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Por Alfredo Jácome Roca.
Antes de los informes ochocentistas acerca de experimentos y enfermedades relacionados con los órganos encargados de las secreciones internas. Existían ya de siglos anteriores algunos datos inconexos sobre las glándulas sin conducto e incluso algunas hipótesis que intentaban encontrar explicaciones teóricas sobre un sistema en ciernes. No se pensó relacionar sin embargo anatomía, enfermedades y terapias de órganos, pues si se hubiera hecho, la biología molecular quizás se hubiera desarrollado desde mucho antes. Por siglos, a la glándulas sin conducto siempre se les buscó uno, y -a veces erróneamente- se aseguraba haberlo encontrado, lo que podría dar una explicación más simplista de su función; sabemos que –incluso al finalizar el siglo XIX, cuando ya se conocía la anatomía de algunas de estas ductless glands- las glándulas excretoras o exocrinas eran ampliamente conocidas. Valsalva confundió un vaso sanguíneo como un conducto que comunicaba suprarrenales y gonadas y Santorini informó un conducto excretor del tiroides. Mejor orientado, Thomas Willis planteó que la sangre recibía un fermento especial de las venas espermáticas.
Desde la antigüedad se relacionaba al testículo con la fecundación y con la capacidad sexual; el cuadro clínico del hipogonadismo masculino también se conocía. Por milenios se utilizó la castración deliberada, por varias razones:
- Para realizar un castigo
- Con el objetivo de preservar el celibato y la castidad
- Para obtener eunucos que –en el oriente- sirvieran de guardianes de los harenes. Según se cuenta, no todos los eunucos eran tan inofensivos
- Para conservar voces de soprano en hombres adultos.[spacer size=”1″]
Esta última razón fue muy importante para la música de la edad media. Cuando los contra-puntalistas holandeses empezaron a incluir complejas polifonías, los niños empezaron a tener problemas para interpretarlas (sus voces no eran lo suficientemente fuertes y cuando lo eran, empezaban a cambiar de voz, con los desagradables gallos).
Por otro lado existía una prohibición papal a las mujeres sopranos, quienes no podían cantar en público. El problema empezó a solucionarse en la Capilla Sixtina con la traída de españoles falsetistas (voces de falsetto), muchos de los cuales quizá eran castrados. De alguna manera sus voces eran más ágiles, con más amplitud y originaban un sonido más rico. Se dice que hubo castrados en el Coro de la Iglesia de San Pedro en Roma desde 1533, pero ya en 1589 el papa Sixto V expidió una bula que permitió oficialmente la entrada de cuatro castrati a dicho coro. En 1599 dos italianos castrados, Pietro Paolo Folignato y Girolamo Rossini, cantaron en la capilla sixtina. Originalmente se trataba de cantar durante las plegarias papales únicamente, pero para el siglo XVII ya había castrati dejando oir sus espectaculares voces en las más importantes iglesias italianas. La aparición de óperas que requerían de estas voces los volvió muy populares. En el siglo XVIII se efectuaban hasta cuatro mil castraciones anuales (ilegales) de niños de alrededor de ocho años, con la mala fortuna –aparte de las potenciales complicaciones- de que muy pocos realmente accedían a los grandes coros religiosos o a las óperas que siguieron al Orfeo de Monteverdi.
Por supuesto que se presentaron discusiones entre los teólogos, pues la Iglesia prohibía amputaciones de cualquier órgano –excepto para salvar la vida- pero en general prevaleció la política de la vista gorda ante la necesidad de estas voces tan admiradas por el público. Cuando –fuera de los Estados Pontificios- empezaron a cantar mujeres sopranos, los castrati continuaron siendo preferidos por un tiempo. Se dice que una dama encopetada experimentaba un orgasmo ante un do de pecho de Farinelli. Un pintor de la època trazò las figuras de Seresino y Berenstadt –dos famosos castrati- en un dibujo que ridiculiza sus largas extremidades durante la presentación de una ópera de Handel. Los castrati continuaron en la Capilla Sixtina incluso después de haber dejado de actuar en la óperas. Giovanni-Battista Velluti fue el ultimo de los castrati operáticos; Meyerbeer escribió Il Crociato in Egitto (1824) especialmente para él .Domenico Mustafà fue director de música papal hasta 1902. Incluso existe la grabación de un castrado –el último que dirigió el coro de la Capilla Sixtina, Alessandro Moreschi (1858-1922). Pero en el siglo XVIII los castrati eran ídolos operáticos que cobraban enormes honorarios en los teatros de Nápoles, Venecia, Roma y muchas otras ciudades europeas, Londres incluida.
Contaba Leopoldo Mozart –cuando esta familia residía en la capital británica- que el famoso castrato Giovanni Manzuoli cobraba £1500 por venir a inaugurar la temporada de ópera, y mil guineas por una función de beneficio. Pero el más famoso de todos los castrati fue Carlo Broschi (1705-82), conocido como Farinelli, cuya legendaria voz sobrepasaba los tres octavos, desde C3 (131 Hz) a D6 (1175 Hz),y su caja torácica era tal que podía mantener una nota por un minuto sin respirar. Los críticos extasiados (como Burney, autor de un libro sobre historia de la música,), decía que su voz era de un gran poder, dulzura, extension y agilidad. En Londres, una aristocrática señora dijo “Sólo hay un Dios y un Farinelli”. La Reina de España lo invitó a Madrid para que le cantara a su esquizofrénico marido Felipe V, y resultó tan aliviadora la musicoterapia de este eunuco que se volvió indispensable para la familia real por veinte años.
Para esa misma época, Giusto Tenducci (c 1735-90) fue amigo de Mozart cuando este vivió en Londres y Gainsborough pintó su retrato. Así tuviesen una posible deficiencia sexual, muchos fueron atractivos para las mujeres, que además respiraban tranquilas al saber que no quedarían embarazadas después de hacer el amor. Tenducci por ejemplo se casó. En años recientes se han revivido las voces de los contra- tenores cuya voz –mitad masculina, mitad femenina- ha resultado atractiva. Algo similar ocurriría entre los jóvenes fanáticos de la música pop moderna, que aplauden a los andróginos que se tornan en famosas estrellas.
(Apartes de HISTORIA DE LAS HORMONAS)
El Dr. Alfredo Jácome Roca es Internista-Endocrinólogo. Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina, Fellow del American College of Physicians y Miembro Honorario de la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo.
Editor Emérito de la Revista MEDICINA.