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María Paz García-Vera, Universidad Complutense de Madrid

 

En los últimos días, los terremotos de Turquía y Siria han vuelto a mostrarnos el efecto más mortífero de los fenómenos de la naturaleza. Hemos sido testigos de las imágenes esperanzadoras de los rescates que han sido difundidas por los medios y redes, pero también de las imágenes de destrucción, muerte y sufrimiento. Por eso es lógico preguntarse cómo sobrevive una persona tras quedarse atrapada bajo los escombros y qué repercusiones psicológicas pueden sufrir después.

La psicología es una de las disciplinas que ha estudiado en profundidad cómo reaccionamos los seres humanos ante un acontecimiento que pone en peligro nuestra vida o las de los demás.

Estas reacciones implican respuestas fisiológicas inmediatas, que se pueden ir modificando en el corto, medio y largo plazo. Comprender este sistema de respuestas complejas que priorizan la supervivencia es clave para entender cómo reaccionan las personas en estas situaciones extremas y para poder ayudarlas.

 

Mecanismos de supervivencia bajo los escombros

Cuando la prioridad es sobrevivir, activar nuestro metabolismo al máximo puede darnos la fuerza para excavar con nuestras propias manos o escalar entre los escombros. En tal caso, será muy probable que centrar nuestra atención en ese pequeño espacio por donde entra la luz de las linternas de los rescatadores, obviando todo lo demás, nos guíe hacia la salida, o nos permita dirigir de forma efectiva nuestros gritos o golpes de ayuda para que puedan ser oídos.

Si estamos atrapados, sin poder movernos, entonces la desactivación de todo lo no imprescindible nos ayudará a reservar los pocos recursos que nos queden para mantenernos vivos. Son muchas las respuestas humanas que se activan o desactivan para priorizar el hecho de seguir viviendo.

La ansiedad, emoción que nos alerta de los peligros y nos hace protegernos más, también nos ayuda de manera inestimable a sobrevivir. Si el tiempo en el que estamos atrapados en los escombros se prolonga, y la falta de control sobre la situación nos hace sentirnos indefensos y al arbitrio del destino, centrar nuestra atención en lo que podemos controlar, como nuestra respiración o nuestros pensamientos, también puede ayudarnos a mantenernos vivos.

Por eso, cuando consiguen alcanzar el objetivo y salir de los escombros, vemos esos rostros de alivio, alegría o agradecimiento que han dado la vuelta al mundo en las redes sociales y los medios de comunicación.

 

¿Qué consecuencias psicológicas deja una experiencia así?

Muchas de las reacciones adaptativas que los seres humanos ponen en marcha para sobrevivir a una experiencia así pueden provocar que la persona, durante los días, semanas o meses posteriores, siga alerta, con dificultades para dormir, con sobresaltos, en tensión, incluso cuando el peligro ya ha desaparecido.

La ansiedad que nos ha protegido de peligros puede generalizarse a situaciones que ya no son peligrosas y hacernos demasiado temerosos incluso cuando nos hemos desplazado a otras regiones del país y estamos en una nueva vivienda totalmente segura. Por ejemplo, cualquier ruido fuerte o cualquier pequeño temblor provocado por un camión que pasa cerca de la nueva vivienda pueden provocar una elevadísima respuesta de ansiedad, incluso un ataque de pánico.

Y otras reacciones que fueron adaptativas al principio, como evitar enfrentarnos de golpe a todo lo que nos ha pasado y lo que significa –la pérdida de seres queridos, del hogar, de nuestro trabajo–, pueden convertirse posteriormente en un problema cuando hay personas que dejan de sentir emociones, felicidad, alegría o satisfacción por un tiempo prolongado.

Hay más respuestas adaptativas que también pueden generar problemas si se mantienen a medio y largo plazo; por ejemplo, las imágenes de los cadáveres en su camino hacia la luz de las linternas de rescate. Al no ser procesadas de forma adecuada en su momento, pueden aparecer en los días posteriores de forma angustiosa y recurrente. Experimentamos la normal necesidad de reconstruir lo ocurrido y convertirlo en recuerdos integrados en nuestra memoria autobiográfica.

También aumentan la desconfianza y la sensación de perder el control sobre la propia vida. Algunas personas no dejarán de preguntarse por qué. Y con las preguntas, la culpa por haber hecho tal o cual cosa, o por no haberla hecho, o por sobrevivir mientras otros no han podido.

Mientras, de fondo, una profunda tristeza irá en aumento mientras se adaptan a la nueva realidad que les ha tocado vivir. El aislamiento, el silencio, el no querer contar, la sensación de desapego de los demás y el darse cuenta de que nadie puede ponerse en su lugar serán otras de las reacciones psicológicas que con frecuencia tendrán en los próximos días o meses.

Niñas supervivientes del terremoto en Osmaniye, Turquía. Wikimedia Commons / Onur Erdoğan (VOA)

 

Especial atención a los menores

Los niños y las niñas son especialmente vulnerables, ya que esta experiencia les pilla cuando empiezan a desarrollarse como personas, a establecer sus creencias sobre el mundo, sobre sí mismos y los demás y a regular sus emociones. Sus reacciones, al ser diferentes de las de los adultos, pueden pasar inadvertidas o no ser abordadas adecuadamente.

Sin embargo, pese a la dureza de los acontecimientos y a que las respuestas inicialmente adaptativas pueden convertirse en disfuncionales si se enquistan, es previsible que la mayor parte de las personas se recuperen del terremoto sin problemas psicopatológicos y puedan seguir con sus vidas.

La psicología ha desarrollado intervenciones de primeros auxilios psicológicos, guías de autoayuda y tratamientos psicológicos tempranos y a medio y largo plazo que son eficaces y útiles para fortalecer a estas poblaciones y reducir al máximo esos efectos adversos. En estos momentos de dolor es importante que la sociedad entera recuerde lo que la psicología ha demostrado con una gran solidez: que el apoyo de los demás cuando ocurren estas tragedias es uno de los principales protectores para que las víctimas se recuperen lo mejor posible.


Este artículo fue publicado previamente por la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).The Conversation


María Paz García-Vera, Catedrática de Psicología Clínica, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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