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Además, el literato, sobre todo en su obra maestra, El Quijote, solía recurrir al uso de diferentes preparados de botica, como bálsamos, ungüentos, bizmas, emplastos y aceites reparadores, básicamente para el manejo terapéutico de las heridas, golpes y traumatismos sufridos por los protagonistas. Y entre todas ellas, cabe mencionar el salutífero y eficaz bálsamo de Fierabrás.

Los bálsamos eran medicamentos de uso tópico muy empleados durante el Renacimiento, fabricados con sustancias aromáticas y destinados a curar heridas y llagas, aunque en el caso que nos ocupa, su administración tiene lugar por vía oral.

Un remedio mágico

El bálsamo de Fierabrás, al margen de la terapéutica médica convencional, pertenece al conjunto de remedios mágicos de la literatura caballeresca medieval. Según la tradición compilada en la Historia Caballeresca de Carlomagno, Fier-a-bras, “el de brazo feroz”, era un gigante sarraceno, hijo del emir Balante, señor de las Españas, que portaba en su caballo dos barriles con bálsamo sustraídos en Jerusalén, y procedentes del que había sido empleado en la sepultura de Jesús.

En el transcurso de un combate, el gigante perdió los barriles, que fueron encontrados por su enemigo Oliveros, uno de los Doce Pares de Francia, quien bebió del bálsamo y curó de sus heridas mortales. Hay que tener presente, en este sentido, que una versión de este cantar adquirió una cierta popularidad en la España del siglo XVI, al publicarse en Sevilla una traducción al castellano del mismo.

La panacea para cualquier problema de salud

El bálsamo es presentado por Cervantes, en boca de Don Quijote, como una especie de panacea para cualquier problema de salud, y constituye el único preparado medicinal que surge de la fantasía del autor en toda su obra.

Este remedio estaría compuesto, según se relata en El Quijote, por aceite, vino, sal y romero, siguiendo un proceder habitual en la práctica de la farmacia de la época, a saber, la mezcla de varios simples medicinales, tres de procedencia vegetal y uno mineral, para obtener un compuesto, al estilo de las famosas triacas.

La elaboración del bálsamo también es descrita por Don Quijote; los cuatro componentes (“simples”) deben ponerse al fuego en una olla y cocer durante largo rato, para finalmente el producto (“compuesto”) ser vertido en una alcuza de hojalata, sobre la que decir, a modo de ensalmo, “más de ochenta paternoster y otras tantas avemarías, salves y credos, acompañando a cada palabra una cruz a modo de bendición”, imprescindible para que el bálsamo sea eficaz.

Entre los ingredientes del bálsamo de Fierabrás, destaca el romero, una hierba a la que se le han atribuido abundantes propiedades terapéuticas, siendo su popularidad tan amplia durante el siglo XVI, que se incorporó a la farmacopea española llevada al Nuevo Mundo. Perteneciente a la familia de las Lamiaceae, el romero (rosmarinus officinalis) es un conocido colerético, característica que ha sido parcialmente confirmada en experimentación animal, así como diurético y espasmolítico, debido a uno de sus componentes; el borneol.

Propiedades estimulantes

También son manifiestas sus propiedades estimulantes. Durante el siglo XVI, el romero entró a formar parte de la composición de numerosos preparados, algunos de tipo cosmético, como el Agua de la Reina de Hungría, y otros medicinales, como los bálsamos de Opodeldoc, de Porras, de Aparicio o el bálsamo tranquilo.

Por su parte, el aceite, en la práctica de la botica renacentista, se usaba habitualmente para la disolución de principios activos, en la elaboración de ungüentos, linimentos, etc… El aceite esencial también posee, in vitro, propiedades antibacterianas y antifúngicas. En Francia, el aceite de oliva se ha empleado, en el marco de los usos tradicionales, en el tratamiento de trastornos digestivos, para facilitar la función urinaria y digestiva, y como colerético, colagogo y laxante.

El vino “ni guarda secreto ni cumple palabra”

Con respecto al alcohol, el propio Don Quijote apunta, en un consejo a su escudero:

“Sé templado en el beber, considerando que demasiado vino ni guarda secreto ni cumple palabra”.

En este sentido, el uso moderado de alcohol no destilado se ha asociado históricamente a benéficos efectos tónicos y cordiales. En la actualidad, aún se continúa utilizando el alcohol de romero para el alivio tópico de zonas doloridas.

Algo parecido también se puede leer en El Quijote, cuando un cabrero, mediante un emplasto con romero y sal, logra curar la herida de la oreja del caballero:

“Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad”.

La destrucción de los Cueros de Vino hecha por Don Quijote quien, todavía dormido, los toma en la Venta por Gigantes ( Jérôme David, entre 1650 y 1652). Biblioteca Digital Hispánica – BNE

Todos estos conocimientos de la materia terapéutica y de las plantas dotadas de virtudes medicinales por parte de Cervantes pueden proceder, según hemos defendido en numerosas publicaciones, de la lectura del Dioscórides del médico segoviano Andrés Laguna. Un ejemplar de esta obra, considerada como el referente en esta materia durante siglos, existía en la biblioteca particular del autor alcalaíno, posiblemente herencia paterna.

Esta hipótesis se justifica en el empleo, por parte del literato, de descripciones similares a las aportadas en esta obra científica e incluso, en algún caso, también de citas casi literales de los comentarios de Laguna. Si Cervantes leyó a Laguna, no es de extrañar que adoptara estos dos ingredientes, fundamentalmente el romero, tan alabado terapéuticamente por el médico segoviano, como elemento de su fantástico y salutífero bálsamo.

Un comentario vertido en El Quijote da pie a pensar que Cervantes habría leído este tratado:

“Con todo respondió Don Quijote, tomara yo ahora más aina un quartal de pan o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el Doctor Laguna”.

No obstante, también es posible que la receta del bálsamo de Fierabrás descrita por Cervantes estuviese basada en formulaciones reales disponibles en su época. De hecho, se atribuye al médico portugués Petrus Hispanus, futuro papa Juan XXI, la redacción, a partir de 1272, de un libro titulado Thesaurus pauperum, en el que se recoge una fórmula muy parecida (cocción de romero en aceite de oliva) con los mismos fines; la obtención de “un ungüento muy precioso y muy virtuoso”.

“Verasme quedar más sano que una manzana”

Otra alternativa es que hubiera conocido, durante su estancia en Italia, una especie de panacea para el tratamiento de múltiples enfermedades, esta vez de uso real y no figurado, denominada bálsamo de Fioravanti, muy de moda durante el siglo XVI y que estaba compuesta por trementina, incienso, mirra, resina, clavo, jengibre, canela, laurel, etc., todo ello previamente macerado en alcohol. Dado que a este bálsamo se le atribuían propiedades milagrosas, sobre todo en el tratamiento tópico de las heridas, bien pudiera ser que sirviera de inspiración a Cervantes para idear su bálsamo de Fierabrás, con diferentes ingredientes, pero con la misma intención.

El ingenioso hidalgo, incluso, llega a indicar la pauta posológica del preparado: si en alguna batalla “me han partido por medio del cuerpo”, solo será preciso juntar cuidadosamente las dos mitades “antes que la sangre se yele” (se coagule) y “me darás de beber sólo dos tragos del bálsamo y verasme quedar más sano que una manzana”.

Don Quijote, maltratado por los pastores, tumbado sin sentido y vomitando el bálsamo de que se había valido, inspira a su Escudero a hacer lo mismo (Jérôme David, entre 1650 y 1652). Biblioteca Digital Hispánica – BNE

Efectos: vómito intenso, sudor, fatiga y profundo sueño

Y del mismo modo, son descritos sus efectos: inicialmente un vómito intenso, seguido de gran sudor y fatiga y posteriormente un profundo sueño. Al despertar, tres horas después, el efecto reparador era tan marcado que el hidalgo creyó estar completamente curado.

En este sentido, hay que tener presente que, durante el Renacimiento, el proceder terapéutico estaba marcado por el galenismo, corriente que defendía el uso de purgantes y eméticos para eliminar los humores morbosos.

De esta forma, el vómito permitiría la recuperación de la eukrasía, es decir, la correcta mezcla de humores en que se fundamentaba la salud, justo lo que le sucedió a Alonso Quijano tras tomar su dosis de bálsamo de Fierabrás.

Sin embargo, tal vez el verdadero efecto farmacológico del preparado estribase en su capacidad para inducir un “profundo sueño”, responsable del posterior efecto reparador.

De hecho, desde el siglo XIX comenzó a documentarse científicamente como los enfermos psiquiátricos, sobre todo los maníacos y psicóticos, obtenían una gran mejoría y se encontraban más relajados los días posteriores a un adecuado descanso.

Fruto de la fantasía cervantina, se nos presenta el bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura. Su estudio histórico es muy sugestivo, pero debemos manejarnos con suma precaución para evitar, siguiendo las palabras de Hernández Morejón, “el gran riesgo de inventar y construir más allá de lo que realmente hay en las páginas que se estudian”.

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