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Blanca Obón-Azuara, Servicio Aragonés de Salud; Angel Gasch Gallén, Universidad de Zaragoza; Elisa Chilet Rosell, Universidad Miguel Hernández, and Isabel Gutiérrez Cía, Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud

 

Con frecuencia, y a menudo de manera poco consciente, quienes nos dedicamos a la profesión sanitaria tendemos a interpretar los síntomas de modo diferente en función del género de los pacientes.

Esto guarda relación directa con lo que conocemos como síntomas atípicos o imprecisos. Se trata de síntomas que no se ajustan a lo que cabría esperar en una patología determinada, tradicionalmente considerados como “inexplicables”. Aunque en absoluto lo “atípico” es inherente a las mujeres, ellas suelen mostrar más manifestaciones clínicas que no encajan exactamente con la descripción de las enfermedades que los profesionales han estudiado en los libros.

¿Exagerado? En absoluto. Desafortunadamente, en la actualidad existe un gran número de publicaciones que demuestran que no se hace el mismo esfuerzo diagnóstico ni terapéutico en función del género.

Entre otras cosas, se ha demostrado que se atribuye en exceso el síndrome depresivo a las mujeres y, sin embargo, se infradiagnostican otras patologías mentales.

En cuanto a las enfermedades del corazón, se ha observado un infratratamiento en las mujeres. Así, en ocasiones no reciben suficiente tratamiento para la hipertensión o la insuficiencia cardíaca. Esto sucede especialmente en el tratamiento del síndrome coronario agudo, tanto en su fase aguda como tras el intervencionismo coronario. Incluso se produce mayor proporción de hombres bajo tratamiento para el control de los factores de riesgo cardiovascular y mayor retraso en el acceso de las mujeres al tratamiento cardiovascular.

Por citar más ejemplos en este sentido, la intensidad de uso y la adherencia a los medicamentos depende del género de quien padece la enfermedad, y existe retraso o menor acceso a servicios especializados en las pacientes. También es más frecuente la indicación de tratamiento sintomático en las mujeres.

Todo ello se traduce en la existencia de desigualdades de género que provocan desigualdades en salud. Además, ocasionan un infradiagnóstico de patologías que en ocasiones son mortales.

 

Todo empieza con la investigación

El origen de la disparidad radica en el diseño de las investigaciones, que a menudo se realiza con la exclusión o infrarrepresentación de las mujeres en los ensayos clínicos. Con demasiada frecuencia, los resultados obtenidos sólo en los hombres son extrapolados a las mujeres.

Ya en 1993 la FDA anuló su recomendación de no incluir a las mujeres en las primeras fases de los ensayos clínicos, publicando para ello la Guía para el estudio y la evaluación de las diferencias de género en la evaluación de fármacos. Un año más tarde, el National Institute of Health realizó un cambio de política obligando a incluir a las mujeres en la investigación clínica que financiaba (o a tener que justificar su no inclusión).

En cuanto a España, la Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, hace referencias al problema. Todo ello no ha impedido que persista la limitación de las políticas de género en los ensayos clínicos.

Por su parte, las Gender considerations in the Conduct of Clinical Trial y la International Conference on Harmonization son absolutamente contrarias a la necesidad de una guía específica sobre mujeres como población especial en los ensayos clínicos.

Estas actitudes contrastan con las investigaciones realizadas en el campo de la publicidad farmacéutica, donde a menudo se seleccionan muestras no representativas en cuanto al género, reforzando la percepción de que ciertas patologías se encuentran asociadas a un determinado sexo. En la publicidad para tratamientos psicótropos se sobrerrepresenta a las mujeres, y en la de tratamientos cardiovasculares a los hombres.

 

Difusión sesgada del conocimiento

Además de todo lo mencionado, también contribuye a perpetuar esta situación la existencia de sesgo de género en la producción y la difusión del conocimiento.

En este campo existen unas notorias e históricas desigualdades de género, que se presentan en las estructuras de poder de la ciencia y en las revistas científicas. El poder de las mujeres en los órganos de dirección de las revistas es visiblemente menor. Y hay un menor número mujeres especialistas que logran posiciones médicas permanentes o puestos de dirección.

Todo ello supone una pérdida de oportunidades para la integración de la perspectiva de género en investigación, perpetuando su invisibilidad en la ciencia y en la medicina.

 

Percepción de la enfermedad en función del género

También existen diferencias de género con respecto a la percepción de la enfermedad propia. Los hombres muestran mayor predisposición a hacerse pruebas sin tener síntomas, por ejemplo para el cribado de cáncer de colon. Todo lo contrario que las mujeres, que siguen una conducta de evitación, motivada por el miedo a padecer un cáncer, que les conduce a no realizarse pruebas para que no se plantee la posibilidad del diagnóstico.

En definitiva, y a la luz de todo lo mencionado, se aprecia una falta de incorporación de los datos de género en la medicina basada en la evidencia. Si la interpretación de los factores relacionados con la enfermedad no cuentan con el matiz de género, las generalizaciones construidas bajo esta óptica enmascaran y privan a la medicina de legitimidad.

Ya se conoce que la salud de mujeres y hombres es diferente, pues existen factores biológicos que se manifiestan de forma distinta en la salud y en los riesgos de enfermedad, además de condicionantes psicosociales.

Obviarlo desde la investigación influye de una manera injusta en la salud de las personas. Porque genera un conocimiento parcial de las patologías y modos de enfermar, además de unas disposiciones cognitivas particulares que se aplican inapropiadamente a las decisiones médicas, lo que provoca errores diagnósticos.The Conversation


Blanca Obón-Azuara, Servicio de Medicina Intensiva, Hospital Clínico Universitario de Zaragoza, Servicio Aragonés de Salud; Angel Gasch Gallén, Profesor del Departamento de Fisiatría y Enfermería, Universidad de Zaragoza; Elisa Chilet Rosell, Profesora del área de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad Miguel Hernández, and Isabel Gutiérrez Cía, Servicio de Medicina Intensiva Hospital Clínico Universitario “Lozano Blesa” de Zaragoza. SALUD, Aragón, Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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