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La Cátedra de Humanismo Médico del 26 de octubre tuvo como invitado especial al Dr. Jaime Carrizosa Moog con su charla “Nombres de la Epilepsia a lo largo de la Historia”. Médico de la Universidad Pontificia Bolivariana, neurólogo infantil de la Universidad de Chile, máster internacional en Psicobiología y Neurociencia Cognitiva de la Universidad Autónoma de Barcelona y candidato a Doctor en Humanidades de la Universidad EAFIT de Medellín.

 

El Dr. Carrizosa hizo una revisión histórica de los conceptos culturales alrededor de la epilepsia a través de la historia. La epilepsia es una enfermedad con una vasta historia, y se ha debatido entre el concepto médico y el concepto cultural que se tiene de ella. La cultura, los mitos, la tradición, los ritos, y las creencias religiosas, pueden alimentar el imaginario colectivo, aportando en la construcción de la subjetividad y de la identidad de las personas afectadas.

 

ORIGEN

Etimológicamente epilepsia proviene del verbo ἐπιλαμβάνω (epilambano) que significa “yo cojo”, “yo ataco” o “yo intercepto”. El prefijo ἐπ (Epi) da la connotación de que otro realiza la acción; se trata entonces de ser sobrecogido por un ataque o una fuerza externa, y esa ausencia de un factor tangible que desencadene las crisis daba a la enfermedad un carácter sobrenatural.

 

HISTORIA

Ya en el siglo V a.C. Hipócrates de Cos le confiere a la epilepsia un carácter natural y en sus aforismos ironiza sobre algunos de los síntomas y el supuesto castigo que involucraba a los dioses. “Hera provocaba el rechinar de los dientes y la imitación de una cabra y si entonces el grito gutural era parecido al relincho de un caballo, el causante era Poseidon”. Para Hipócrates, la epilepsia no era más divina o más sagrada que cualquier otra enfermedad y explicaba su naturaleza como el desequilibrio de los 4 humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra).

También se le dio el nombre de “morbus herculeum”, porque según Aristóteles, Hércules padecía de epilepsia. Este vínculo con los dioses le dio también otras denominaciones entre griegos y romanos “morbus sacer” y “morbus deificus”, que significa enfermedad sagrada y que aparece por primera vez en los textos de Heráclito y Herodoto.

Platón refiere que la parte más divina del alma se encuentra en la cabeza, y que cuando la flema blanca se encuentra con la negra, surge la “enfermedad sagrada”. Un texto acadio informa de un episodio en que la persona gira la cabeza a un lado, tensa las manos y pies, expulsa saliva y pierde el conocimiento, allí el diagnóstico que se le da es el de antasubbu, causado por Sin, el dios de la luna. El médico Areteo de Capadocia en el siglo II a.C. sugería que la enfermedad era considerada sagrada porque atacaba a las personas que habían pecado contra la diosa de la luna, Selene. (Tempkin, 1994).

Otros personajes como Pablo de Alejandría y el astrólogo Vettius Valerns, atribuían la enfermedad a los planetas Marte, Saturno y Mercurio, según esas creencias, la posición de los astros daba la explicación de que se presentaran los eventos epilépticos. Incluso, algunos médicos llegaron a atribuir a quienes la padecían el don de la clarividencia y emplearon el nombre de Divinatio, -divina acción. Este nombre se deriva presuntamente de las profecías de Mahoma que aparentemente padecía la enfermedad, no obstante, mucho tiempo atrás personajes históricos como Marco Tulio Cicerón y Lucio Apuleyo consideraban que un don divino no podría estar en un cuerpo enfermo.

En civilizaciones indígenas como la Inca y Azteca, existen registros de la enfermedad. Los Incas las denominaban “aya huayra” o “huanuy oncuy” viento de la muerte o enfermedad de la muerte, y los Aztecas veneraban a una diosa de la medicina, la fecundidad y la epilepsia denominada Tlazolteotl, que tenía el poder de otorgar o curar enfermedades.  Cronistas como Cristóbal de Molina y Pablo José de Arriaga hacen mención de estas creencias en sus relatos.

Además de Tlazolteotl, los aztecas tenían otras dos deidades para la epilepsia. Cihuapipiltin, una niña convertida en diosa, que hacía su aparición afectando con epilepsia a los niños y Teocihuapipiltin que diseminaba enfermedades crónicas en niños y adultos, entre esas la epilepsia.

 

RELIGIÓN CRISTIANA

En el Antiguo y Nuevo Testamento circulan historias sobre demonios o espíritus malignos de aspecto antropomórfico, que causan sufrimiento y que son combatidos con acciones humanas o la intervención divina, esto en el Nuevo Testamento.

Hay un solo episodio en los evangelios en el que se describe un caso claro de epilepsia. En el Evangelio de San Marcos:

“Maestro, aquí he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu que lo ha dejado mudo: dondequiera que se encuentra, el espíritu lo agarra y lo tira al suelo y echa espuma por la boca, le rechinan los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que le saquen ese espíritu, pero no han podido”

 

Jesús contestó:Gente sin fe! ¿Hasta cuando tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Traigan acá al muchacho”.

El relato indica que el joven sufrió un ataque en presencia de Jesús, quien dijo: “Espíritu mudo y sordo, yo te ordeno que salgas de este muchacho y que no vuelvas a entrar en él”. Para Jesús esta clase de “demonios” solamente podrían ser expulsados por medio de la oración.

Los demonios en la Biblia se presentan como criaturas mitológicas, que toman el papel de enfermedades inexplicables. Tanto las convulsiones, como otros síntomas físicos y mentales, podrían interpretarse como una expresión corporal de los demonios que actúan sobre la persona, y no como un trastorno intrínseco del cuerpo.

Esa naturaleza demoníaca de los ataques epilépticos descritos en la Biblia, ya había sido mencionada en la civilización babilónica, 2.600 años a.C. en las tablillas asirias, donde la “enfermedad de la caída”, miqtu, se percibía como una manifestación de posesión espiritual. Los romanos escupían a los “endemoniados” para evitar el contagio o la transmisión. En India, Etiopía y Marruecos también se le veía como producto de una posesión demoniaca.

Los médicos griegos ya habían hecho estudios a.de.C. sobre la epilepsía. Herófilo de Calcedonia (335-280 a.C.) y Erasistrato de Ceos (304-250 a.C.) realizaron disecciones humanas, incluyendo el cráneo y el cerebro. Erasistrato describe que la plétora (congestión) del “neuma psíquico” localizado en los ventrículos, provocaba las enfermedades neurológicas, entre ellas la epilepsia.

Asclepíades de Bitinia, explica la epilepsia por medio de la tensión de las membranas que recubren el cerebro y Areteo de Capadocia la vincula con los nervios periféricos, que al afectarse, tienen una relación “simpática” con el cerebro.

A lo largo de la historia, hay un paralelismo entre el conocimiento médico y las concepciones culturales religiosas prevalecientes en las diferentes épocas. Por ejemplo, en la edad media, el exorcismo era la forma correcta de “curar” la enfermedad.  El historiador inglés Edward Murphy, sugiere en 1959 que al menos en la tradición cristiana, la comprensión sobrenatural de la causa de la epilepsia, eclipsó los desarrollos de su explicación científica.

Había una dualidad importante en la historia y fenomenología de la epilepsia.

La manifestación drástica de convulsiones tónico-clónicas generalizadas, visibles y dramáticas, se asociaban con efectos demoniacos o sobrenaturales negativos, en cambio, las crisis focales más sutiles, con síntomas cognitivos, sensoriales o automatismos, se consideraban un don de comunicación entre los agentes supranaturales y los humanos.

Las crisis de éxtasis, las alucinaciones, son las que más atracción tienen en la literatura, la historia y la expresión artística. El diagnóstico de epilepsia entre las figuras del cristianismo que eran vistas como “señalados por Dios”, es completamente incierto porque no existen descripciones específicas de las crisis epilépticas en sí.

Durante la Reforma, Paracelso confrontó el poder de los santos con sus libros “Opus paramirum” y “De cause morborum inivisibilum”. Afirmó que hay cambios químicos invisibles que explican el curso de las enfermedades y se opuso firmemente a la hechicería, la superstición y la adivinación, así como a la idolatría religiosa. Aún hoy en día, persisten prácticas de exorcismo, que desconocen en ocasiones, las explicaciones científicas de los fenómenos.

La epilepsia también se prestó para otras interpretaciones. En la Edad Media, consideraban que la enfermedad cerebrovascular y la epilepsia se relacionaban entre sí y dada su pronta recuperación la denominaron “pequeña apoplejía”. También, como se manifestaba en edades tempranas la identificaron como “enfermedad de los niños” y la creencia de su carácter contagioso persistió por muchos siglos, debido especialmente a algunos brotes colectivos en entornos específicos que se presumen más por experiencias de sugestión, intoxicación por centeno (ergotismo), o efectos de la picadura de una araña.

El temor, lo inexplicable, la ausencia de tratamiento y control, le confirieron el matiz de ser una condición sombría y dolorosa. Para el derecho romano, los que la padecían no podían asumir responsabilidades legales.

Es en París, al inicio del siglo XIX donde la terminología médica logra importantes avances. El médico francés Jean Etienne Dominique Esquirol acercó los términos de “grand mal” y “petit mal” para referirse en el primer caso, a crisis que tenían el componente motor de las 4 extremidades con pérdida de conciencia, y en el segundo caso, a crisis sutiles o de menor impacto para el paciente y el público.

También en el siglo XIX, el médico británico James Cowles Prichard y el alemán Moritz Heinrich Romberg contribuyeron a las especificaciones sintomáticas de las auras en sensaciones sensitivas, motoras o psíquicas. Prichard fue quien introdujo el término de “epilepsia parcial” en su texto “A Traitise on diseases of the nervous system”, y ese término “parcial”, se mantuvo hasta hace pocos años que se modificó por “focal”.

La definición primordial de la epilepsia, sigue teniendo vigencia, y fue acuñada por el neurólogo inglés Huglings Jackson en 1873 como “las descargas locales, ocasionales, súbitas, excesivas y rápidas de la sustancia gris”.

 

La cátedra completa puede verse en: Nombres de la Epilepsia a lo largo de la Historia


Dr. Jaime Carrizosa Moog

Jaime Carrizosa Moog es Neurólogo infantil del Hospital Universitario San Vicente Fundación y vinculado a la Universidad de Antioquia desde 2001.

Ha sido presidente de la Sociedad de Pediatría de Antioquia y la Asociación Colombiana de Neurología Infantil y miembro de varias comisiones de la liga internacional contra la epilepsia.

Resumen de la Cátedra, Victoria Rodríguez G., responsable de plataformas digitales en la ANM.

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