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150 años del descubrimiento del bacilo que causa la enfermedad

En entrevista para el periódico El Tiempo, el Académico Dr. Hugo Sotomayor, presidente de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina hace una reflexión sobre los maltratos contra las personas con esta condición.

 

En 1873, el médico noruego Gerhard Henrick Armauer Hansen descubrió que el Mycobacterium leprae era el agente causante de la lepra, una de las enfermedades que más estigmas sociales ha causado en la historia.

Hugo Sotomayor Tribín, presidente de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina –galardonado el año pasado como “académico ejemplar” por la Academia Nacional de Medicina–, no solo fue el impulsor del Museo Médico de la Lepra inaugurado en Agua de Dios en 2009, sino uno de los autores colombianos que más han investigado sobre esta enfermedad.

Con 72 años vividos y más de 16 libros escritos, Sotomayor prepara la conmemoración de los 150 años del descubrimiento de Hansen, reflexiona sobre el lado oscuro de lo que fueron las investigaciones y tratamientos para esta enfermedad, y comenta algunos aspectos sobre su reconocida obra.

 

Ha dicho que la carrera de Hansen tiene luces y sombras. ¿Cuáles son las sombras?

Las sombras alrededor del descubrimiento de Hansen giran alrededor de la equivocada conducta que tuvo al inyectarle en la conjuntiva de un ojo de una paciente, sin su consentimiento, una suspensión con los gérmenes que había notado. Esta conducta hizo que lo sacaran del hospital de Bergen. Por eso, los noruegos tienen una discusión interna: si seguir llamando la enfermedad “lepra” o “enfermedad de Hansen”. El encargado de la historia de la lepra del museo de Bergen, con el que estuve hablando en mi casa en diciembre, prefiere llamarla lepra, para evitar reclamaciones por utilizar el nombre del descubridor del germen que tuvo esa falta ética tan grave.

 

Usted ha contado historias aterradoras sobre lo que se les hacía a los pacientes…

La lepra ha sido acompañada de muchos prejuicios religiosos y sociales y de afanes médicos. Esta lucha desatada con tanto ahínco a nombre de la ciencia moderna de la bacteriología llegó a extremos, como los que ocurrieron en la isla de Penikese (estado de Massachusetts, frente a Boston), y en isla de Tierrabomba, en la bahía de Cartagena de Indias. ¡Dinamitaron y bombardearon las edificaciones de los lazaretos tras la evacuación de los enfermos! Luego los trasladaron a otros lazaretos. En el caso de Estados Unidos, en 1921, al de Carville, en Luisiana, y en el caso de Colombia, en 1950, al de Agua de Dios, en Cundinamarca.

 

Es como si la medicina hubiera perdido su esencia…

Mi visión crítica nace del conocimiento que se tiene hoy en día del retroceso que tuvo la medicina social, y que se vio reflejado en el Primer Congreso Internacional de la Lepra reunido en Berlín de 1897, que hizo que se desatara una lucha tan centrada en el germen que terminó favoreciendo medidas como el secuestro, el confinamiento y la ruptura familiar como elementos básicos para controlar la lepra. Fue el triunfo pasajero de una medicina sin fundamento antropológico. Uno de los pocos médicos colombianos que se opusieron a esas recomendaciones fue Juan de Dios Carrasquilla, que decía: “Es cruel condenar a un individuo a los mayores tormentos porque ha tenido la desgracia de enfermar; es inútil aislarlo, porque desde que el mundo es mundo, se ha estado empleando este medio y nada se ha logrado; es injusto, porque no se hace lo mismo con la tuberculosis, sífilis y demás infecciones. A los leprosos se los proscribe, se les destierra, se les condena al aislamiento y a todas las penas consiguientes, sin más razón que el horror que inspiran y la creencia exagerada de la contagiosidad del mal”.

 

 Pero eso cambió con el tiempo…

Sí. A finales de los años 50 la Organización Mundial de la Salud modificó el enfoque que había puesto de moda el Primer Congreso sobre la Lepra, lo que facilitó que en 1961 el Ministerio de Salud de Colombia transformara los lazaretos en sanatorios, abandonara la moneda de circulación exclusiva en ellos y las prácticas que violaban los derechos humanos de los enfermos de lepra y la de sus parientes.

En los años setenta se cuestionó la visión médico-biológica de la salud/enfermedad. La medicina social retoma su importancia gracias a los planteamientos del político canadiense Marc Lalonde, quien cuestionó la visión médico-biológica de la salud/enfermedad.

En 1983, Lalonde acuñó el concepto de “campo de la salud” en el que incluye la biología humana, el entorno o medio ambiente, las conductas humanas o estilos de vida y la organización de la atención de salud o servicios médicos y en el que se define como causa más importante de las enfermedades el entorno.

 

¿Es una nueva mirada de la salud pública?

Sí, este nuevo paradigma actualiza el de medicina social concebido en los primeros cincuenta años del siglo XIX. La Nueva Salud Pública concibe la salud como parte integrante de la construcción colectiva de la ciudadanía y del desarrollo de la democracia participativa. Desde esta perspectiva, la salud es la vitalidad de la población, de los grupos humanos, las familias y los individuos para desarrollar sus proyectos y gozar de la libertad.

 

¿Qué buscó usted cuando impulsó la creación del Museo Médico de la Lepra en Agua de Dios?

Quisimos mostrar las etapas o periodos de la historia de la lepra en Colombia de forma crítica y constructiva para que irrigue el pensamiento médico, histórico y antropológico. En esta y otras enfermedades debemos recuperar el valor sanador y terapéutico de la libertad, y señalar lo nociva que es la exclusión, el secuestro y el estigma. El museo es un centro de reflexión sobre el sufrimiento y la exclusión que puede generar una medicina dominada por el totalitarismo y el cientificismo, centrada en la enfermedad y no en el enfermo.

 

La lepra fue quizás la primera enfermedad que le dio a Colombia alguna relevancia mundial en el ámbito médico y científico. ¿Cuáles son esas figuras destacables y qué fue lo que hicieron?

Brilló Juan de Dios Carrasquilla, que trató de impulsar un método basado en conceptos biológicos, la seroterapia, pero velando por los derechos humanos del enfermo de lepra. En su momento, cuando la visión biologista se impuso, brilló Federico Lleras Acosta. Sin embargo, tanto las investigaciones de Carrasquilla como las de Lleras Acosta terminaron en fracasos.

 

Usted donó al Museo de la Academia Nacional de Medicina una colección de 90 esculturas. ¿Cómo obtuvo esas piezas y qué despertó su interés en ellas?

Comencé a hacerla en 1985, después de que el padre de una paciente que yo atendía, agradecido conmigo, me invitó una tarde a su casa para obsequiarme una pieza arqueológica. Cumplí la cita y con sorpresa entré en contacto con un guaquero nariñense, pariente del padre de mi pacientica, que desplegó sobre el piso de la sala unas cuantas piezas. De esas acepté como regalo un plato de la cultura Nariño. El guaquero resultó ser un abuelo con varios nietos. Me escogió como el pediatra de estos. Gracias a ese contacto me hice a un conjunto de cinco enfermedades genéticas representadas en el arte de la cultura Tumaco-La Tolita, que presentan alteraciones craneofaciales. A partir de esa primera adquisición comencé a visitar colecciones particulares para tener una idea sobre la variedad de patologías representadas en esa cultura y otras. En esa labor logré que algunos de los coleccionistas o sus guaqueros proveedores me vendieran piezas.

 

Pero usted no guardó nada para sí mismo…

Desde un principio me preocupé por hacer conocer la colección en congresos nacionales e internacionales de arqueología, antropología y paleopatología y a través de publicaciones. Esta colección me sirvió para la publicación de mi libro Arqueomedicina de Colombia Prehispánica (1992), pionero en Colombia sobre el tema de la relación, arte y paleopatología en Colombia.

Al coleccionar y donar las casi noventa piezas –con la aprobación del Instituto Colombiano de Antropología e Historia–, cumplí con mi sueño de conservar para el país y los colombianos estas piezas y lucirlas en la institución médica más antigua e importante del país, donde podrá ser visitada por cualquier colombiano o extranjero.

 

Desde una perspectiva histórica, ¿la pandemia del covid es la peor emergencia de salud pública que ha afrontado Colombia?

No, porque, aunque ha afectado a muchas personas, la vacunación ha sido buena, oportuna y suficiente, y porque se dispuso y contó con una red de servicios y cuidados médicos que en general no tuvieron los enfermos en las epidemias de gripe en 1918 y de viruela en los siglos anteriores.

ENTREVISTA CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ. EL TIEMPO

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