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Por Álvaro Bustos González*

Primero fue el estudio de Mattar y colaboradores, quienes hallaron una seroprevalencia para SARS-Cov-2 de 57.2% en varones y 54.4% en mujeres, en la ciudad de Montería, en una muestra al azar que incluyó a 1.368 adultos. Luego apareció un informe preliminar del Instituto Nacional de Salud en el que la prevalencia de anticuerpos para SARS-cov-2 varía según la capital: 60% en Leticia, 55% en Barranquilla y 27% en Medellín. En Suecia, por ejemplo, donde no hubo confinamiento, la seroprevalencia es de 16% por estos días, y en Vanderbilt University Medical Center, en Nashville, Tennessee, USA (JAMA, sept. 17, 2020), donde evaluaron la seropositividad en personal de la salud, encontraron que a los dos meses el 58% de quienes habían dado positivos ya no tenían anticuerpos detectables en la sangre.

Muchas elucubraciones se podrían desprender de estos datos, que no son ni podrían ser coincidentes. Bien sabido es que en la investigación científica todo problema resuelto, o aparentemente resuelto, acarrea nuevas incertidumbres. En la India, vamos al decir, publicaron un estudio en el que los autores concluyen que los anticuerpos contra el dengue, en áreas endémicas, protegen contra el coronavirus SARS-Cov-2, pero esto no se pudo replicar en Brasil ni en México. De modo que no hay que extrañarse por la disimilitud de resultados que se han obtenido en el país con los estudios de seroprevalencia mencionados. Lo que sí es importante aclarar es que las pruebas serológicas, por su naturaleza intrínseca, pueden dar falsos resultados, tanto positivos como negativos, y que su interpretación, más cuando nos dicen que la tendencia de estos anticuerpos es a declinar en un lapso de 60 días, exige cautela.

Un punto clave en este tema es poder discernir si otros anticuerpos, derivados de infecciones previas por otros coronavirus o por otros virus respiratorios, pueden influir en los resultados, lo cual es perfectamente factible. Otro aspecto es el relacionado con la intensidad de la infección aguda, puesto que a mayor gravedad parece que los anticuerpos duran más tiempo. En las infecciones leves, todo indica que las defensas humorales tienden a languidecer pronto. 

Ahora bien, si nos atenemos al estudio de Mattar y colaboradores, y tomando como base la población de Montería, querría decir que durante el pico de la pandemia se infectaron cerca de 275.000 personas, sin contar niños, que no estuvieron incluidos en la muestra. Si asumimos como cierta la asociación entre infección grave y persistencia de anticuerpos, y le conferimos a la enfermedad una letalidad de 0.6% (OMS), aquí habría habido 1.650 fallecidos, que es la cifra global del departamento, porque en el municipio sólo se cuentan 836 defunciones. Pero si partimos de los casos, 16.976 en Montería, aparece una letalidad de 4.92%, cifra que luce desproporcionada. Por eso valdría la pena que se repitiera el estudio ajustando variables, para de esa forma cuantificar un poco mejor el riesgo de rebrote. 

En relación con la inmunidad de rebaño, vale recordar que esta suele ser secundaria a la aplicación masiva de vacunas, no a infecciones sintomáticas o asintomáticas, y que no sería prudente entregarle el control de esta pandemia al añorado y elusivo rebaño. 

La recomendación que hacemos desde la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Sinú -EBZ-, es la de seguir manteniendo, estrictamente, los principios del autocuidado (distancia física, uso de mascarilla y lavado frecuente de manos), porque, de hecho, no está la magdalena para tafetanes. 

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Álvaro Bustos González es Decano de la facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Sinú.

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