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Por Álvaro Bustos González.*
Una cosa es que Terencio, el poeta romano de la antigüedad, hubiera dicho que, como hombre, nada de lo humano le era extraño, y muy otra es que hoy en día, en aras de un litúrgico respeto por las diferencias, muchas de ellas sin sentido, miremos con benevolencia todas las paparruchas que se hacen en nombre de la posmodernidad, del libre desarrollo de la personalidad o de la rebeldía identitaria.
Nadie se inmuta porque Stelarc, un artista “poshumano”, se haya implantado una oreja en un brazo. Tampoco produjo repulsa que los Lichy, un matrimonio de sordomudos británicos, hayan recurrido a la ingeniería genética para compartirles a sus hijos la sordera, puesto que ellos no se consideran inválidos sino una minoría cultural. El hecho de que el psicólogo norteamericano Gregg M. Furth haya pretendido amputarse una pierna como demostración de su autonomía, no sorprendió a ningún miembro de las hordas biempensantes que nunca hacen juicios morales frente a gestos libertarios. Menos conmovieron las declaraciones de una joven de 18 años que decidió casarse con su padre, exhibiendo en forma desafiante su argumento: “¿Por qué me juzgan por ser feliz? Somos dos adultos. Con 18 años sabes lo que quieres”. Por supuesto que no podía faltar el idiotismo en este batiburrillo de osadías. Resulta que en una fiesta que se dio en 2016 en la Universidad de Queen, en Ontario, los “progres” criticaron a quienes llegaron disfrazados de pieles rojas, monjes budistas, zulúes, mexicanos o árabes dizque porque se estaban apropiando de los símbolos culturales de unas minorías oprimidas, dándole validez así al llamado neocolonialismo simbólico y a los estereotipos racistas.
No sé finalmente qué dijeron en España, tierra de criticones y exaltados, cuando en una de sus provincias autónomas hicieron una convocatoria a profesores de secundaria reservando un 7% de las plazas para personas con un grado de discapacidad igual o superior al 33%, especificando que de todos modos el 2% de los puestos de trabajo deberían ser cubiertos por personas que acreditasen alguna deficiencia mental. Nada de eso, sin embargo, le hace cosquillas a las razones que invocan algunos miembros de ciertas sectas para oponerse a la vacuna contra Sars-Cov 2, aduciendo que ya no solo se trata de que nos van a inocular un chip para modular nuestra conducta y pensamientos, sino que lo que se nos inyecta a la larga no es más ni menos que un anticristo.
¿Alguien duda de que la humanidad está pasando por un mal momento?
*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.