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Jara Pérez Jiménez, Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN – CSIC)
“Incluye quinoa en tu desayuno”. “Pásate a la sal rosa del Himalaya”. “Acaba con el colesterol con las semillas de chía”. Es probable que hayamos escuchado estas y otras recomendaciones similares en los últimos tiempos. Pero ¿hay que darles crédito?
En ocasiones nos parece que un alimento exótico es, por su novedad, automáticamente mejor que cualquier otro que hayamos consumido tradicionalmente. Sobre todo si se acompaña de historias que nos hablan de tradiciones milenarias de consumo por parte de otras civilizaciones.
Sin embargo, la realidad es que estos alimentos son más humildes de lo que creemos. El aparentemente novedoso kale, del que todo el mundo habla, no es más que col rizada, una verdura tan recomendable como cualquier otra pero conocida tradicionalmente en Escocia como ‘la espinaca de los pobres’.
No solo le ocurre al kale. En general, desde el punto de vista nutricional, todos los alimentos exóticos de moda suelen ser equivalentes a otros que llevamos siglos consumiendo. Incluso en ocasiones pueden ser menos beneficiosos o hasta perjudiciales para salud.
Buenos perfiles nutricionales, pero similares a alimentos tradicionales
La quinoa ha pasado de ser una desconocida a ser un alimento omnipresente en restaurantes. Se trata de un pseudocereal, lo que implica que botánicamente no es un cereal, pero la usamos como si lo fuera. Por su alto contenido en proteína y fibra es muy interesante nutricionalmente, pero no más que el garbanzo, que aporta los mismos nutrientes.
Lo mismo se aplica a otros superalimentos exóticos, como las bayas de Goji o el amaranto: composiciones nutricionales interesantes, pero similares a las de alimentos tradicionales.
Obviamente, cada alimento tendrá sus propias particularidades. Pero si aseguramos una alimentación saludable, rica en alimentos de origen vegetal, podremos alcanzar los niveles necesarios de cualquier constituyente sin tener que recurrir a alimentos de orígenes remotos ni hacernos expertos en manejar las tablas de composición de alimentos.
Sin estudios sobre sus beneficios en salud… o con efectos adversos
Mas allá de la composición, es necesario realizar estudios donde se prueben los efectos en la salud de un alimento, que son el origen de las recomendaciones nutricionales. Muchas de las frases que escuchamos sobre las supuestas propiedades de estos nuevos alimentos se asumen a partir de su composición, pero no se han comprobado.
Ese sería el caso del té kombucha, que se obtiene tras de una fermentación del té. Puede considerarse como una alternativa más saludable a otras bebidas carbonatadas por contener menos azúcar (aunque este componente sigue presente) y porque, al venir del té, tiene los compuestos beneficiosos de este. Pero lo cierto es que en estos momentos no existe una evidencia contrastada que muestre efectos beneficiosos del consumo de kombucha.
Para otros alimentos supuestamente saludables se han hecho experimentos que, paradójicamente, han sacado a la luz efectos adversos. Es el caso del aceite de coco, que se promociona como una grasa saludable. La realidad es que varios estudios han demostrado que sus efectos en el colesterol son peores que los de otras grasas de origen vegetal. Y, por cierto, es mucho más caro que el mejor aceite de oliva virgen extra que podamos adquirir.
Ni demasiado edulcorante ni demasiada sal
Hay alimentos que deberíamos evitar, procedan de donde proceda. Es el caso de los supuestos edulcorantes “saludables”, como el sirope de agave, o de las sales “ricas en minerales”, como la sal rosa del Himalaya. Lo cierto es que tanto los edulcorantes como la sal son componentes que es aconsejable reducir en nuestra dieta, sea cual sea su origen.
Es importante recordar que cualquier sirope (al igual que la miel y los zumos) se encuadra dentro de la definición de la Organización Mundial de la Salud de “azúcares libres”. Que, por cierto, son los que debemos reducir en nuestra dieta por sus efectos negativos en salud. Esta recomendación excluye el azúcar presente de forma natural en la fruta cuando la consumimos sin procesarla.
En cuanto a los minerales en la sal rosa del Himalaya, para consumir el calcio que obtenemos tomando una lata de sardinas en aceite, tendríamos que tomar !600 gramos! de esta sal. Es decir, aunque es cierto que esta sal contiene más minerales que la común, son porcentajes despreciables. ¡Y menos mal, porque también contiene plutonio!
Por tanto, si nos apetece podemos incluirla en alguna receta, pero teniendo claro que su consumo debe ser tan restringido como el de la sal común.
La próxima vez que escuchemos hablar de un “superalimento” (término del que no existe ninguna definición legal ni científica, miremos primero si está en una categoría saludable (por ejemplo: la fruta, sí; cualquier edulcorante, no). A continuación, pensemos que seguramente existe un alimento tradicional con una composición similar y, dicho sea de paso, mucho más barato.
A partir de ahí, es nuestra elección consumirlo o no. Pero recordando que lo importante siempre es que la dieta sea saludable en su conjunto y no que le añadamos unas pinceladas de productos saludables, por muy exóticos que sean.
Jara Pérez Jiménez, Doctora en Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Científico Titular en el Departamento de Metabolismo y Nutrición del ICTAN-CSIC, Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.