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Académico Dr. Orlando Mejía Rivera, Miembro de Número de la Academia de Medicina de Caldas para la revista “Agenda Cultural Alma Máter” de la Universidad de Antioquia.

 

Dante Alighieri (1265-1321), un hombre tan enigmático que amaestraba gatos, guardó un profundo silencio acerca de sus estudios y actividades intelectuales entre los años de 1285 y 1290. Estos son los años ocultos a sus biógrafos e, incluso, a la mayoría de los dantólogos obsesivos que han exprimido durante siglos los símbolos de sus versos, pero que no se han atrevido a penetrar en las oscuras cavernas de sus años juveniles y en su doble vida secreta de exiliado en Rávena.

Los eruditos han denominado a esta época “los años oscuros”. Un dantista reconocido, John S. Carroll, comentó en 1904: “La educación de Dante está envuelta en un misterio casi absoluto. El cómo adquirió su vasto conocimiento nos es, prácticamente, desconocido”. Esta situación, después de más de un siglo, ha cambiado poco. Ahora bien, los defensores de la condición de autodidacta del Alighieri han argumentado que la vastedad de saberes que se vislumbran en su gran poema son, en realidad, alusiones enciclopédicas y, por tanto, superficiales, de autores no literarios, sitios geográficos, técnicas de ingeniería, herbolarios, manuscritos alejandrinos, enfermedades humanas y animales, mitos orientales, batallas antiguas, episodios históricos, que cualquier hombre culto de su tiempo era capaz de enumerar a la manera de las listas nemotécnicas inventadas por el poeta griego Simónides de Ceos.

Claro está que desde sus primeros lectores críticos: Jacopo Alighieri, Graziolo Bambaglioli, Jacopo della Lana, Guido da Pisa, Guglielmo Maramauro, Giovanni Boccaccio, Benvenuto da Imola, Francesco da Buti, todos ellos ciudadanos que vivieron en el siglo XIV, y en los primeros archivos anotados: Chiose Ambrosiane y Chiose Cagliaritane, se le reconoció su erudición teológica, su dominio de la filosofía natural, la filosofía moral y la lógica aristotélica y su pasmoso conocimiento de las técnicas y las corrientes poéticas, la gramática latina, la astrología, la historia de la literatura, la filología italiana y del modelo cosmológico de Ptolomeo.

Sin embargo, Alfonso Reyes, en su ensayo Dante y la ciencia de su época (1965), ha planteado una situación contradictoria. Por un lado, acepta que Dante se “cuidó de las ideas, del rigor científico”. No obstante, en el concepto del polígrafo mexicano, el mismo poeta: “hubiera sido el primero en admirarse de que algunos comentaristas hayan tomado su obra como una suma del saber medieval y hayan pretendido calcular científicamente las dimensiones del cono del infierno o, con Galileo, la estatura de Satanás”. Estoy de acuerdo con Reyes en que la Divina comedia ha perdurado como poema de símbolos y no como enciclopedia de ciencias. Pero, luego de analizar sus múltiples saberes médicos, que atraviesan su Obra completa, me atrevo a postular la siguiente hipótesis: Dante Alighieri sí tuvo una formación teórica y práctica de la medicina que lo llevó, por lo menos, a tener una experiencia clínica durante algún periodo de su vida, que explicaría sus profundos conocimientos médicos y sus descripciones semiológicas impecables, que han quedado plasmadas en la Divina comedia y en el resto de sus obras.

Si eso fuera así, ¿dónde estudió?, ¿con quién? y, quizá lo más importante, ¿cuál fue el motivo para que él mismo tratara de ocultarlo o, por lo menos, que nunca lo revelara de manera explícita? Algunos biógrafos, como su contemporáneo Filippo Villani, y Ángel Crespo, el gran traductor de la Divina comedia al español, aceptan que pudo haber estudiado en la Universidad de Bolonia en 1287. Sin embargo, se ha creído que entonces recibió clases de teología, pero para la época sólo existían en Bolonia la Facultad de Artes, la Facultad de Derecho y la Facultad de Medicina. En esta última se destacaba el médico Tadeo Alderotti, quien desde 1260 había asumido la decanatura de medicina y fue uno de los primeros clínicos de la Edad Media en reconocer la importancia de los síntomas descritos por los enfermos, lo cual quedó plasmado en un nuevo tipo de historia clínica denominada Consilium; allí, además, se comienza a reconocer el valor de la semiología diagnóstica y, por ende, lo fundamental de examinar a los pacientes como en los tiempos de Hipócrates.

Pero, también Alderotti tuvo que ver, al lado de su colega Guillermo de Saliceto, con las primeras disecciones anatómicas hechas en la cristiandad occidental. Las cuales, con toda probabilidad, se comenzaron a realizar de manera privada en Bolonia después del año 1265, cuando gracias a una ley que aceptaba la autopsia en casos de muerte dudosa, se abrió el camino legal para que los profesores y estudiantes de medicina boloñeses comenzaran a conocer el misterioso micro universo de los órganos internos humanos.

Ahora bien, ¿por qué suponer que el joven poeta Dante fue, en esos años, discípulo de Tadeo Alderotti? Existen varios indicios. Por un lado, el maduro autor de la Divina comedia sólo nombra a un médico de su época y ese es Tadeo, cuando en el Canto XII del Paraíso, versos 82 a 85, dice: “Como otros, por el mundo no se afana/ Yendo en pos del Ostiense y de Tadeo, / Mas pronto de doctor la fama gana, / Siendo el maná de amor su gran deseo”. Aunque acá el que habla es San Buenaventura y se está refiriendo a la vida de Santo Domingo de Guzmán, quien desde niño supo que debía servir a Dios y renunciar a la fama de, por ejemplo, dos profesiones lucrativas como el derecho y la medicina, también hay un reconocimiento a Alderotti como un paradigma de médico exitoso y estimado por la sociedad italiana. De hecho, se nota que Dante conocía bien esa circunstancia biográfica de Tadeo, quien nació en una familia muy pobre y al morir, en 1295, dejó grandes riquezas, aunque nunca fue cuestionado en su idoneidad clínica y ética.

Además, ya había hecho otra alusión a él en el Convivio (I, X, 10), cuando critica su traducción del latín al italiano de la Ética nicomáquea de Aristóteles, mostrando así que también sabía de la faceta filosófica de Alderotti, quien era un reputado conocedor de la filosofía natural del estagirita y de sus escritos de anatomía y fisiología. Hasta el punto de que él, en contra del consenso médico de su tiempo, que defendía el origen cerebral de los nervios, aceptó en uno de sus Consilium que: “En verdad, los nervios simples se originan del corazón, como Aristóteles dijo”. La presencia de dos alusiones a un médico, de segundo orden, por parte de un Dante envejecido y amargado que recuerda a los peores y a los mejores hombres de su tiempo, parece pertenecer a sus recuerdos personales y, tal vez, fue su manera de hacer un homenaje implícito a su oculto maestro médico de la juventud.

No obstante, si estudió medicina en Bolonia tuvo que leer los textos teóricos asignados a los estudiantes. Esto último también se puede corroborar hasta cierto punto. En el año de 1295, Dante decide ingresar a la política de su ciudad natal, Florencia. Por una ley promulgada en la ciudad en 1282, los aspirantes a participar en el gobierno debían pertenecer a uno de los siete gremios de las “Grandes Artes”: 1. Jueces y notarios, 2. Mercaderes, 3. Acuñadores de moneda, 4. Comerciantes en lanas, 5. Mercaderes de seda, 6. Médicos y apotecarios, y 7. Peleteros.  Dante ingresó como miembro de médicos y apotecarios. Lo lógico, de acuerdo con su formación humanística y jurídica obtenida con su maestro de adolescencia Bruneto Latini, era que se presentara al gremio de jueces y notarios, pero no lo hizo. La mayoría de sus biógrafos le han restado importancia a este hecho, pues era, al parecer, un requisito nominal, y los cupos se obtenían de manera fraudulenta. Sin embargo, desde el año 1292, como revela Napier en su Historia florentina, se exigió una evaluación escrita y especializada para cada aspirante, de acuerdo con el gremio elegido.

En el caso de los médicos y apotecarios, se hacía un examen teórico de los tratados clínicos conocidos de Hipócrates, Galeno, Dioscórides; de algunos capítulos del Canon de Avicena; de fragmentos de las traducciones de Averroes y de algunos textos provenientes de los profesores de la Escuela de Salerno. Es decir, Dante logró pasar la evaluación especializada de su gremio, porque, en realidad, debió estudiar estos tratados en la facultad de medicina, pues un intelectual de ese tiempo conocía bien Los aforismos hipocráticos y los resúmenes filosóficos de Galeno, pero los otros textos se salían del contexto de las lecturas humanísticas. Se podría especular que Dante, debido a su genialidad y erudición, también pudo saber de esas temáticas. Pero ello no es plausible, porque ellas pertenecían a saberes restringidos y especializados. Es como si un gran humanista y erudito contemporáneo, como lo fue por ejemplo el recién fallecido Umberto Eco, contestara con acierto un examen de medicina interna y supiera las dosis y las indicaciones clínicas de la Digital en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca congestiva.

Es cierto que, después del año 1295, se dedicó a la política y no le debió interesar continuar con sus estudios médicos, pero ellos le bastaron para aprobar una evaluación compleja. Los que refieren que debió pasar sin cumplir las normas, tienen en contra un argumento contundente, de sentido común y de costumbres electoreras: si lo que pretendía Dante (que hacía parte de los güelfos blancos) era burlar una ley para poder entrar al gobierno, es obvio que los miembros del gremio de los médicos y apotecarios que eran sus opositores políticos; es decir, los del bando gibelino, lo hubiesen denunciado para atravesársele en sus aspiraciones. Si no lo hicieron, era que Dante sí cumplía con los requisitos; es decir, podía probar que tuvo una formación médica que lo autorizaba a entrar con legitimidad al gremio escogido.

Sin embargo, ¿por qué, entonces, Dante nunca reconoció que estudió medicina y que fue un auténtico miembro del gremio de los médicos y apotecarios? Las razones que he encontrado se explican por las circunstancias políticas que se le presentaron al polemizar con el papa Bonifacio VIII.


Dr. Orlando Mejía RiveraEl Dr. Orlando Mejía Rivera es médico y escritor y se desempeña como profesor titular de Medicina interna y Humanidades médicas en la Facultad de Medicina de  la  Universidad  de  Caldas.  Este texto hace  parte  de  su  libro  Dante  Alighieri  y  la medicina (Editorial Universidad de Caldas, 2018 y Punto de Vista Editores, 2019).

Mejía Rivera, O. (2021). ¿Estudió medicina Dante Alighieri?. Agenda Cultural Alma Máter, (290). Recuperado a partir de

https://revistas.udea.edu.co/index.php/almamater/article/view/347407/

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