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Por Alfredo Jácome Roca

China es el origen de homínidos y hombres muy antiguos. Ya que antes de la primera dinastía, la Hia con su fundador Yu el Grande, se habla de algunos reyes y emperadores que pertenecen al reino de la leyenda. Pues a ciencia cierta no se sabe si existieron.

Entre ellos están los tres pioneros Foehi, Shen-Nung (el emperador rojo o Hung Ti, Rey de la Tierra) y Yu Siung(el emperador amarillo o Huang Ti, Rey del Cielo). Este último, además de ser considerado padre de la escritura, corrigió el calendario, nombró historiadores y construyó casas y ciudades. En la medicina tradicional china el Rey del Cielo se encarga de conocer el origen de las enfermedades, (escribió el libro Nei Ching o Canon, la base de toda la literatura médica china). Mientras que el emperador rojo trató estos males.

El Canon describe cinco tipos de tratamientos: curar el alma, nutrir el cuerpo, administrar medicamentos, tratar el organismo globalmente y usar la acupuntura y la moxibustión. Estrategias terapéuticas que nos recuerdan la labor del médico del tercer milenio. El emperador amarillo (2698-2598 AC.) estaba casado con la excepcional mujer Si Ling, quien estableció la manufactura de seda.

Shen-Nung, padre de la medicina y de la agricultura. Este importante pionero, nuevamente según la leyenda, por su compasión con los enfermos ingirió personalmente centenares de hierbas (y venenos) con el fin de comprobar su valor medicinal encontrando también antídotos a los venenos. Merced a tener un abdomen transparente, podía seguir su recorrido durante la digestión, y lo pintan como un ser de piel verde (por comer tantas plantas).

De cabellos largos, se dice utilizaba a sus prisioneros en sus experimentos. Lo que no debería sorprendernos demasiado porque en otras culturas antiguas se hacía (método de ensayo y error). En la época actual los prisioneros participan como pacientes en estudios clínicos, siempre y cuando el investigador se ciña a las normas éticas de la Declaración de Helsinki y al consentimiento informado escrito.

Shen-Nung, quién vivió hacia el año 3000 AC, caracterizó a los chinos que frecuentemente han querido usarse a sí mismos como conejillos de indias. No es raro entonces que muriera intoxicado. Su Gran Herbario o Materia Médica China (Pen Tsao), cuya autenticidad (así como la leyenda de su autor) no ha podido ser comprobada registra información sobre 365 drogas, de las cuales 51 no eran herbales.

Se subdividen en 120 hierbas del emperador con un alto grado de calidad alimenticia, no eran tóxicas y podían comerse en grandes cantidades para mantener la salud por largo tiempo, 120 hierbas del ministro, atóxicas o ligeramente tóxicas, se tomaban por su acción terapéutica más fuerte para sanar enfermedades, y 125 hierbas de los sirvientes, que tenían acción específica para tratar las enfermedades y eliminar el estancamiento. Como estas últimas eran tóxicas, no debían consumirse por periodos prolongados de tiempo.

Esta ha sido una gran contribución a la medicina herbaria, ya que incluye drogas todavía conocidas como la podofilina (para el tratamiento de las verrugas genitales), el ruibarbo, el opio, el acónito, el ginseng, el ginkgo, el estramonio, la corteza de canela, la marihuana (Cannabisdicroinasdicroinas), diferentes clases de té y la Ephedra sínica, tan usada de manera popular en el tratamiento de la obesidad; como ha causado tantas intoxicaciones -particularmente porque a veces se identifica la planta con su nombre en chino, y así ni médicos ni pacientes la reconocen- recientemente se han retirado estos preparados del mercado americano.

De la Ephedra se aisló en el siglo pasado (siglo XX, quién lo creyera) el alcaloide efedrina, procedente de la hierba china Ma Huang. El Emperador Rojo por ejemplo, observó que la raíz pulverizada de la planta Chang Shan era buena para tratar las fiebres (probablemente maláricas), que ahora se identifica como la Dichroa febrifuga, y una de sus dicroinas es útil para controlar la malaria de los pájaros.

Sobre el Ginkgo biloba se cuenta la anécdota de nuestro héroe el emperador rojo, quien preocupado porque varios miembros de su corte se estaban volviendo seniles, se asomó a su ventana y oyó una voz que le susurraba: “El árbol que ahora observas restaura las mentes de tus amigos y parientes”.

Así fue que dio instrucciones a sus ayudantes para que prepararan un brebaje con sus hojas, sirviendo dicho té a los afectados varias veces al día, por algunas semanas, observando luego cómo estas personas recuperaron mucho de su memoria perdida.

Sobre este árbol es importante anotar que aunque existía en el periodo Triásico y en el Jurásico, incrementándose en el Cretáceo, debido a cataclismos geológicos y a la desaparición de los dinosaurios y otros reptiles gigantes,  importantes dispersores de sus semillas, hace 7 millones de años el Ginkgo desapareció de los fósiles de Norteamérica.

En 1691, el alemán Engelbert Kaempfer descubrió que dicho árbol había sobrevivido en China. Los monjes budistas lo habían conservado como sagrado y plantado en los jardines de palacios y templos.

La medicina china con el tiempo fue abstrayéndose de la influencia de la brujería y la magia, e intervino el pensamiento de grandes hombres como Lao-Tse y Confucio, fundadores de religiones como el taoísmo y el confucionismo. Así se desarrolló la teoría del Yang y Yin o de las fuerzas opuestas: flujo y reflujo, hembra y varón, vida y muerte, sol y luna, calor y frío, fuerza y debilidad, dependiendo el universo y muchas otras cosas del adecuado balance entre ellas.

Algo sencillo y lógico pero no exacto y que fuese similarmente considerado por los griegos y hasta hace menos de dos siglos como la teoría de los humores, además de la de los elementos tierra, agua, aire y fuego, considerados por los chinos, tierra, fuego, agua, madera y metal.

Hacía el siglo V, hubo intercambio de culturas entre los monjes chinos y los de la India, y también comercio entre Japón, Corea y los árabes, y se desarrolló mucho la alquimia; merced al pedido taoísta de longevidad, se hizo mucha experimentación con el sulfito de mercurio, por lo que esto llevó a una plétora de síntomas característicos de intoxicación por mercurio.

El interés en la alquimia desarrolló la ciencia farmacéutica y en 492, Tao Hongjing (456-536) sacó un libro con comentarios al clásico herbario del emperador rojo, que incluyó 730 clases de medicamentos. En el siglo VII se escribieron libros de cómo cultivar hierbas, o recogerlas en la selva y posteriormente, durante la dinastía Tang se escribieron verdaderas farmacopeas herbarias oficiales, más otras escritas por ciudadanos particulares.

En esa época existió también un famoso médico rural de nombre Sun (581-682), considerado el rey de los prescriptores, quién estudió los tres pilares de la sabiduría china, el Confucionismo, el Taoísmo y el Budismo, y con la integración de la acupuntura, la moxibustión y el uso de drogas, constituyó un sistema completo de medicina.

Consideró mejor la prevención que el tratamiento, y como cualquier semiólogo moderno tomaba las historias clínicas basándose en la observación, auscultación, interrogatorio y palpación, dejando el examen del pulso para después de haber oído el tono de voz del paciente y observado su contextura.

Consideraba que el éxito del tratamiento se basaba en que el herborista recogiera personalmente las plantas en el lugar y tiempo adecuados, y que él mismo procesara estas hierbas correctamente.

A finales del siglo XVI, el médico farmacólogo Li Shi Zhen (1518-1593), quien visitó muchos países para investigar sobre los remedios locales, estudió numerosas plantas y revisó diversos libros y publicaciones, escribió posteriormente una gran farmacopea que incluyó 1892 drogas, 376 descritas por primera vez, con 1160 dibujos y más de 11000 recetas. Dijo lo siguiente sobre el significado de la prevención: “curar enfermedades es esperar a tener sed para cavar un pozo, o fabricar armas después de que la guerra ya ha comenzado”.

En las dinastías chinas tardías, el arsenal terapéutico llegó a reunir hasta 2000 remedios y 16000 fórmulas. Se clasificaban como hierbas, árboles, insectos, piedras y granos. Entre los minerales estaban los mercuriales (como los calomelanos, usados posteriormente para el tratamiento de las enfermedades venéreas), los arsenicales y las piedras magnéticas.

El historiador Lyons destaca entre las hierbas la efedra o “cola de caballo”, que ya mencionamos, y que pasó a occidente a través de la farmacopea griega; menciona también al ginseng, popular como en aquel entonces para “recuperar la potencia sexual”. Entre los remedios con principios activos todavía consideramos a las algas marinas (por su contenido de yodo), la madera de sauce (ácido salicílico), el jugo de lúpulo (antiespasmódico, para la dismenorrea) y las flores de morera, para la tensión arterial. Entre las terapias chinas no herbales están la acupuntura y los masajes.

A principios del siglo XX, el médico Sun Yat-Sen (quien estudió en occidente), hizo mucho énfasis en la medicina occidental y desarrolló la salud pública, los acueductos y creó oficinas para combatir las epidemias. En las áreas rurales la medicina china tradicional continuó siendo practicada por los “médicos descalzos”, pero en la época de Mao trató de elevar el nivel de esta medicina, que posteriormente ha tratado de integrarse con la occidental, introduciendo en ellas las prácticas psicológicas y espirituales.

De la China y otros países orientales provienen algunas medicinas herbales que actualmente gozan de popularidad y que tienen acciones farmacológicas: la Serenoa repens (que junto con el beta-sitosterol) se usa en el tratamiento de la hipertrofia benigna de la próstata, por su acción alfa-bloqueadora; el Ginkgo biloba que ya hemos mencionado, en la prevención de los síntomas de senilidad, aunque varios cuestionan este efecto; el Hipericum perforatum o raíz de San Juan, efectivo contra la depresión si se usa en la dosis recomendada y por suficiente tiempo; la ipriflavona, derivado de la soya, antiosteoporótico en la menopausia; la raíz de Valeriana y la Pasiflora, sedantes suaves aunque algunos las consideran placebos.

El Sen o Senna, laxante; el boldo, el quenopodio (antiguo antiparasitario), la flunarizina y cinarizina, vasodilatadores, etc. No mencionaremos acá los medicamentos alcaloides procedentes de plantas que han sido ya debidamente estandarizados y normatizados, y que hacen parte del armamentarium terapéutico moderno. El Colegio de Farmacia de la Universidad de Illinois y la Fundación para Investigación en Hierbas tienen cerca de 125.000 estudios científicos sobre los constituyentes químicos y farmacología de las plantas.

El interés de la humanidad en la medicina herbal se basa en su antigüedad y en que, por razones de pobreza, cerca del 80% de los seres humanos sólo tiene acceso a este tipo de productos, pues son generalmente más económicos; la fe sobre su efectividad que muchas culturas tienen en los tratamientos naturistas está aunada a la creencia errónea de que no tienen efectos colaterales o toxicidad.

Por otro lado, el control de calidad de algunos de estos nutraceúticos no es necesariamente el mejor. Pero ciertamente muchos de los productos farmacéuticos modernos ya normalizados y reconocidamente eficaces provienen en sus orígenes de esas plantas medicinales en las que los antiguos depositaban su confianza.

La Organización Mundial de la Salud tiene una estrategia para regular las medicinas tradicionales, tanto medicamentosas como terapias del tipo acupuntura, hipnosis, yoga y otras, para hacerlas efectivas pero abordables para la población general.

Aunque la humanidad se divide entre los abiertamente escépticos y en los abrumadoramente entusiastas, hay que buscar el justo medio; cuando estas medicinas naturales se usan tal como debe ser, son efectivas, pero sin desconocer que tienen interacciones medicamentosas.

En Francia han sido por ejemplo usadas por un 75% de los nacionales, mientras que en Estados Unidos, por un 42%. En países asiáticos como la China, Vietnam y las dos Coreas, están debidamente incluidas en los tratamientos usuales que practican los médicos.

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dr. Alfredo Jacome

El Académico Alfredo Jácome Roca es MD, FACP. Internista-endocrinólogo, Miembro Honorario de la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo. Miembro de número de la Academia Nacional de Medicina y miembro activo de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, Bogotá.

Editor Emérito de la Revista Medicina

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