Visitas: 35
Por Pablo Roselli Cock.
Son tantas las historias que ven y escuchan los médicos en su práctica que pasarlas al papel o al ordenador es cuestión de voluntad, perseverancia y una pizca de listeza. Pocas profesiones como la medicina tienen el privilegio de conocer al ser humano al desnudo, sin tapujos, con sus debilidades, sus pasiones y, a veces, sus perversiones.
San Lucas, por ejemplo, era médico y escribió El evangelio y los hechos de los apóstoles, un documento religioso y literario valiosísimo. No cualquiera tiene el talento de escribir la muerte y la resurrección de Cristo sin ser tildado de orate.
En los albores del renacimiento, el médico humanista François Rabelais publicó Gargantúa y Pantagruel, una perla en el género de la novela fantástica y la sátira.
Sigamos con Sir Arthur Conan Doyle, que dio vida a Sherlock Holmes y al doctor Watson, un par de detectives con ojo clínico y una sorprendente capacidad de deducción que miran al ser humano en toda su dimensión.
Como siempre, hay unos archiconocidos como Anton Chejov, Viktor Frankl, Oliver Sacks y Noah Gordon. Y hay otros colegas brillantísimos, menos nombrados, como Baldomero Fernández, Louis-Ferdinand Céline, Irvin David Yalom y Michail Bulgakov. Este último tiene una novela llamada El maestro y Margarita, uno de los clásicos de la literatura rusa que además inspiró a Mick Jagger para escribir Sympathy for the devil, una obra maestra de los Rolling Stones, para quienes somos amantes del rock.
También hay “paquetes chilenos” en el caso de los galenos escritores, como el argentino Che Guevara, que en sus ratos de solaz, en los que no andaba fusilando gente, hizo algunos pinitos con una que otra crónica de medio pelo.
En Colombia hay muchos colegas con plumas afinadas y dignas de destacar: Cesar Uribe Piedrahita, Adolfo de Francisco Zea, Álvaro Bustos González, Luis María Murillo Sarmiento y Orlando Mejía Rivera, entre otros. Este último, sin bombos ni platillos, tiene en su haber unas novelas maravillosas.
Miren, por ejemplo, estimados lectores, la sensibilidad poética y la compasión del pediatra estadounidense William Carlos Williams (1883-1963) en este poema titulado Dolencia:
Me llaman, y yo voy.
El camino está helado
pasada la medianoche, un polvo de nieve preso
en las huellas rígidas de los autos. La puerta se abre.
Sonrío, entro y me sacudo el frío.
He aquí una mujer enorme de su lado de la cama.
Está enferma, quizás vomita, quizás está pariendo
a su décimo hijo. ¡Alegría! ¡Alegría!
La noche es un cuarto oscuro para los amantes,
¡a través de las persianas el sol pasa una aguja de oro!
Le corro el pelo de la cara y miro su miseria
con compasión.
Lo interesante de la medicina y de la literatura es el vínculo que hay entre ellas, como si fueran vasos comunicantes. Estoy convencido de que, como decía algún colega, “escribir te hace mejor médico y ejercer la medicina te hace mejor escritor”.
Dr. Pablo Rosselli
Ortopedista infantil Fundación Cardioinfantil
Fundación Santa Fe de Bogotá
Miembro correspondiente, Academia Nacional de Medicina