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Por Álvaro Bustos González*

 

Parecería que hoy la mesura en el lenguaje y en las opiniones ha desaparecido. Lo que está en boga es el tono desafiante y acusador: periodistas radiales y escritos, columnistas y simples ciudadanos, mayoritariamente se refieren a las cosas como si en el mundo no hubiera nada digno ni apreciable. Ninguna tirria les es ajena. Con o sin conocimiento, con o sin razones, en lo que dicen suele haber un dejo de amargura, como si la vida les fuera insoportable sin sus enconos y malquerencias.

En los últimos días, a raíz de una columna de Paola Ochoa en El Tiempo, en la que inculpa a la Sociedad Colombia de  Pediatría y a los pediatras de dogmatismo por recomendar la alimentación natural exclusiva durante los primeros seis meses de la vida, y propone estimular el consumo de leches de fórmula para un mejor y más saludable crecimiento de los niños, se armó la polémica habitual con la exaltación previsible de los ánimos de lado y lado.

Las razones para fomentar el consumo de leche materna en los niños no provienen de un prejuicio ni del interés por asimilar a la mujer lactante a una vaca, cuya producción debe ser acrecentada con diversos ardides; mucho menos es el resultado de una maniobra capitalista para inducir la fabricación de succionadores, brasieres con orificio y otras fruslerías. La única motivación que sustenta la recomendación de la Sociedad Colombiana de Pediatría y de los pediatras es el criterio de beneficencia. La leche materna es la mejor; posee los nutrientes, oligoelementos y factores inmunológicos que el lactante requiere para cubrir sus necesidades nutricionales y defenderse contra algunas enfermedades durante los primeros meses; y tiene una ventaja adicional: su elevada biodisponibilidad, es decir, que lo bueno que tiene se absorbe completamente.

Pero hay algo que está por encima de cualquier otra consideración, y es el vínculo psicoafectivo profundo que se establece entre la madre y el hijo a través de la lactancia. No quiere esto decir que las mujeres que, por cualquier circunstancia y prevalidas de su autonomía, prescinden de lactar a sus hijos, no los amen. Se trata precisamente de saber que, si esa experiencia no se tiene, puede quedar ahí una oportunidad perdida para el descubrimiento de una dimensión superior de los sentimientos humanos.

En defensa de la alimentación natural bastaría con hablar del amor y de una mejor condición inmunológica para el bebé. Lo del bitute fresco y engordador lo dejamos para otro día.

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*Decano FCS, Unisinú -EBZ-

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