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El académico Roberto Estefan Chehab nos ha remitido esta columna, publicada originalmente en EL QUINDIANO, de Armenia, Colombia.
No está bien seguir enredados en esa maraña inentendible de argumentos irracionales, agresivos, autómatas. Estamos totalmente polarizados y así, cada cual defendiendo muchos indefendibles, dejamos pasar el tiempo, que no vuelve, la vida que nos va quedando, en peleas absurdas que, como toda guerra, dan al traste con la verdadera esencia de los problemas que nos agobian encauzando nuestra energía a mantener una sin razón que se vuelve personal, pasional y parasita ¿Cuantos insultos y rencillas personales podemos contabilizar diariamente en las redes sociales por cuenta de diferencias de ópticas respecto al mismo problema? y muy doloroso si se analizan más concienzudamente casos puntuales, miles de ellos, donde las personas ni siquiera se conocen y ya se han lanzado una cantidad de improperios públicamente; han abonado una enemistad que no tiene sentido.

Tal vez deberíamos parar y hacer reingeniería de esos procesos de interacción social que se multiplican exponencialmente aprovechando las nuevas tecnologías. Las personas siempre han aprendido a aprovechar las herramientas para lucrarse de ellas poniendo en primer plano sus necesidades personales, por eso el decir popular: “media humanidad vive de la otra media”, que traducido de alguna manera deja entrever la antropofagia en la que fácilmente cae nuestra naturaleza “espiritual” y para bautizar con una palabra a esa aberración le acuñamos el término de “egoísmo”. La falta de solidaridad y la frialdad en los corazones son los hijos de esa aberración: ahí se destapan las verdaderas calidades de las personas, ahí se conoce al amigo o al no amigo – sin que sea necesariamente enemigo – pero si se destapa la comedia humana: a la hora de combatir lo que no es claro, lo que es injusto, lo que no huele bien muchos se lavan las manos y se tapan el rostro para alejarse, sin que necesariamente sea una declaración de guerra: simplemente “no es mi problema o no me conviene o no me voy a desgastar por eso”. Y ahí radican muchos de nuestros lastres: la indiferencia que no necesariamente se combate saliendo a las calles a destruir los bienes públicos y privados para luego “encuevarse” y esperar la próxima instrucción del azuzador que generalmente está proyectando su odio y resentimiento por vivencias personales traumáticas y muy poco por amor o real solidaridad a la injusticia y desequilibrio social. Si todos pensaran así, no habría existido un Martin Luther King o un Gandhi o una Madre Teresa o un Mandela o un Jesús de Nazaret que realmente son la contraposición total a esos personajes que instigan y le apuestan a la violencia y al hambre para luego aparecer con una limosna dándole de comer con la mano, como a un animal hambriento, a un pueblo arrodillado: obviamente, ellos, los salvadores, los líderes, los “alimentadores” siempre opulentos y arrogantes.

Ya es hora de pensar y organizar un objetivo desprovisto de polarizaciones: es increíble que en cada lado haya cosas buenas, en cada pensamiento haya excelentes posibilidades y sigamos pegados en la misma rueda de insultos y oscurantismo. Podemos fabricar un modelo social colombiano, innovador, nacido de la sinergia y no del odio, de la proactividad y no del oposicionismo consumado. Un modelo que nos copien otros y dejar de copiar y repetir anacronismos paradigmáticos absurdos que nos tienen girando en un círculo sin rumbo. Hay que educarnos bien, sin influencias ni “lavados cerebrales” heredados de otras culturas, de otros pensamientos, de otras camisas de fuerza y traducidos en inmensa mediocridad y agresividad. ¿O es que no hay más creatividad ni más posibilidades que los polos de hoy?

restefan@gmail.com

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