dándole un ejemplo de verdadero ánimo cooperante.

Detrás de este esquema, en apariencia divertido, podemos hallar algunas analogías con los procesos evolutivos biológicos, ambientales y psicológicos, debido a que él implica la prescindencia de sentimientos negativos, como la tacañería y la envidia. Así como los genes mutan y determinan nuevos procesos adaptativos, en los procesos sociales, al igual que ocurre con la ciencia, el ensayo y el error son inevitables. Partiendo de esta premisa, es indudable que las interacciones humanas a través de la cooperación son más duraderas y provechosas para las partes involucradas que si aquellas se basaran en la pura codicia. Esto es posible, por lo demás, porque el ser humano no es un mero agente amoral que sólo busca su propio beneficio; en su naturaleza también coexisten sentimientos innatos de generosidad y altruismo.

En el capítulo tercero (Cronología de la cooperación), Axelrod profundiza y detalla en el análisis ecológico que realizó durante su experimento. Para ello consideró lo que pasaría con un grupo de cooperadores mezclados con un conjunto de jugadores no cooperantes. Su conclusión es bastante sencilla: inclusive en comunidades donde impera el egoísmo, las estrategias solidarias a la larga terminan imponiéndose y desplazando a las molondras e inoperantes. Esto, desde luego, sólo será factible si la comunidad cooperante, aunque sea pequeña, persevera y demuestra su eficacia frente a los grupos caracterizadamente insolidarios. Todo esto recuerda a la denostada planeación democrática y al socorrido acuerdo sobre lo fundamental, del que tanto se habla por estos días.

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* El Dr. Álvaro Bustos González es Decano, de la Facultad de Ciencias de la Salud, de la Universidad del Sinú, UNISINU -EBZ-.

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