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El discurso de posesión del Académico Dr. Gustavo A. Quintero como Vicerrector de la Universidad del Rosario es una reflexión al tránsito que como humanidad hemos tomado en un mundo cada vez más caótico y complejo y cómo los nuevos desarrollos tecnológicos, incluida la inteligencia artificial, impactarán no solamente la educación formal sino también el desarrollo general como individuos.
Amigos todos:
Muchas gracias, señor Rector, por sus generosas palabras y por el honor que me hace al designarme Vicerrector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. A la Honorable Consiliatura, gracias por sus manifestaciones de apoyo, y a todos ustedes, los presentes en este acto en el cual asumo esta responsabilidad, gracias por acompañarme en esta ocasión.
Un encargo mayor del que provengo, y en el cual espero servir con absoluta convicción, para contribuir, junto con todos ustedes, al cumplimiento de las metas propuestas para ubicar a nuestra alma mater como la número uno, entre las universidades privadas del país.
Todos venimos de una tragedia reciente, a la cual hemos sobrevivido gracias al esfuerzo de mucha gente —algunos de ellos nos acompañan también esta mañana—, así se quiera desconocer, por otros, la razón de estar vivos. Somos una sociedad en recuperación.
Una de las novelas más emblemáticas que retrata lo que sucede con una sociedad detrás de una gran tragedia es «La Peste» de Albert Camus. En esta obra, considerada un clásico de la literatura del siglo XX, Camus explora temas como el aislamiento, la solidaridad, la lucha contra el sufrimiento y la absurdidad de la condición humana.
El concepto de la absurdidad de la condición humana es una idea central en la filosofía del absurdo, especialmente asociada con el pensamiento de Camus. En su visión, la vida humana es inherentemente absurda debido a una confrontación entre dos cosas: la tendencia natural del ser humano a buscarle un significado o un orden universal, y la incapacidad de encontrarlo en un universo caótico y sin propósito.
El camino hacia el caos está allanado, cuando se deja atrás lo simple y se transita entre lo complicado y lo complejo; creo que estamos, como humanidad, haciendo ese tránsito. Nos hemos olvidado de lo simple.
Ciertamente, lo que estamos viviendo es complicado y complejo. Por ejemplo, el crecimiento a costa del bienestar social; el rebasamiento ecológico de la tierra; la división de la humanidad por los conflictos; las enfermedades crónicas transmisibles o no transmisibles a gran escala; el bloqueo de infraestructuras de combustibles fósiles; la contaminación química; la tecnología existencial; la autonomía tecnológica; la desinformación; el cortoplacismo; el consumo excesivo; la desconexión de la biosfera, y la pérdida de capital social.
Todas estas realidades se contraponen, como una paradoja, a los grandes avances tecnológicos que nos abruman.
Es lo que Peter Søgaard Jørgensen —del Centro de Prácticas Evolutivas de Estocolmo—, ha denominado las «trampas evolutivas», en las cuales, «El mundo altamente interconectado en el que vivimos hace que, a menudo, no veamos las consecuencias de nuestros propios comportamientos, que quedan enmascarados». Es lo que ocurre, para mencionar una de ellas, con el cortoplacismo que lleva a centrarse en el rápido crecimiento económico, en lugar de hacerlo en la sostenibilidad económica a largo plazo.
Algunas consecuencias de las trampas evolutivas son irreconocibles a simple vista y se traducen en impactos negativos en el sistema global, como la degradación de los servicios y los fallos tecnológicos.
De la misma manera, deberíamos ser capaces —en otros frentes— de reconciliar conflictos y de llegar al otro lado del callejón, con aquellos, con los qué, de otro modo, sería menos probable que cooperásemos, para evitar la complejización de estos y llegar a la incapacidad de encontrar respuestas en un universo caótico y sin propósito, uno de los dos preceptos de la absurdidad de la condición humana de Camus.
Quizás para los mayores como yo, ese tipo de situaciones se resuelven de diferentes maneras, pero para otros no es tan fácil entenderlo así. En general, los humanos tenemos una inclinación profunda a buscar sentido, propósito y orden en la vida; es cierto, y en esa búsqueda, nos olvidamos de la esencia de la vida misma que es lo simple: el servicio a los demás. El deseo y la necesidad de servir, en efecto, son aspectos fundamentales de la experiencia humana que complementan la búsqueda de sentido, propósito y orden.
Deberíamos hacer todos los ajustes necesarios para entender esa manera de relacionarnos y profundizar en ella. Para una sociedad que se está enfrentando —inevitablemente y enhorabuena— a una fuerte presencia de la inteligencia artificial y a la ciencia de datos, el ámbito del servicio, probablemente, nos dará una mezcla de mayor eficiencia y personalización, junto con nuevos desafíos en términos de ética, empleo y habilidades humanas, para hacer más provechosa esta nueva era de innovación tecnológica. La clave estará en equilibrar los beneficios de la tecnología con la preservación y promoción de los valores humanos esenciales.
Nos ha tocado todo junto. La revaluación de valores y prioridades, la interconectividad y la globalización, los cuestionamientos sobre la libertad individual y el bien común, los cambios en el trabajo y en la tecnología, las desigualdades sociales y económicas, el pobre conocimiento de la relación humanos-naturaleza —que estamos padeciendo—, y los requerimientos de resiliencia y adaptabilidad exigibles a las sociedades después de una tragedia.
Pero también, la necesidad de los cambios propios a la aparición de esperados avances tecnológicos, que la misma tragedia ha acelerado. Todo esto, aunado a cambios demográficos extraordinarios, al envejecimiento colectivo como fenómeno y a la longevidad como realidad, a la necesidad del control del cambio climático y la sostenibilidad, y a lo que de allí se desprende en gobernanza, política, salud y bienestar, sociedad y cultura, seguridad y privacidad, urbanización y vivienda, y por supuesto: la educación.
En esta realidad, enumerada de esta manera, es donde se ubican las necesidades de la sociedad y hacia las cuales, una educación superior pertinente, debe enfocar todos sus esfuerzos, para cumplir con su destino final —o fin supremo—, cuál es, el de incidir en el bienestar de las personas y de las comunidades. Ahí está la agenda de nuestro desarrollo como universidad.
Todas estas áreas representan puntos clave en los cuales es probable que veamos cambios en los próximos cinco años. Cada una de estas tendencias tiene el potencial de influir y dar forma a la sociedad de manera significativa, aunque el grado exacto y la naturaleza de estos cambios dependerán de una multitud de externalidades y de decisiones tomadas a nivel global y local.
Una erupción de mezclas de momentos como el actual, y de conjunciones situacionales como las presentes, justifican esa confrontación existencial del estado de absurdidad y su antídoto: el servicio.
Me uno hoy a un equipo de dirección liderado por una autoridad en el servicio, pues en su esencia, en su discurso y en la práctica es eso lo que nos incita a hacer con su ejemplo.
Cuando digo que el deseo y la necesidad de servir, son aspectos fundamentales de la experiencia humana que complementan la búsqueda de sentido, propósito y orden en la vida, encuentro, en estos dos aspectos, la forma de romper con el estado de absurdidad.
Servir es una buena razón para vivir. No de otra manera interpreto yo la invitación del señor Rector para acompañarlo en este periodo, ni mi presencia aquí hoy.
Por supuesto que esta es una misión más trascendente que otras que hemos emprendido con él, pero tengo cierta fascinación por los retos difíciles, y por la búsqueda del sentido a la vida en el servicio, que es fundamentalmente lo contrario a la carencia de significado intrínseco, como advertía Camus en la filosofía del absurdo. Porque, independiente o no de que uno acepte esa forma de pensamiento, la vida es absurda, per se, si no se le encuentra un significado. Y lo es más, en un universo cambiante como el actual, propio de los estados poscrisis y de los advenimientos tecnológicos que nos abruman, y en el cual, el servicio, es un camino para superar esos estados.
En nuestro caso particular, la estrategia para este servicio está determinada en el Plan Institucional de Desarrollo. La ruta 2025 ha definido las prioridades, y los «qué» y los «cómo» los hemos construido juntos, entre todos, en estos últimos años; otros irán apareciendo como necesarios en su momento. Los unos y los otros ocuparán nuestro afán del día a día hasta encontrar el sitio insuperable que nos hemos trazado, de ser la universidad privada número uno en Colombia.
Con la ayuda y la comprensión de todos, podremos entender las responsabilidades de un momento histórico como este, superar los retos y —acorde con nuestra historia— liderar los grandes procesos de transformación, en este caso, de la educación superior. Toda una provocación irrenunciable.
Este sector está también atravesando por un periodo de transformación fundamental y por un cuestionamiento sobre cuál debe ser su rol en la sociedad, su modo de operación y su estructura de valor. Hoy nos encontramos en un momento crucial, no solo para nuestra universidad, sino para el mundo académico en su conjunto. Vivimos en una era de cambios rápidos y desafíos sin precedentes, donde la educación superior juega un papel más vital que nunca en la preparación de líderes capaces de enfrentar y superar las necesidades de la sociedad.
Recientemente, José Joaquín Bruner, un reconocido académico y sociólogo chileno, que ha desempeñado un papel importante en la educación y en la política educativa en América Latina, escribía sobre la educación superior en la posmodernidad. En su texto, definía la educación como un proceso civilizatorio estrechamente ligado con esta.
En la posmodernidad —decía Bruner— «el tiempo secuencial de la educación —desde la temprana infancia hasta la tumba— está siendo desbaratado para dar lugar a aprendizajes modulares, instantáneos, opcionales, en red, a distancia, cada vez más personalizados y menos sistémicos». Todo un cambio de paradigma. No podríamos estar más de acuerdo con Bruner y con lo que se mueve en el entorno, que aparenta ser una nueva revolución industrial que requiere de nuestra atención.
Para los que creemos que estamos transitando una quinta —o en sus albores—, esta podría centrarse en la colaboración entre humanos y máquinas, impulsada por tecnologías como la inteligencia artificial avanzada, la biotecnología, y la nanotecnología, lo cual conllevaría una mayor integración de la tecnología en la vida diaria y una fusión más profunda de las capacidades humanas y tecnológicas. Si se quiere, esta rescata al hombre, por cuanto su enfoque sería más hacia la sostenibilidad, la personalización, y la mejora de la calidad de vida, la cual será más humana, en contraste con las revoluciones anteriores que se centraron más en la eficiencia y la producción a gran escala y la deshumanizaron.
Entonces, el advenimiento de la inteligencia artificial, le abre un camino extraordinario a las humanidades de manera transversal para todas las profesiones, porque lo que llamamos inteligencia ampliada o extendida, no es más que el buen uso de lo mejor de la inteligencia artificial con lo mejor de la inteligencia humana.
En este preciso momento de gigantesca y maravillosa celebración de las tecnologías, debemos recuperar un nuevo tipo de humanidades, el llamado «humanismo de tercera generación», en el cual, la tecnología digital y la conectividad serán utilizadas para mejorar la vida humana y promover valores humanísticos, tales como la empatía, la inclusión y la justicia y propiciar ese encuentro necesario entre humanos y máquinas y de esta manera evitar la singularidad. Este enfoque buscará reconciliar la rápida evolución de la tecnología con los principios éticos y morales que consideramos fundamentales en la sociedad. Vamos a propiciar ese encuentro y a liderar el rescate de las humanidades en este nuevo contexto.
Digamos que esta es una etapa, entonces, de doble transformación: las impuestas por la innovación y el desarrollo tecnológico y las derivadas de estos en el impacto social, que deben ir de la mano para producir efectos positivos en los campos del conocimiento y del propio desarrollo humano, pero que al mismo tiempo, para nosotros —los formadores de proyectos de vida—, implica optimizar y reposicionar el concepto de universidad actual y ayudar a construir la universidad de mañana.
En cualquier caso de lo que estamos viviendo, cuarta o quinta revolución industrial, lo que sí es cierto, es que el involucramiento de la tecnología en nuestro diario vivir, nos obliga a repensar nuestro rol como formadores. Sobre todo, ante las necesidades de un nuevo contexto laboral en donde, para nuevos empleos y profesiones, resulta vital la formación de ese nuevo recurso humano acorde con esas necesidades.
En ese repensar la educación superior, será imperativo mirar una educación más interdisciplinar o una educación menos centrada en espacios disciplinares y más enfocada en los aprendizajes, independiente de su foco disciplinar esencial.
Quizás, en algunos casos, habrá que evaluar los modelos pedagógicos. Nosotros mismos, en nuestra institución, ya hemos hecho esfuerzos valiosos y con buenos resultados, para migrar de un modelo educativo de acumulación de conocimientos a otro basado en resultados de aprendizaje o de competencias, sustentadas en la comprensión.
Los periodos históricos, como el que vivimos, requieren modalidades instruccionales precisas con el momento en que se vive la historia, para no quedarnos en la obsolescencia de lo antiguo, sino, encontrar, modos de impartición novedosos, adaptados a contextos específicos en los cuales, a veces, lo usual sigue siendo útil y en otros, lo novedoso se vuelve necesario.
Es menester, también, concentrarnos en la formación, ante todo, de un ciudadano, que tenga las suficientes competencias para enfrentar los retos de la quinta revolución industrial, independiente del oficio que vaya a desempeñar, so pena de estarlo preparando para un empleo que ya no existe.
Esa ciudadanía, puede entenderse como el resultado natural de una educación que abarca no solo la acumulación de conocimientos, sino también el desarrollo del juicio moral, la ética personal y la responsabilidad social, a través de una educación integral y humanista. Y eso suena lógico y posiblemente una repetición entre nosotros, que lo hemos hecho así por siglos en este Claustro, pero es nada menos que la incitación al viraje de la universidad instruccional, a la universidad humanista y científica que solía ser y de la cual nosotros no hemos perdido nunca su esencia, lo que nos permite tener una ventaja considerable en el partidor.
Debemos, por otro lado, insistir en la importancia de desarrollar el carácter y fomentar el pensamiento crítico en los estudiantes, lo cual implica educar a la persona en su totalidad, no solo en conocimientos específicos o habilidades técnicas. Este enfoque de la educación como un medio para formar individuos reflexivos, éticos, bien informados, formados y transformadores, está alineado con la idea de educar ciudadanos responsables y activos en la sociedad, habilidades que cobran una vigencia inusitada hoy con los desarrollos de la inteligencia artificial.
El pensamiento crítico es nuestra defensa contra la manipulación, contra el fanatismo y el adoctrinamiento; y sobre un poder tecnológico que trata de persuadirnos de muchas cosas a través de algoritmos y predicción basada en datos.
Aprovechando el momento actual, como ya lo mencioné, o en consecuencia con él, la educación más personalizada será imperativa y la analítica del aprendizaje, será una herramienta fundamental para llevarla a cabo.
También lo es el aprendizaje para toda la vida, que no es otra cosa que enamorarse de aprender. Esta conciencia, en parte, se desarrolla al comprender, más que al memorizar. Desafortunadamente, la mayoría de los procesos educativos, en nuestro medio, están estructurados sobre el saber —que es conocer de muchas cosas—, y deberían estarlo, más bien, sobre la comprensión —es decir, sobre el entender—, que significa poner todo en contexto. Porque los datos sueltos no sirven para nada.
Por otro lado, en un mundo globalizado, el conocimiento está disponible para cualquiera desde cualquier parte del mundo a través de un dispositivo y una conexión: la educación digital. Sin duda que este aspecto conlleva implícita una revolución educativa. Los contenidos en sí deberían estar disponibles de forma digital y el acceso debería ser posible desde cualquier lugar del mundo.
Confiar en una sola forma de impartición de contenidos, en una educación democratizada, como la actual, ya no es una opción. Pero, si los contenidos son lo suficientemente atractivos para ser omnipresentes, llegar a las regiones y al mundo, y la experiencia del estudiante es gratificante, sobre todo en los posgrados y en la educación continuada para el desarrollo profesional permanente, la conquista de estudiantes de manera global es una alternativa
Seguramente en el marco de todas estas reflexiones, y en algunos casos, se requerirán adecuaciones de diversa índole: algunas educacionales, acordes con la realidad esbozada, siempre y cuando en esas adaptaciones estén aseguradas las necesidades de la sociedad, que hemos enumerado antes, para lograr así una educación pertinente.
En cuanto a la investigación, en la Universidad del Rosario se investiga para enseñar, se enseña lo que se investiga y se investiga sobre lo que se enseña, pero la investigación de frontera, precisa de la interdisciplinariedad y del pensamiento transdisciplinar, que sobrepase los esfuerzos aislados de cada disciplina del conocimiento, para producir una investigación que impacte la vida de los individuos y de la sociedad en general, más allá de los papers y los rankings.
Los recursos para investigar en nuestro medio son un bien escaso y como tal deberían usarse para tal fin. Nuestra investigación es sólida e importante y los recursos que se invierten también lo son. En el camino para ser la universidad privada número uno del país, la investigación tiene un papel preponderante.
Agradecemos la presencia aquí hoy de nuestros amigos de la industria, del sector empresarial, del Estado y de la sociedad en general. La colaboración universidad-empresa-estado-sociedad, es una incitación atractiva para crear programas o consolidar otros en alianzas, de talla mundial o regional, como parte de la democratización del conocimiento; para llevar a cabo proyectos conjuntos de investigación, desarrollo e innovación, así como para promover la trasferencia de conocimiento y tecnología y contribuir al desarrollo económico y social del país.
Todo esto, de la mano, también, de nuevos programas atractivos en su presentación y contenidos, y en formas innovadoras de impartición, que complementen la búsqueda del sentido de los jóvenes para estudiar y vivir. Y otros que miren, como ya se está insinuando, la búsqueda de ese mismo sentido para otras poblaciones etarias que irán en aumento cada vez más.
Vienen tiempos duros para la competencia doméstica y para sobrevivir los retos de la financiación educativa, pero cuando el designio es claro no importan las intemperancias del destino.
Este no es un catálogo de buenas intenciones. De hecho, encuentro que algunas cosas se están haciendo, otras están planteadas de esa manera, y otras, habrá que consensuarlas para hacerlas posibles. En ese sentido, esta es una inmensa tarea de construcción social para encontrarle significado a la experiencia humana a pesar de su inherente falta de orden. Ciertamente un reto enorme que nos anima a enfrentarlo con devoción, convencidos de que con el apoyo de cada uno de ustedes, seguiremos dejando huella.
No quisiera terminar sin agradecer, muy especialmente, a mis compañeros de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, por su decidido y valioso acompañamiento durante estos quince años en los cuales tuve el privilegio —en los primeros seis— de asesorar a la rectoría del rector Knudsen, en los cambios prospectados para crear la Escuela, renovar el currículo de medicina, y la concreción de la red hospitalaria universitaria Méderi como organización de conocimiento; y en los últimos nueve, gracias a la confianza de los rectores Restrepo y Cheyne, en mi desempeño como decano de esta. Los logros que hoy nos enorgullecen son el producto del trabajo denodado de un equipo maravilloso de personas, pues no de otra manera se llega lejos; porque lo importante no es el camino, sino los caminantes de compañía.
A Sergio Pulgarín por su labor y los logros alcanzados en el cargo que ahora ocupo; por el tiempo que me ha dedicado, para permitirme entender la magnitud de este, pero sobre todo por su generosa amistad.
Y si mi dispensan un saludo más personal, agradecer finalmente a mis hermanas y a sus esposos; a mis hermanos, sus esposas, mis sobrinos y a sus familias, acá presentes, por la existencia íntima e inspiradora de siempre: gracias.
A todos ustedes, muchas gracias.
Gustavo A. Quintero Hernández/ Bogotá, febrero 5 de 2024