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Luis Hernán Eraso Rojas * hace unas interesantes reflexiones, aplicables para el posconflicto colombiano.

No se trata de citar el título de una de las obras más grandes de la literatura contemporánea de León Tolstoi, la idea es hacer una analogía del conflicto colombiano con los procesos bélicos del siglo pasado en el mundo, por supuesto , no en intensidad, pero si sobre los principios filosóficos y políticos que generaron el conflicto, las consecuencias y los beneficios que produjeron : en la primera y la segunda guerras mundiales, la guerra civil española, la guerra de Corea en la que participó Colombia y en la del Vietnam, la arrogancia, el deseo de poder, la defensa y porque no decirlo la estupidez fueron, sin duda, los factores que indujeron a estas sangrientas aventuras. La historia las califica como errores y, de hecho, la ONU y otras organizaciones hacen lo posible para que no se repitan, aunque no han podido evitar que en algunos países en desarrollo se presenten serios problemas internos. No obstante, en estas grandes guerras las necesidades sociales y médicas estimularon la inteligencia de investigadores y científicos para desarrollar importantes programas en medicina, física y comunicaciones. Y, otro hecho trascendental para la defensa de la humanidad fue la legislación sobre el Derecho Internacional Humanitario (DIH), que son las normas resultantes de los convenios de Ginebra de 1949 y protocolos anexos para evitar o disminuir el sufrimiento humano en tiempos de conflictos armados. En su ensayo “ Derecho Internacional y conflicto interno: Colombia y el derecho de los conflictos armados” el investigador Alejandro Valencia, opina: El Derecho Internacional humanitario procura el respecto de los derechos humanos mínimos[…] La aplicación de dicha tradición normativa […] no significa la sustitución de la paz o la legalización de la guerra ,ni mucho menos expresa prolongarla en el tiempo u otorgarle un status de beligerancia legítima a los grupos alzados en armas .

El derecho humanitario pretende civilizar el conflicto…”. En América está vigente el conflicto más sui géneris, por su origen, evolución y duración, más de medio siglo: el colombiano. El país está viviendo una situación coyuntural sobre este fenómeno y vale la pena hacer algunas reflexiones sobre el particular. Es un episodio más, en la larga historia de conflictos que ha tenido el país desde que se constituyó la República y que han influido en el temperamento impetuoso y a veces violento de gran parte de sus habitantes en muchas generaciones. Los hechos y la evolución del conflicto demostraron a los insurgentes que su motivación era una utopía porque se basaba en razonamientos inviables que influenciados , más tarde, por ideologías foráneas, causaron una permanente confusión que se tradujo en una cadena de equivocaciones por parte de subversivos y Estado. Un conflicto inequitativo porque involucra directamente a los estratos sociales más pobres de las ciudades y del campo, la mayoría de reclutas para el ejército y la guerrilla se nutren de esos grupos. En su larga e inexplicable duración este conflicto no ha aportado nada a nadie: la pobreza continua prevaleciendo en los escenarios de guerra y sus habitantes huyen para proteger su integridad, abandonan sus tierras y terminan engrosando la vergonzosa miseria de los barrios marginados de las grandes capitales; los cementerios y los campos están llenos de cruces en memoria de soldados y guerrilleros muertos pero que hoy nadie los recuerda, vale la pena también mencionar a los miles de NN que vivieron y murieron como incognitos.

En su estudio “Trastornos de Estrés postraumático, ansiedad y depresión en adolecentes expuestos al conflicto armado en Colombia 2005-2008”, Rodrigo Sarmiento Suárez señala los efectos nocivos de esta guerra, afirma que estas patologías y otras van ligadas a una “cultura de la violencia” causante de : “Las tasas de mortalidad y discapacidad causadas por la violencia intencional son de las más altas en el mundo”. “La violencia es la causa principal de mortalidad temprana y discapacidad en Colombia”. “La degradación del conflicto (reclutamiento de menores, tortura, violencia sexual, amenaza a la misión médica, heridas por minas antipersonales) ha hecho que gran parte de la población civil esté expuesta al fuego cruzado”. Analiza también el fenómeno del desplazamiento forzado y lo considera como la tercera peor crisis humanitaria en el mundo con más de siete millones de desplazados. El trabajo concluye que los afectados tienen un alto riesgo de padecer enfermedades mentales, con mayor incidencia en el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Este estudio publicado en la revista Medicina de la Academia Nacional de Medicina, sin duda, debería tenerse en cuenta como un referente para el post-conflicto. Otro tema que particularmente la medicina colombiana, no puede desconocer, es el relacionado con la violencia a personal de la salud que trabajó y trabaja en zonas rojas. Analicemos algunos datos del médico Saúl Franco: “Hay que comenzar a proteger a quienes atienden a las víctimas para que no haya más víctimas”. A este problema no se le ha dado la importancia que requiere e involucra a médicos, odontólogos, enfermeras, auxiliares de enfermería, trabajadoras sociales y otros, estamos hablando de asesinatos, amenazas y desplazamientos.

Las consecuencias de estos delitos no solamente son las víctimas directas sino que se han extendido a muchas regiones y a su población porque los trabajadores de la salud rehúsan a ir a ejercer sus profesiones por temor. “Entre 1998 y 2007, se registraron 736 infracciones contra la vida y la integridad de este personal”, lo grave es el alto porcentaje de asesinatos. Atentado a una ambulancia. Centro Nacional de Memoria Histórica. Foto: El Tiempo. El médico Franco opina que del total de 103 homicidios al personal de la salud, lo que más llamó la atención fue la indiferencia del Estado y de la sociedad. Afortunadamente esta situación comenzó a cambiar desde hace unos meses cuando las partes en conflicto acordaron desescalar progresivamente las hostilidades. Esta guerra crónica, cruel y absurda , ha llevado por igual a todos los participantes a violar los derechos humanos y ha congelado los sentimientos humanitarios de la sociedad, a tal punto que los muertos ya no generan emociones o estados de ánimo que impacten, son simples cifras estadísticas. El conflicto ha privado a sucesivas generaciones del bienestar inherente a la paz: no conocemos un ejército dedicado al desarrollo social, lo vemos en permanente lucha y medimos y celebramos su eficacia por el número de bajas al contendor ; es insólito que desde hace varias décadas no se construye ni organiza una nueva universidad oficial; ya no es noticia la amenaza de cierre de hospitales por falta de recursos; la gran noticia en pleno siglo XXI es que a una lejana población se le proporcionen elementales servicios públicos, noticia que debió haberse dado hace sesenta años. Nuestro país está ad portas de iniciar un proceso de paz que no debe limitarse a la firma de unos acuerdos entre las partes. Es necesario hacer lo posible para que con los grupos que aún continúan en guerra se logre un convenio y mutuamente insurgentes y Estado acepten las condiciones, los derechos y los deberes que garanticen los objetivos deseados, es la única manera para que las nuevas generaciones crezcan en medio de una cultura de paz que se consolidará luego de muchos años de trabajo y esfuerzo permanentes, y en la que no quepa la exclusión. La medicina colombiana y sus trabajadores tienen una gran responsabilidad para que una vez , sin obstáculos , la atención primaria llegue a los sitios más lejanos sin cortapisas de tipo legal o miedos que regularmente limitan los servicios de salud .

Luis Hernán Eraso Rojas Mimbro de número de la Academia Nacional de Medicina hersof@yahoo.com

Bogotá, septiembre 13 de 2016

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