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En las villas romanas o casas de adinerados, el triclinium era una sala con tres lechos, en torno a una mesa de la que todos se servían. Los comensales se recostaban sobre el brazo izquierdo y comían con los pies descalzos. En cada uno de los lechos se instalaban tres personas en sus respectivos lugares de derecha a izquierda: lecho superior, medio e inferior. Las casas romanas poseían por lo menos dos triclinium, uno de verano y otro de invierno, según la dirección del sol.
La cena se abría con el lavado de las manos después de haber salido del baño en las termas. Venía a continuación la gustatio o entrada de aperitivos, que serian los entremeses. La cena propiamente dicha, summa cena, constaba de cuatro platos o servicios, y era regada con vino abundante. Se terminaba con la secundae mensae o postre, consistente en manjares condimentados secos para favorecer la bebida, que al final era muy copiosa. Aún quedaba para la clase acomodada la comissatio que siguía a la comida.
Era una especie de segundo festín en que se bebía abundantemente. Se eligía por sorteo un magister bibendi, quien fijaba la cantidad que hay que beber y la proporción de la mezcla, pues el vino se mezclaba con agua caliente, fría o helada. Se ha de advertir que los romanos bebían el vino puro merum, mezclado con agua y especias. El vino puro sin mezcla, lo reservaban para las ofrendas y cultos religiosos. Existían muchos tipos y calidades de vino.
Los comensales utilizaban los dedos para comer; por ello, antes, durante y después del banquete, los esclavos, con aguamaniles, vertían agua fresca y perfumada en sus manos. Eructar era bien visto y los invitados a un banquete estaban autorizados por edicto imperial, realizado por Claudio, a expulsar gases libremente. En algunas casas había una bacinilla en el comedor para necesidades mayores. Si se tenian ganas de vomitar se metían una pluma de pavo en la garganta, y posteriormente, se enjuagaban con vino y a seguir comiendo. Cuando terminaba el banquete, se podían llevar los restos de la cena a casa con su servilleta que habían traído; así se alababa al anfitrión. Recordemos el adagio: Comamos y bebamos que mañana moriremos.
En las tertulias de la cena se hablaba sobre la muerte, se ofrecían regalos o pequeñas sumas de dinero, y se rendía culto a los Lares…. En los postres se debatían temas filosóficos o literarios y se recitaban versos. Los invitados se perfumaban y coronaban de flores, y se cantaba.
Aporte del académico David Vásquez Awad