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Por Álvaro Bustos González.
Una cosa es que se haya demostrado que la quinina, que proviene de la corteza del árbol de la cinchona, y la artemisina, surgida de una planta milenaria de la China, tienen propiedades antimaláricas; que la digoxina, nacida de la dedalera, posee un efecto inotrópico positivo, y que la ergotamina, hija del cornezuelo del centeno, alivia la migraña, y otra cosa es que se piense que a esto se llegó sólo por la observación directa de los hechos o por una refinada intuición hereditaria.
El conocimiento propiamente dicho es algo más elaborado que una simple mirada a las causas y los efectos de las cosas. La ciencia, entendida como un instrumento de la razón, implica mucho más que hábitos y costumbres en manos de videntes y quirománticos, y su aplicación en el ámbito de la salud debe estar sujeta a verificaciones sobre la naturaleza de los procedimientos y las sustancias utilizadas, sus riesgos y beneficios.
Así las cosas, hablar de medicina ancestral después de tantos y tan decisivos avances en el campo de la medicina alopática, que sin duda se ha nutrido de aquella en algunos aspectos, con el propósito de crear una reidentificación de determinadas poblaciones con sus teogonías atávicas, no parece el mejor de los caminos. Lo conducente sería explicar mejor el origen y desarrollo de esos mitos y leyendas, someterlos al cedazo de la crítica informada y así elevar el nivel educativo de nuestros compatriotas, haciendo caso omiso de su condición sociocultural.
Ahora bien, que no se haya estudiado a fondo el efecto placebo no quiere decir que podamos negar que ciertas enfermedades se atenúan al conjuro de un mago. Muchas de ellas, en especial de origen viral, se autolimitan en virtud del sistema inmunitario, pero otras, como el cáncer, la diabetes, los trastornos cardiovasculares, las infecciones bacterianas profundas y la esquizofrenia, requieren de algo más que sahumerios y oraciones.
Ojalá la ancestralidad encuentre la solución al odio, al rencor, a la codicia y a la envidia, y de pasada nos libere del yugo de demagogos y populistas, y de quienes hallan soluciones fáciles a problemas complejos con base en ideologías desuetas y obcecaciones revolucionarias, que de esa manera podríamos vislumbrar un futuro mejor para todos. El pasado es muy importante para darle sentido a la existencia, no para tomar de él lo que alguna vez hicimos con una venda en los ojos y dedicarnos a repetirlo empecinadamente.
El Dr. Álvaro Bustos González es especialista en Pediatría. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad del Sinú y Presidente del Capítulo de Córdoba de la Academia Nacional de Medicina