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Esa mañana salí desde Montería hasta Ciénaga de Oro en una doble calzada arborizada que muestra la belleza y los ojos verdes del Sinú. El día anterior había llovido y los pastos con energía brotaban alegres. Llenos de hojas y cargados de proteínas, su tallo languidecía en la medida que las hojas precoces florecían más cerca de la tierra. Es la cuenca media de este suelo aluvial, el más fértil de Colombia. Ver este valle tranquiliza el alma y devuelve la paz al espíritu. Pero este paisaje que el creador le dio a Córdoba tiene varios escotomas y ciegos lunares. El mototaxismo, que ha invadido las carreteras de Colombia.

Viajé por esta carretera en el caribe y notará que el 70% de los conductores de motos no llevan el casco puesto. Que decir de sus pasajeros: muy pocos lo tienen disponible. Ignoran los estudios: los cascos reducen el riesgo de traumatismo craneoencefálico en alrededor del 69% y la muerte en 42%. De cada 10 accidentes de moto se evitaría la muerte en 4 si llevaran el caso puesto. Si se transporta en moto tiene 15 veces más posibilidades de sufrir un accidente de extrema gravedad. El casco es el único elemento de protección cerebral capaz de prevenir dos de cada tres lesiones cerebrales durante un siniestro. Torpe no utilizarlo. Reduce el impacto de golpe sobre el cráneo y la lesión sobre el cerebro.

La norma es muy clara. El uso del casco es obligatorio tanto para el conductor como para el acompañante (artículo 118 de la Ley de Trafico). Resulta inconcebible que algunos conductores llevaban el casco en la mano o en el manubrio de la moto y no lo utilicen. Que decir de mascarillas en esta esta época de pandemia. En la medida que nos alejamos del perímetro urbano, más relajados son los protocolos sanitarios. Si los conductores entendieran que el 51% de todos nuestros muertos en accidentes viales son por accidentes de moto, tendrían dosis extra de autocuidado y disciplina social. Si no utilizan el casco, mucho menos el chaleco como prenda reflexiva para mejorar la visibilidad y disminuir el riesgo de arrollamiento.

Pero vamos a presumir que el conductor tuviese casco y chaleco. Como serían las condiciones de higiene de estos elementos cuando se usan de pasajero en pasajero sin medida alguna de aseo. El afán del centavo no da tiempo. Sin protocolos sanitarios en la limpieza, es una carga adicional al impacto en la salud de este mecanismo de transporte. En esta apertura gradual de la economía se convierten en vectores de morbilidad: transmisión de la pandemia o elementos que suben la siniestralidad de los accidentes en carretera. Que difícil este negocio que mueve miles millones de pesos día y casi 950 mil conductores.

El mototaxismo es un drama social. La expresión de la informalidad, la escasez en el transporte público y sus rutas limitadas. De los 15 millones de vehículos que integran el parque automotor en Colombia, el 57% son motocicletas. Hay tiendas que la entregan solo con la cedula. Es un respiro al desempleo y oxigenarse en la efímera economía del rebusque. Se convierte el mototaxismo en la jaqueca de los alcaldes y gobernantes. Restringir su circulación un día es lo máximo que se ha podido llegar. Hay que negociar con ellos antes de las elecciones o bloquean las aspiraciones de los candidatos. Se menciona tanqueo de gasolina gratis como mecanismo de “conseguir” esos votos.

Un fatal paisajismo es el prontuario de ligerezas en el comportamiento de nuestros mototaxistas. El conductor, dos menores en la mitad y la madre de parrillero. La familia en pleno y todos sin cascos. O la pasajera sentada en forma placida y con una silla rimax a cada lado recordándome las aguaderas que los mulos hace unas décadas llevaban para acarrear agua. Son transportadores de todo: el que lleva el bulto de cemento, encima el catabre de maíz y en la cúspide la caja plástica de verduras. O quien viaja con un cerdo en la mitad y el pasajero evitando que se caiga. El muchacho en cicla, “avispado”, quien pide un aventón y se desplaza pegado a la moto. Ambos sin cascos. El conductor que hace tertulia con el compañero en la ruta. Hay de todo: el que tiene el mercado ambulante y penetra nuestras veredas. Ver jalar  el minicoche  (mototrailer) y  el reproductor inquieto para servicio de cría.

El uso del celular durante el recorrido y lo insólito: enviar mensajes de texto mientras se conduce la moto. Cuando la autoridad hace los retenes ambulatorios para control, se avisan entre ellos y no pasan hasta que el horario de inspección caduca. Las licencias, los requisitos, el SOAT (los que presentan la mayor evasión) son documentos que solo existen en la retórica de los reglamentos.

El mototaxismo es un transporte de alto riesgo que se necesita ordenar. Lo primero: la educación, medidas simples pueden evitar los comportamientos peligrosos que producen tantas secuelas en el bienestar del conductor y seguridad de los parrilleros y sus familias. Un daño al cerebro tiene grandes repercusiones y si sobrevive puede dejarle incapacitado de por vida. Lo segundo: normatizar, pero cumpliendo los requisitos. Este transporte masivo calificado de ilegal se ha enraizado profundo en la mentalidad de los jóvenes de nuestros pueblos que ya es una opción de vida. Hay que ofrecer otras alternativas, el 50% de los conductores no ha terminado bachillerato. Tercero: inspecciones en nuestras carreteras para exigir la documentación al día. Las licencias y sus reglamentos, curso de inducción, informe del riesgo hacen parte de la pedagogía vial que tanta falta nos hace. Mientras esto llega con marcha parética la plataforma PICAP asciende vertiginosamente y son cada vez más los colombianos que la utilizan.

Fuente. Académico Burgos de la Espriella, Revista Kienyke, Bogotá. La refracción del mototaxismo.

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