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“Comentaba el profesor Alfonso Uribe Uribe durante su reciente magistral conferencia dictada en el curso de Medicina Interna en el hospital de La Samaritana, cómo se han modificado las enfermedades desde el advenimiento revolucionario de los antibióticos, tanto que muchas requieren ya una revisión en la descripción clásica de su cuadro clínico. Sucede que el uso de aquellos ha traído como consecuencia que el conjunto propio de signos y síntomas que hacen de cada enfermedad una entidad nosológica definida, y que así consignan todos los textos de patología, se haya trastornado en tal forma que sea difícil, y a veces imposible, identificar en un momento dado cuál es ella. En la actualidad el médico se enfrenta con cuadros clínicos deformados o mixtificados por la caprichosa automedicación empírica escogida del arsenal terapéutico que entre nosotros está a la mano de quien desee alcanzarlo. La penicilina, la estreptomicina, la terramicina, la cloromicetina, la eritromicina son drogas cuyos nombres son recomendados por la generalidad de las gentes que les achacan bondad desmedida para toda dolencia, ignorando que poseen indicaciones y posología precisas y que su empleo con abusiva liberalidad convierte su poder, un tanto milagroso, en peligroso instrumento.
Se explica porque al menor asomo de enfermedad, manifestado por estado febril, o aun sin él, el mismo paciente inicia el ataque con el medicamento de su arbitraria elección, entorpeciendo el cuadro clínico al lograrse una falsa remisión de la sintomatología, pero sin quedar vencida la enfermedad, que sigue su curso de manera solapada y proteica. Combatir entonces el estado patológico, que pudo inicialmente ser sencillo, se torna en problema complicado, pues a la dificultad para acertar con el diagnóstico se añade la de su tratamiento por haber ya creado resistencia el agente causal a la droga selectiva.
(…) Para contrarrestar esta alarmante situación, creada por la ignara automedicación, las entidades médicas numerosas veces han demandado de los encargados develar por la salud pública que se tomen las medidas que la previsión indica, es decir, un control severo de expendio de drogas y medicamentos, por considerar que su libre comercio va más en perjuicio que en beneficio de la colectividad. El Estado, que es al que compete protegerla, no ha de dilatar por más tiempo la promulgación de tales medidas”.
El texto que acabo de transcribir me lo publicó EL TIEMPO en el año 1956, cuando yo me iniciaba en el ejercicio de la profesión médica. Hoy, 67 años después, el problema sigue vigente, manteniendo en ascuas a la comunidad internacional. En su edición del 2 de septiembre último, este periódico editorializó al respecto, llamando la atención sobre el compromiso que tenemos todos para frenar esta amenaza. No hace mucho, The Conversation registró el siguiente párrafo: “Un informe reciente calcula que la resistencia bacteriana a los antimicrobianos estuvo asociada con 5 millones de muertes en el año 2019, incluidas 1,27 millones de muertes atribuidas de forma directa. Estas cifras colocan a la resistencia bacteriana a los antimicrobianos como una de las principales causas de mortalidad en el mundo”.
Al leer el editorial de EL TIEMPO me remití a mi archivo y desempolvé la columna que he revivido ahora. Siendo un médico recién graduado, lejos de imaginar que ese problema iba a pervivir, alcanzando las dimensiones escalofriantes que muestran las cifras exhibidas hoy. No se trata de algo que solamente afecta a los colombianos. En el ámbito científico mundial, más que preocupación, hay consternación. Cuando se comercializaron los antibióticos (en la década de los cuarenta del siglo pasado) los luchadores contra las infecciones consideraron que por fin contaban con el soñado instrumento para vencer a sus enemigos. Infortunadamente, su uso inadecuado los ha convertido en un arma de doble filo, tal como lo demuestran las cifras mencionadas atrás. Ante esta realidad, las autoridades encargadas de velar por la salud pública tienen un desafío que deben encarar con decisión. Pareciera que desde 1956 nada se hubiera hecho para controlarlo. Increíble, ¿verdad?
Columna EL TIEMPO
El Dr. Fernando Sánchez Torres es doctor en medicina y cirugía, con especialización en ginecobstetricia.
Ha sido rector de la Universidad Nacional de Colombia, Presidente de la Academia Nacional de Medicina y presidente del Tribunal Nacional de Ética Médica.