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Por Pablo Rosselli-Cock

En esta pandemia muchos hombres y mujeres adoptaron un estilo de vida minimalista y han aprendido a vivir con menos. El trabajo en casa, la interacción virtual, el distanciamiento y el uso obligatorio de tapabocas cambiaron hábitos y costumbres que parecían inamovibles. Por mencionar algunas, los varones se afeitan con menor frecuencia y rara vez usan corbatas o trajes de paño. Entretanto, las damas casi no se maquillan, visten de manera informal y prefieren usar calzado ligero y confortable. Tanto así, que los tacones elevados han sido relegados a un segundo plano, como ha sucedido en otros momentos de la historia.

El uso de zapatos es tan antiguo como los humanos. En el periodo Paleolítico, unas rudimentarias bolsas de cuero proveían protección a los pies contra el frío, las piedras y el agua. Con el paso del tiempo y adaptadas al clima, se convirtieron en delgadas sandalias más cómodas y versátiles. Los primeros en usar tacones altos para contrarrestar el hirviente suelo desértico fueron los egipcios, y de pasada, al hacerse más altos, establecían jerarquías y demostraban poder social y económico. Más adelante, los persas y los hititas los emplearon con fines ecuestres para facilitar la adaptación del pie a los estribos.

Luis XIV de Francia (1638-1715), el Rey Sol, que medía 1,63 m, pero tenía un ego enorme, los usó para aumentar su estatura, y además los tiñó de rojo, un pigmento difícil de conseguir en la época. La suela roja inspiró al diseñador francés Christian Louboutin a crear sus famosos estiletes que hoy lucen, literalmente sacando pecho, algunas féminas empingorotadas. Pero la “real moda” del tacón no duró, en parte porque debían usar unos largos bastones para no irse de bruces, y porque la Ilustración y la Revolución Francesa prefirieron lo racional y utilitario, cambiaron la forma de vestir, y abandonaron los tacones y las pelucas en la indumentaria masculina. Sin embargo, perduró en la femenina en la que la vanidad ganó la batalla a los ideales de igualdad y fraternidad.

Los talones elevados le dan al que los usa una forma de letra s invertida. No solo aumentan la estatura, sino que resaltan el busto, arquean la columna lumbar y destacan esa parte de la anatomía en donde la espalda pierde su casto nombre. Al cambiar la mecánica del andar y al aumentar la longitud del paso se incrementa el bamboleo de la pelvis, circunstancia que definitivamente hace a las mujeres más sexis y atractivas. Tanto así que, en algunos casos, los zapatos con tacones son fetiches sexuales y ayudas afrodisíacas.

Los tacones son malos para la salud; cambian la postura corporal, deforman los dedos, predisponen a la aparición de juanetes, aumentan el riesgo de lesiones de los tobillos, y su uso prolongado afecta las rodillas y la columna. Puede que los zapatos altos se hayan dejado de usar en este confinamiento, pero volverán cuando la vanidad, como suele ocurrir, se imponga sobre la comodidad, el bienestar y el sentido común.

Columna de opinión El Meridiano de Córdoba. 7/08/2021

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El Dr. Pablo Rosselli Cock es Médico cirujano, ortopedista y traumatólogo, Pontificia Universidad Javeriana. Fellow en investigación en Ortopedia Infantil, Dupont Hospital for Children, Wilmington, Delaware, Estados Unidos y Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina

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