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Hasta principios del siglo XX, las bebidas alcohólicas formaban parte destacada del entramado social norteamericano. Incluso estuvieron encuadradas como remedios medicinales en la farmacopea de EE. UU. hasta 1916, momento en el que se comenzó a eliminar el whisky y el coñac de la lista de medicamentos. Durante las dos primeras décadas del siglo XX, las bebidas alcohólicas se convirtieron en objetivo de diferentes grupos de presión, como la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza y la Liga Anti-Saloon, que, bajo planteamientos de extremado puritanismo, las culpaban de toda una serie de problemas sociosanitarios que asolaban el país. El consumo de alcohol se asociaba, desde finales del siglo XIX, a la comisión de actos criminales. De hecho, en la quinta edición del clásico L’uomo delinquente (1897), Cesare Lombroso definía una tipología de “delincuente alcohólico”, e indicaba que el alcohol era un excitante que narcotizaba los sentimientos más nobles y transformaba el cerebro más sano. Esto no fue exclusivo de Estados Unidos, pues incluso en nuestro país se creó, en 1911, la Liga Antialcohólica Española, que equiparaba a las personas que consumían alcohol con los fumadores de opio, “comedores” de arsénico o “aficionados” a la morfina y a la cocaína.
Esta presión hizo que, en 1917, la Asociación Farmacéutica Americana retirase de su farmacopea todos los productos basados en bebidas alcohólicas, y que en enero de 1920 entrase en vigor la 18ª enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, más conocida como “Ley Seca” o Volstead Act, denominada así en honor a Andrew J. Volstead, senador republicano por Maine, que prohibió la fabricación, transporte o venta de bebidas alcohólicas en todo el país, excepto por un reducido número de médicos inscritos en un “registro especial para expender alcohol”.
Aumenta la delincuencia, empeora la salud
Esta ley supuso un importante punto de inflexión en relación al mundo del crimen organizado. De hecho, tras su aprobación, se produjeron una serie de acontecimientos que desembocaron, irónicamente, en un aumento considerable de la delincuencia y de los problemas de salud. Algunos datos pueden ilustrar este aspecto:
En 1923, tres años tras la prohibición, ya se había consolidado un auténtico “sindicato del crimen organizado”, que fue afianzándose durante los años sucesivos.
En 1928 había más de 10 000 facultativos inscritos en el registro especial para expender alcohol, que percibían el equivalente al 100 % de la cantidad no recaudada por la Administración, en concepto de impuesto sobre alcohol.
En 1932 se estimaba que unas 30 000 personas habían muerto por la ingesta de alcohol metílico y otras adulteraciones, y la cifra de consumidores con lesiones permanentes, como ceguera o parálisis, ascendía a 100 000.
La prohibición fue, efectivamente, el elemento central de la consolidación del crimen organizado en los Estados Unidos, proliferando los grupos mafiosos, que vieron en esta ley una gran oportunidad, y que el cine se ha encargado de mitificar. Este negocio pasaba por la propia fabricación ilegal de alcohol, cuya calidad era pésima. Habitualmente se trataba de metanol, sustancia más barata y de la que obtenían mayores beneficios económicos. También se creó una red de contrabando a gran escala, con buques, lanchas costeras y camiones propios, así como una red de personal, en la que incluían, bajo soborno, agentes del servicio de guardacostas y de la policía. Los pioneros en el negocio clandestino del alcohol fueron los seis hermanos Genna (“Bloody Angelo”, Antonio, Mike “The Devil”, Peter, Sam y Vincenzo “Jim”), quienes montaron su “operación” prácticamente al día siguiente de la entrada en vigor del Acta.
Este negocio consistía en una red de alambiques operados por inmigrantes italianos sin trabajo, a los que pagaban 15 dólares diarios. Los Genna destilaban cerca de 1 400 litros de alcohol al día, lo que les suponía unas ganancias de 150 000 dólares mensuales libres de impuestos. Aunque al principio de la entrada en vigor de la ley parecían cumplirse sus objetivos principales, esto es, la disminución del número de alcohólicos y de los delitos que ello implicaba, pronto se observaron sus efectos paradójicos y perniciosos, con un incremento espectacular de las tasas de criminalidad, fundamentalmente en las grandes ciudades, donde los casos de homicidio se duplicaron durante el primer año de la prohibición.
Los delitos violentos, como asesinatos, robos o asaltos, crecieron en los primeros meses un 24 %, y el número de encarcelados en prisiones federales durante el periodo de la prohibición aumentó un 366 %. De forma paralela, las distintas “familias” de gánsteres se disputaban ciudades y barrios como si fueran “mercados comerciales”, enzarzándose en una auténtica guerra civil no declarada, que causó, en cinco años, y solo en Chicago, más de 500 muertos. Entre estos criminales cabe mencionar a personajes mitificados por el cine, como Alphonsus Capone, responsable de acciones como la tristemente conocida “matanza del día de San Valentín”, perpetrada el 14 de febrero de 1929, en la que acabó con la competencia de la banda de George “Bugs” Moran, al asesinar a siete de sus integrantes y forzar que el resto de la banda rival se uniera a la suya. Hubo incluso masacres más crueles; el 26 de febrero de 1930 se inició en Nueva York la llamada Guerra de Castellammare, en la que Joe “The Boss” Masseria decidió acabar con los mafiosos sicilianos nacidos en Castellammare di Stabia, de donde era oriundo su rival, Salvatore Maranzano. Este conflicto duró un año y se cobró un centenar de bajas.
Alcohol (más) dañino
Junto a los problemas sociales y policiales, surgió también un problema sanitario, debido fundamentalmente a que el alcohol que se elaboraba en estas instalaciones clandestinas, por personal poco cualificado, era de una ínfima calidad y solía contener aditivos altamente peligrosos, que ocasionaban efectos impredecibles y potencialmente tóxicos. Además, el consumo de alcohol de baja graduación, vino y cerveza, se desvió fundamentalmente hacia este tipo de licores de mayor graduación y baja calidad. De esta forma, al contrario de lo que se pretendía con la aprobación de la ley, los casos de muertes asociadas al consumo de alcohol se incrementaron notoriamente durante los años de la prohibición, pasando, por ejemplo, de 1 064 casos en 1920 a 4 154 en 1925.
Trece años después de su aprobación, en 1933, la fuerza de los hechos motivó a los legisladores estadounidenses a aprobar la 19ª enmienda a la Constitución, que derogaba la Ley Seca. En el propio Senado de los Estados Unidos se afirmó que la Ley Seca, promulgada hace justo un siglo, “ocasionó una increíble corrupción, injusticia e hipocresía y dio lugar a la fundación del crimen organizado”. Una buena lección para quien cree que todo se resuelve por la vía de los reglamentos.
FUENTE: The Conversation.https://theconversation.com/remedios-que-agravan-la-ley-seca-norteamericana-y-sus-consecuencias-144511
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