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Por Alfredo Jácome Roca.
El hombre siempre preocupado por la enfermedad y la muerte ha hecho de la medicina una antigua profesión. Pero debe sin embargo el estudioso de la historia médica reflexionar antes sobre lo que existía.”El mundo es viejísimo y el hombre es sumamente joven”, dice Carl Sagan el astrónomo. La gran explosión de la materia concentrada que ocurrió hace catorce mil trescientos millones de años, dio origen a las 100 mil millones de galaxias de nuestro universo -tal vez existan otros universos-, y resulta escalofriante no sólo, por su antigüedad sino por el tamaño. Si cada galaxia tuviera 100 mil millones de estrellas o más, el número total de estas últimas en el universo sería el número exponencial 10 a la 22 potencia, similar al número de granos de arena que hay en todos los mares de la tierra (según el mismo Sagan en su libro miles de millones).
Por esto le queda más fácil a los matemáticos describir estas inmensidades, como lo hace Stephen Hawkings en “The Universe in a Nutshell” que han traducido como el universo en una cáscara de nuez, pero que en realidad debería llamarse “el universo en síntesis”; con su lenguaje exponencial. Incrustada en esa dimensión témporo-espacial que creemos conocer, sabiduría que apenas arañamos, aparece nuestra galaxia, la Vía Láctea, separada 2 millones de años luz de la galaxia más cercana, la Nebulosa de Andrómeda. Pues esa “pequeñísima” galaxia, parte del polvo de estrellas en que está sumergido el hombre, se originó hace 10 mil millones de años, y a ella pertenecen 400.000 millones de estrellas, entre las cuales está nuestro sistema solar que apareció hace 5 mil millones de años. Por la fuerza inercial generada por la Gran Explosión y que todavía persiste como mayor que la fuerza centrípeta del universo llamada gravedad (y que hace que las galaxias se separen entre sí cada vez más), aparece la tierra aun inerte y sin vida, miles de años después. Es un exoplaneta del sistema solar, colocada en una órbita ideal, que la hace compatible con la vida, no es demasiado fria ni demasiado caliente. El sol es nuestra estrella, proporcionalmente pequeña en relación con los otros billones, cada una de las cuales con sus propios exoplanetas, y con la posibilidad teórica de que en algunas, quizá muchas de ellas, exista vida, y vida inteligente. Hawkings pedía que no hiciéramos mucho ruido, pues si llegaban extraterrestres, nos aplastarían como hormigas y se llevarían lo que necesitaran. Como que somos las cucarachas del universo.
La astrofísica es una ciencia que cuenta con tecnología cada vez más más moderna, impulsada por científicos hace más de un siglo, entre los que sobresalen físicos teóricos como Einsten y su teoría de la relatividad, los quantums y la física cuántica que inició Max Planck (y que trata del comportamiento de la materia y de la energía), los agujeros negros de Hawkings, la materia-antimateria, el multiverso, los universos paralelos, el bosón de Higgs o de Dios, etc. Para estudiar esto funciona un enorme laboratori en Suiza, que genera datos muy interesantes, más un número limitado de megatelescopios (como el de Hubble en California), ubicados en partes clave de la tierra. La materia puede multiplicarse o dividirse muchísimas veces, dando lugar a un interesantísimo universo de cosas macro y micro. Ya no es el átomo lo más pequeño.
En ese reino mineral se encontraron los constituyentes químicos prebiológicos, que de alguna manera iniciaron un esbozo de metabolismo anaeróbico al igual que la aparición de los primeros aminoácidos. La posterior presencia del oxígeno, del CO2 y de la capa de ozono, da lugar a la vida aeróbica, precursora de la fauna, flora y psiquismo del hombre, precedida siempre de la etapa anaeróbica, y antes de ella de la presencia de energía calórica y lumínica, del movimiento que se observa después del big bang. Ese viejísimo mundo de Sagan es entonces el cosmos, y el análisis de cuanto en él sucede y ha sucedido, la cosmovisión. La vida más moderna está entonces en esa tierra que ya respira, y esos primeros seres con ADN y con intercambio gaseoso aparecerán en el agua, en los mares primitivos de hace 4 billones (4000 millones) de años, dice el historiador José Pijoan. Y ante este conocimiento, que luce como infinito ¿qué dirían los grandes filósofos de la Grecia antigua?
Los primates, como mamíferos que son, estaban ya en el periodo terciario y tal vez allí se separaron los monos póngidos de los homínidos. Para que luego apareciesen el Australopithecus y el Pitecanthropus (el hombre más primitivo), el hombre de Neardenthal, el de Cromagnon y el hombre moderno, que sobrevive entre glaciares y diluvios. Diremos entonces con el historiador José Babini, que la enfermedad precede al hombre prehistórico, pues es una forma de vida. Este hombre prehistórico, con su primitiva idea de bien y mal, de dioses y demonios, empieza a interpretar la patología con su fondo mágico-religioso, a ejercer la medicina con sus magos, sacerdotes o curanderos, y los procedimientos quirúrgicos con las trepanaciones prehistóricas, que sacan de la cabeza los elementos del mal, los demonios. Estamos ya en las edades de piedra, bronce y hierro de Europa y en el medio oriente nos aprestamos a entrar a la historia, con la aparición de la escritura cuneiforme y de los jeroglíficos (Sumerios y Egipcios). Es la historia que conocemos del hombre, que ha dejado de ser cazador-recolector, que empieza a ser agricultor, y a vivir en pequeños pueblos y ciudades. En ese pequeñísimo margen, de unos 3000 años, aparecen las religiones en el oriente, que buscan explicación a las grandes preguntas, a la vida, la muerte y los fenómenos naturales, y que constituyen un código de ética. El hombre es el mamífero con cerebro más desarrollado, que a diferencia de otros animales sabe que va a morir, es creativo y se interesa en un más allá. Esto en medio de la ecología, de la evolución y de la supervivencia del más fuerte. Pero es necesaria la ética, pues la invención sin límites nos llevará a la manipulación genética infinita, a la inserción de chips, a la robótica extrema, a la ciencia ficción hecha realidad… El hombre quiere conocer más, cada vez más, viajar entre planetas y entre galaxias, hasta encontrar amigos, o ¿terribles enemigos?
Pensemos sólo por un instante en las galaxias más lejanas de este universo, a unos 10 mil millones de años luz de nosotros, y preguntémonos como lo hace Jostein Gaardner en “El mundo de Sofía”:¿Habrá vida allá y por tanto, enfermedad? ¿Cómo serán esas civilizaciones y sus avanzadas tecnologías? “Es triste ver al hombre que lumbre y lodo encierra”, dice el poeta, “tocada la sandalia con polvo de la tierra, tocada la pupila con resplandor del cielo”. Ese hombre es polvo de estrellas, con una historia, al tiempo antigua pero también reciente, siempre imbuida de muerte y vida, de guerra y paz, de dolor y alegría, de enfermedad y sanación.
El Dr. Alfredo Jácome Roca es Internista-Endocrinólogo. Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina, Fellow del American College of Physicians y Miembro Honorario de la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo.
Editor Emérito de la Revista MEDICINA.