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El academico Carlos Corredor Pereira dijo en una columna escrita para el diario La Opinion que es importante recordar lo que pasó durante la epidemia de polio en 1952, cuando se inventaron los ventiladores.
“La necesidad es la madre de la industria”, reza el refrán popular que nos enseñaron cuando niños. Emilia Pardo Bazán afirmaba que en los refranes se resume la sabiduría popular que ella llamaba ‘filosofía parda’. Y ésta no es sino el compendio del conocimiento acumulado a través de experimentos naturales que se han sucedido por generaciones. Es esa sabiduría ancestral la que no podemos ignorar. Leyendo “Un Recetario Franciscano del Siglo XVIII” publicado por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ACCEFYN) encuentro la siguiente receta para el tratamiento de la pulmonía: “Tómese […] de conserva vieja de rosas cuatro onzas, de quina en polvo una onza[…]” La quina que se ha utilizado para combatir el paludismo, es la fuente natural de la hidroxicloroquina que ha sido usada por médicos en Estados Unidos y Europa, no sin controversia, para el tratamiento del SARS-CoV-2.
Ante una situación en la que la sabiduría oficial nos dice que la causa de muerte de la mayor parte de los pacientes de coronavirus es debido a la incapacidad de respirar, es decir, de llevar aire a los pulmones, es importante recordar lo que pasó durante la epidemia de polio en 1952 en Dinamarca.
Un recuento completo acerca de la historia de la respiración mecánica se encuentra en “Medicina Intensiva, 2012”. Copio de la revista: “[…] el profesor (Alexander) Lassen tomó la audaz e innovadora solución de ventilar manualmente a los pacientes víctimas de polio bulbar, a través de una traqueostomía y conectando una bolsa de goma que proveía la presión positiva necesaria para la normal expansión pulmonar. La bolsa era conectada a un tanque con una mezcla de oxígeno y nitrógeno, que además conectaba con un dispositivo que contenía una sustancia amortiguadora de dióxido de carbono […] (la bolsa era manipulada) por estudiantes de medicina y odontología, quienes trabajaban en turnos de seis a ocho horas apretándola intermitentemente durante todo el día. En el pico de la epidemia, setenta pacientes eran ventilados manualmente durante las 24 horas, y requerían tres o cuatro cambios de estudiantes-ventiladores en un día. […] un informe indica que alrededor de 1.500 estudiantes en total tomaron parte de esta actividad, con un total de 165.000 horas de trabajo. […] la mortalidad de los pacientes con polio bulbar se redujo notablemente (del 87% al 25%) y, por otro, la historia de la ventilación mecánica y los cuidados respiratorios tomó un camino diferente a partir de entonces.”
Este fue el origen de los ventiladores que actualmente son parte fundamental de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI). Ante la falta y precio de los ventiladores comerciales, nuestras universidades entendieron el problema fisiopatológico y mecánico y la de Antioquia ya está en fase de producción en línea. Pronto se le unirán La Sabana y El Rosario; nuestra Universidad de Pamplona ha comenzado la etapa de valoración clínica y nuestra Universidad Simón Bolívar ya tiene prototipos. Todos los ventiladores cumplen la misma función de los extranjeros.
En la edición del 19 de abril del New York Times aparece una nueva necesidad para las UCI: las unidades de diálisis, ya que casi siempre la falla respiratoria está acompañada de falla renal. Seguramente tendremos ingenieros y médicos que se le midan a este nuevo reto con una solución efectiva y poco costosa.
En palabras de Einstein: “Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”. Pero la inventiva requiere conocimiento científico y técnico.
Nuestras universidades tienen excelentes ingenieros y científicos básicos que, en conjunto, como lo hacen en los países desarrollados, han sido superiores al reto. Una de las mejores enseñanzas que nos deja la pandemia es que tenemos muy buenos profesores en muy buenas universidades. Pero es necesario que la industria confíe y trabaje de la mano de la universidad y que juntos, con financiamiento estatal para las ciencias básicas, conviertan a Colombia en un país con desarrollo propio.