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Por Francisco López-Muñoz. *
Introducción
Que Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) es el más relevante neurocientífico de toda la historia no es ningún descubrimiento. Su doctrina neuronal, considerada como la cadena final de la decimonónica teoría celular, constituye el gran pilar, la «piedra angular», que ha soportado el nacimiento y el desarrollo, durante todo el siglo xx, de todas las disciplinas neurocientíficas (1-3), como ya reconoció, incipientemente, el Comité del Real Instituto Karolinska de Estocolmo cuando se le concedió, en 1906, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina «en atención a sus meritorios trabajos sobre la estructura del sistema nervioso».
Precisamente, la obra científica de Cajal ha sido estudiada, desde diferentes prismas, por una gran cantidad de autores, algunos de ellos, incluso, coetáneos y discípulos del científico (1,4-8). Del mismo modo, se han analizado ampliamente otros aspectos de su vida (9-12) y de su actividad cultural, filosófica e, incluso, política (13-16). En este trabajo nos ocuparemos de un periodo de juventud del histólogo de enorme trascendencia para la consolidación de su pensamiento y de su forma de entender la España que le tocó vivir: su experiencia militar.
La adolescencia de Cajal se caracterizó, además de por constantes conflictos con sus profesores y falta de rendimiento académico –e incluso de abandono escolar, con los consiguientes enfrentamientos con su severo padre–, por una afición desmedida por las artes plásticas, una personalidad tendente a las actividades de riesgo, plena de correrías, y un carácter eminentemente aventurero, todo ello fomentado por las lecturas de novelas románticas y libros de viajes sobre países lejanos y exóticos, como los de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre (1737-1814). De todo ello da manifiestas pruebas en su autobiografía, publicada inicialmente en 1901 con el título Recuerdos de mi vida (17)¹ . Con estas expectativas, no resulta extraño que el futuro nobel planificara su vida hacia el mundo militar². Y, al final, serviría en dos guerras.
Ingreso en el Cuerpo de Sanidad Militar
En 1873, Cajal se licenció en Medicina en la Universidad Literaria de Zaragoza y fue enrolado como recluta en la llamada «quinta de Castelar», quien movilizó a todos los mozos útiles de España ante una situación de emergencia en tres frentes bélicos: el recrudecimiento de la guerra de las Antillas; la declaración, el 2 de mayo de 1872, de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876); y la sublevación cantonal. Su experiencia como soldado fue apenas de unos meses³ , pues rápidamente se presentó a unas oposiciones a Sanidad Militar convocadas por el Gobierno de la recién proclamada Primera República.
Con permiso de su comandante, Cajal concurrió a la oferta de plazas de segundos ayudantes médicos de Sanidad Militar⁴. El 17 de agosto de 1873 tuvo lugar en el Hospital Militar, sito en la calle de la Princesa de Madrid, el preceptivo examen, al que se presentaron 100 aspirantes para una oferta de 32 plazas. A pesar de llegar con bastante retraso, logró, con menos tiempo del dispuesto, poder realizar el examen, cuya parte teórica, en relación con la etiología del cólera morbo, resulto bastante insuficiente, pero realizó un brillante ejercicio práctico sobre el tema «amputación y disección de una pierna». En el cómputo global consiguió la plaza número seis, ingresando en el Cuerpo de Sanidad Militar el 31 de agosto de 1873 (18) como médico segundo, con la graduación de teniente.
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¹ Cajal recuerda en esta obra que le devoraba «la sed insaciable de libertad y de emociones novísimas. Mi ideal es América, y singularmente la América tropical, ¡esa tierra de maravillas, tan celebrada por novelistas y poetas! […] Solo allí alcanza la vida su plena expansión y florecimiento… ¡Cuánto daría yo por abandonar este desierto y sumergirme en la manigua inextricable!» (17).
² Tras finalizar la carrera de Medicina, Cajal rememora en su autobiografía que, caminando por el paseo de los Ruiseñores de Zaragoza con su compañero de promoción y amigo Severo Cenarro Cubero (1853-1898), mantuvieron una conversación en la siguiente línea: «—A mí me entusiasma extraordinariamente —decíame Cenarro— el Ejército, y sobre todo la Sanidad Militar. Solo esta carrera es capaz de satisfacer el anhelo más vivo de mi alma, que consiste en cambiar diariamente de escenario y presenciar espectáculos exóticos y pintorescos. Un destino en Puerto Rico, Cuba, África o Filipinas me haría el más dichoso de los hombres… —Coincido —contesté— en absoluto con tus opiniones. También yo estoy asqueado de la monotonía y acompasamiento de la vida vulgar» (17).
Finalmente, los dos amigos lograrían su objetivo. Severo Cenarro, cirujano e higienista, alcanzó el rango de teniente coronel médico y prestó sus servicios, además de en la Tercera Guerra Carlista, en Puerto Rico, Cuba y Marruecos. Durante quince años estuvo destinado en Tánger, siendo miembro del Consejo Sanitario de Tánger, presidente de la Comisión de Higiene de Tánger, director facultativo del Hospital Español de Tánger y director de la Escuela de Medicina de Tánger. Sus aportaciones en la lucha contra el cólera en el norte de África fueron de suma importancia.
³ «Vime obligado a dormir en el cuartel, a comer rancho y hacer el ejercicio», indica Cajal en sus memorias (17).
⁴ Dado su excelente estado de forma, por su afición desmedida a la gimnasia, pasó sin problemas, el 15 de agosto de 1873, el pertinente reconocimiento médico.
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* FRANCISCO LÓPEZ-MUÑOZ. Profesor titular de Farmacología y vicerrector de Investigación, Ciencia y Doctorado de la Universidad Camilo José Cela de Madrid * Correspondencia: flopez@ucjc.edu y francisco.lopez.munoz@gmail.com
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