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La siguiente oración fue pronunciada con motivo de la conmemoración del aniversario de la Fundación de la Liga Antituberculosa Colombiana  por el académico Gilberto Rueda Pérez (Ex Presidente y Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina, Representante de la Academia ante la LAC. Hay seres que parecen predestinados para suavizar con su gracia y su bondad las tristezas de este mundo. Seres que parecen alados y que, al mirar con sus ojos sensibles las terribles miserias de quienes, sin merecerlo, padecen el martirio de la enfermedad, muchas veces incurable, unida a la pobreza y sobre todo al aislamiento y al repudio de la sociedad y de los suyos; sienten su corazón oprimido y su alma sensible estremecida por la inmerecida suerte de sus semejantes en desgracia y, ante este panorama que a la mayoría deja indiferente o aún asqueado y alejado, reaccionan con toda su positiva y toda su fuerza constructiva que los impele a ayudar, a aliviar, a consolar. Hay seres que sin proponérselo, impulsados por su espíritu generoso, altruista y sensible, reparten el bien como bálsamo delicado y bendito que alivia el dolor, consuela al que sufre y lima las asperezas de la triste y miserable vida de quienes padecen, alejados y en silencio, los intensos dolores de aquellas enfermedades que los apartan, los aislan y los convierten en seres despreciables,  como la Lepra, como el Sida, como la tuberculosis, o como aquellos procesos políticos, raciales, religiosos, que los segregan, los humillan, los desplazan, violan sus más elementales derechos humanos y que han sido, a lo largo de la existencia del ser humano, ejemplos tradicionales de esta imperdonable actitud del hombre para con sus semejantes y que retratan vivamente la maldad que parece ser rasgo característico de ciertas sociedades pragmáticas, utilitaristas, duras e insensibles. Escasos son los ejemplos de seres como estos en la historia del hombre, o por lo menos, pocos son los que se conocen y que poseen misericordiosamente estas características. Entre nosotros, surge como un ángel de bondad Lorencita Villegas de Santos. Mujer culta y educada proveniente de acomodadas familias caldenses, levantada en un medio relativamente sofisticado en el ámbito social e intelectual de la época, puesto que su hermano, don Alfonso Villegas Restrepo, fue el fundador del periódico El Tiempo, órgano de difusión, el más importante en su género en Colombia y en gran parte de América Latina, que vendría a convertirse con el transcurrir de los tiempos en la potencia económica y periodística de mayor influjo sobre la opinión nacional, desde sus orígenes hasta el presente, bajo el impulso poderoso y perdurable de su director, mentor e impulsor extraordinario el doctor Eduardo Santos Montejo, el señor Presidente de La República, su esposo, el padre de Clarita, su tutor, su compañero, su amigo, su fiel admirador, su instrumento fundamental para las obras de amor y de bondad que emprendería Lorencita, y su respetuoso y ferviente cultor hasta el día en que la muerte los unió de nuevo en el infinito.

 Así se refiere a ella su dolorido esposo poco tiempo después del final de la larga, penosa y terrible enfermedad que acabó lentamente con la preciosa vida de Lorencita, en sus Apuntes para la Biografía de un Ser Excepcional: “¿Cuáles eran las cualidades esenciales de Lorencita? ¿En dónde estaba la clave íntima de su personalidad? Me atrevó a afirmar que era, ante todo y sobre todo, un alma leal, fiel, sincera, valerosa. Se entregaba en cuerpo y alma, una vez por todas, y quería servir, y sentía como propio el dolor ajeno, y tuvo un alto y purísimo sentimiento del decoro. Trató siempre de devolverle a la vida lo que la vida le había dado, y de hacer a quienes la rodeaban gratas y amables las horas. Conservó hasta el fin, a pesar de años y de males, juventud de alma y de cuerpo, y como la recompensa que ella hubiera pedido, si se lo hubieran preguntado, pudo ver en los últimos años cómo el amor que siempre la había acompañado devotamente, crecía en torno suyo y se intensificaba cada día, inmenso e inextinguible”.

“Sin duda, era el rasgo característico de Lorencita una personalidad definida, inconfundible, velada por una cortesía exquisita de que jamás se apartó; por el control permanente y firme de sí misma, por la deliciosa suavidad de sus siempre señoriles maneras.” “Todo en ella era discreto, quizá por ser siempre sincero y claro. Sus desgracias le llegaban al fondo del alma, porque sentía con intensidad excepcional, pero a la superficie no salía sino una infinita melancolía, una tristeza callada superior a todas las palabras y cuando no la entristecía la pérdida de algún ser querido, se mostraba alegre, contenta, sonriente, con una sonrisa que parecía iluminarlo todo a su alrededor.”

Creación del Hospital Santa Clara. -Dice el doctor Santos-: “Yo ví nacer el Hospital de Santa Clara, y ese es un caso que define exactamente la íntima personalidad de Lorencita. Un día, en los primeros meses de la administración Santos, llegó a almorzar a su casa, después de visitar los pabellones de los tuberculosos, hombres y mujeres, en el Hospital de San Juan de Dios, pabellones que estaban realmente en deplorable estado, y desbordaba su alma de indignación y de pesar. Con intensa emoción y con los ojos llenos de lágrimas decía a su marido: “¡Eso no puede continuar así! ¡Dios nos va a castigar a todos si no lo remediamos! ¡Yo no podré volver a dormir tranquila si esa atrocidad no termina!”. En términos patéticos refería lo que había visto y exclamaba: “Yo no he pedido nada, yo no quiero nada, pero esto sí, esto sí!”. El Presidente hondamente conmovido, le aseguró que ese mismo día se principiaría el esfuerzo por realizar pronto lo que debiera hacerse. Y no se habló en el almuerzo de otra cosa que de proyectos y planes para el hospital.”

“Pocas horas después ya había el Presidente hablado con los ministros que en ello debían intervenir y se ponía en marcha el trabajo necesario, que Lorencita seguía con amoroso entusiasmo, sin interferir jamás en lo que tan acertadamente hacían los directivos de la obra. Personalmente fue a informar a los enfermos de lo que se había conseguido y los tenía al corriente de la marcha de la obra y personalmente cooperó al traslado e instalación de los enfermos, a la organización del Hospital, por el cual desde el día en que nació de sus lágrimas hasta aquel en que gracias a la admirable actividad oficial, quedó ya en pleno funcionamiento, no dejó de preocuparse un solo día.” El 16 de julio de 1942, en presencia del Presidente de la República, los Ministros del Despacho, el Arzobispo Primado de Colombia, la Presidenta y la Junta Directiva de la Liga Antituberculosa, se inaugura el tan esperado hospital con una capacidad para 100 hombres, 100 mujeres y 50 niños. 15 días después se trasladaron los pacientes del Pabellón San Juan de los Barrios al nuevo Hospital. A pie, con sus escasas propiedades y dejando atrás el infierno que fuera su hogar durante tanto tiempo, frente a la mirada atónita de los curiosos de la calle 1a, llegaron a instalarse. Personalmente doña Lorencita cooperó al traslado e instalación de los enfermos, a la organización del Hospital, que habría de atender en el futuro y hasta el presente a los pacientes tuberculosos, sirviendo de eje central para el desarrollo de los programas de control de tuberculosis de la Nación. Es imposible, señoras y señores, valorar todo el bien que esta enorme Institución nacida de sus lágrimas, ha prestado a la comunidad colombiana.

“Una de las obras más grandes y de mayor trascendencia para el país que ha dejado Lorencita Villegas de Santos, es la Liga Antituberculosa Colombiana, que dedica todas sus actividades a combatir la tuberculosis, especialmente en la niñez. En 1938, la única entidad que se interesaba en el gran problema de la tuberculosis era la Cruz Roja Nacional que construyó en un lote de su propiedad llamado La Serpentina, un dispensario antituberculoso.”

“La Cruz Roja Nacional fundó en diciembre de 1938 la Liga Antituberculosa Colombiana, eligiendo una primera Junta de señoras y designando como primera Presidenta a la señora Lorencita Villegas de Santos, que fue constituida solemnemente en el Palacio Presidencial, ante un grupo de las más destacadas señoras exponentes de la sociedad colombiana. El objetivo fundamental era atender en sus necesidades a los familiares de los pacientes tuberculosos y especialmente a los hijos de los enfermos.”

“Con el objeto de obtener rentas para la Liga, obtuvo un Decreto del Gobierno por el cual se autorizaba el timbre antituberculoso voluntario, que desde la fundación de la LAC fue una de las principales entradas con las cuales contaba la institución para el desarrollo de sus campañas. Pero la Liga no se redujo a su trabajo en Bogotá sino que se extendió a todas las principales ciudades del país y personalmente viajó doña Lorencita a muchas de ellas, logrando fundar Comités en Barranquilla, Medellín, Cali, Santa Marta, Cartagena, Popayán, Bucaramanga, Manizales, Pereira, Cúcuta.”

“Presidió en Bogotá la Liga a nivel Nacional hasta el año de 1952 cuando, a consecuencia de su enfermedad debía alejarse del país por largas temporadas, y presentó renuncia irrevocable siendo nombrada Presidenta Honoraria hasta su muerte. Durante su larga y fructífera presidencia, consiguió que la LAC fuera creciendo año tras año, hasta alcanzar la total protección de la niñez tuberculosa, porque no solamente construyó, dotó y organizó el Pabellón Infantil del Hospital Santa Clara y terminó y equipó el de La Misericordia sino que se preocupó por proteger a los niños fundando centros de salud donde recibieron leche y drogas en forma absolutamente gratuita, centros instalados en los barrios más pobres de la ciudad; también se interesó por proteger al niño recién nacido hijo de madres tuberculosas, aislándolo en una sala especial en su primera infancia, evitándole así el contagio.”

“Con ayuda del Municipio se fundó una escuela modelo para niños delicados, donde se atendía especialmente a su alimentación. También se fundó una granja para niños convalescientes, granja que después se trasladó a la Finca San Maurice, donada por nobilísima dama a la Liga, cerca de Nemocón.”

“Preocupada porque se conocieran en el país los focos tuberculosos y descubrir la enfermedad a tiempo para ser tratada, fundó por primera vez los centros epidemiológicos para examen pulmonar, importando cinco aparatos de rayos X; dos se instalaron en Bogotá y los demás en Cúcuta, Cartagena y Popayán.”

“Auspició, en colaboración con el Ministerio de Salud, la vacunación por el BCG, de tal manera que el primer centro de vacunación que se conoció en Bogotá estaba organizado y atendido por la Liga Antituberculosa colombiana. Laboró infatigablemente Lorencita en dirigir y asegurar la construcción del edificio sede de la Institución.”

La semilla un día sembrada con tanto esfuerzo e innumerables sacrificios, continuará fecundando y perdurando cada día más fuerte, cada día más grande, y la sombra de Lorencita animará los corazones de tantas mujeres colombianas que desinteresadamente se entregan de lleno a salvaguardar la salud de nuestra infancia desvalida, consiguiendo, en un futuro no lejano la erradicación de la tuberculosis en Colombia.

Pero, no todos fueron éxitos y alegrías en su vida. Un espíritu amable, bondadoso y noble como el suyo debía ser templado en el fuego tenaz del sufrimiento, y fueron múltiples los momentos amargos, destaco las mas dolorosas: La inesperada y absurda muerte de su única hija Clarita Santos que amargó su vida pero no disminuyó su inmensa capacidad de ayudar a los demás.

Quema y cierre de El Tiempo: Cuando las fuerzas obscuras de la política mal intencionada y llevada al extremo de la maldad y la sevicia, incendiaron la vieja casa de El Tiempo, en la que había nacido Lorencita a la vida social y política, al lado de su hermano y de su esposo y al ver rotas sus esperanzas de una paz justa y general entre los colombianos, desde su refugio de París, llevada allá por la enfermedad que la invadía lenta e inexorablemente y por el forzoso exilio, sufrió intensamente al sentirse impotente para ayudar a aquellos honrados servidores del periódico y de su casa, a quienes tanto amo.

El implacable mal, incurable en esa época, que la invadió a despecho de esfuerzos innumerables, fue avanzando sin que ella dejase nunca ver que se daba cuenta, sin perder el buen humor, comulgando cada día con fervor, y cada día más tranquila y serena. Su única solicitud en las últimas dos semanas, en que su marido no salió de su cuarto de enferma, era que estuviera siempre muy cerquita y que conversaran de todo y de nada, que le leyera las cartas de Colombia, que recordaran juntos ciertas épocas interesantes. Y al fin, a las tres de la tarde de un día, sin escena, sin un instante siquiera de agonía, sola en brazos de su marido, conversando los dos apaciblemente, en plena lucidez, se quedó dormida, como una niña chiquita, sin un estremecimiento, sin un gesto, con dulzura infinita.”  E.S.M.

Y desde ese luctuoso día, 25 de marzo de 1960 descansa en paz Lorencita Villegas de Santos. Había hecho el bien. Había amado, había sufrido intensa y dolorosamente, había visto el éxito y el triunfo, había sido amada y hasta reverenciada.

Su infinita bondad se extendió por Colombia y lo sigue haciendo por medio de las instituciones que creó y que ayudó a forjar: el Hospital Santa Clara, el Infantil, los voluntariados; las instituciones del Buen Pastor, las Hermanitas de los pobres, el Instituto de la Sabiduría, para niñas ciegas y sordomudas; las obras de las hermanas vicentinas; las de las misioneras, las Hermanas de Cristo Sacerdote; a entidades como la Cruz Roja Nacional, el Hospital Clarita Santos, de Santa Rosa de Cabal; el Hospital San Vicente de Paul, de Medellín, y tantas y tantas otras imposibles de enumerar y, por sobre todas, la Liga Antituberculosa Colombiana cuya obra fue suya en el principio y lo sigue siendo a través de quienes en su nombre perpetúan su accionar y el consuelo que aún en nuestros días, acaricia y suaviza el dolor de los enfermos en toda la extensión y hasta los más lejanos confines de la patria.

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