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Hechos insólitos para la historia es una columna del académico Fernando Sánchez Torres publicada en el diario EL TIEMPO de Bogotá, donde relata algunos casos en los que la industria farmacéutica unida reclamó derechos legales de patente pero en los que el ánimo de lucro predominó sobre la gran necesidad humana de tratar un grave mal que también afectaba países pobres: el SIDA. Reconoce sin embargo que gracias a la industria farmacéutica se han `podido curar o controlar enfermedades antes incurables.
La malhadada pandemia de covid-19 ha traído consigo cosas insólitas. Una de ellas ha sido la increíble diligencia con que los científicos se dieron a la tarea de combatir semejante flagelo. No fue una decena, sino cientos de equipos de investigadores que, en carrera contra reloj, lo hicieron. En seis meses se habían publicado 40.000 artículos científicos sobre el tema. Antes de lo esperado se anunció al mundo que ya se tenía la vacuna salvadora, respaldada por casas farmacéuticas privadas muy reconocidas en su campo. También con presteza insólita, los gobiernos pudientes económicamente –y algunos escasamente pudientes, como el nuestro– desembolsaron miles de millones de dólares para ser los primeros en la fila de compradores. El Banco Interamericano de Desarrollo calcula que el precio promedio de la vacuna oscilará entre 2,8 y 60 dólares por dosis. Como puede deducirse, el dinero que entrará a las arcas de las farmacéuticas será de insólita cuantía.

Gracias a la industria farmacéutica la humanidad ha podido aliviar muchas de sus dolencias causadas por enfermedades. Ha sido una meritoria labor, sí, pero no de manera generosa, altruista, sino acompañada de espíritu mercantilista. La producción de medicamentos ha sido una actividad en la que ha predominado el afán de lucro. El recientemente fallecido novelista británico David Cornwell (léase John le Carré) era persona non grata para la industria farmacéutica. Y lo era por haberse atrevido a denunciar en las páginas de su novela El jardinero fiel, aparecida en el 2001, las actuaciones sucias de algunas de las más poderosas firmas fabricantes de medicamentos en procura de alimentar sus intereses. Durante muchos años, los habitantes del continente africano fueron utilizados como conejillos en la experimentación de nuevos fármacos.

En la novela se menciona que “África es el cubo de basura al que van a parar los fármacos de Occidente”, queriendo decir que allí se vendían medicamentos expirados o inefectivos, que habían quedado fuera del mercado en otros continentes. Uno de los personajes manifiesta que la industria farmacéutica tiene buenos profesionales y ha logrado milagros humanos y sociales, “pero no ha desarrollado aún una conciencia colectiva. Las empresas farmacéuticas le han dado la espalda a Dios”.

En 1997, cuando la epidemia de sida diezmaba la población sudafricana, las más poderosas compañías multinacionales demandaron al Gobierno ante la Corte Suprema de Pretoria, invocando la defensa legal de sus patentes frente a la importación de medicamentos genéricos efectivos más baratos. El gobierno de Bill Clinton, como respaldo a las compañías, algunas de ellas norteamericanas, incluyó a Sudáfrica en la “lista negra” de naciones declaradas piratas de patentes. Tal episodio puso de presente la falta de conciencia colectiva de las farmacéuticas y la solidaridad de los más fuertes contra los más débiles.

La científica belga Els Torreele, perteneciente al grupo Médicos Sin Fronteras, ha manifestado que para contrarrestar la pandemia de covid-19 todos los países han hecho grandes inversiones de los fondos públicos, pero son las empresas privadas las que tienen el control al ser suya la propiedad intelectual de sus aportes científicos. No obstante desconocerse la real eficacia de las vacunas por no haber trascurrido el tiempo suficiente para juzgar su verdadera bondad, la angustia de los compradores ha llevado a dar un voto de confianza ciega a los fabricantes, lo cual es de verdad insólito. El ‘consentimiento informado’ que se firma antes de la vacuna significa que no habrá lugar a demanda alguna en caso de que llegara a producirse un hipotético fiasco.

Dado que no todos los países están en condiciones de pagar los multimillonarios costos de la vacuna, las naciones pobres serán las últimas en usufructuar sus eventuales bondades. Tranquiliza la noticia de que la Organización Mundial de la Salud se hace responsable del suministro oportuno de la vacuna a esos países. Sépase que la controvertida industria farmacéutica a través de la alianza Gavi –asociación de los sectores público y privado que buscan incrementar el acceso a las vacunas– es uno de los aportantes, siendo este otro de los hechos insólitos de la pandemia y que la historia recogerá.

Fernando Sánchez Torres

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