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El académico Hernán Urbina Joiro, residente en Cartagena, es llamado el doctor de los versos por la periodista Loor Naissir, en el medio digital LA OLA CARIBE.
Primero fue poeta y compositor vallenato y después médico de la Universidad del Rosario en Bogotá, donde Hernán Urbina Joiro pasó sus mejores años de juventud y conoció personalidades de la literatura y el folclor. Se especializó en Medicina Interna en el Hospital Militar Central y fue reconocido por el mejor trabajo científico en el XII Congreso Colombiano de Medicina Interna en 1992 y el mejor proyecto de investigación por la Asociación Colombiana de Medicina Interna un año después. Hizo una subespecialidad en Reumatología en el Instituto Nacional Salvador Zubirán en México y allá publicó sus trabajos científicos en las mejores revistas de reumatología y conoció la obra de Octavio Paz, que lo introdujo para siempre en el mundo literario. Ese país fue el punto de partida de sus ensayos, columnas periodísticas, cuentos y novelas. A su regreso a Colombia se radicó en Cartagena, donde ejerce su profesión como reumatólogo y se dedica a escribir.
Su libro ‘Canciones para el camino’, de 457 páginas, es una compilación de toda su vida poética con apartes de episodios biográficos. Al azar escogí un poema de dos líneas: “El tiempo puede matar estos versos, pero a mí solo tu olvido”El doctor Urbina nació en Valledupar y creció con sus padres y hermanos en San Juan del Cesar, La Guajira, Este fue el diálogo vía whatsapp con el destacado especialista, escritor, poeta, periodista y hombre de una gran humildad para reconocer todo su aporte al folclor vallenato.
¿Cuál es el mejor recuerdo de su infancia?
-Aquella noche blanca cuando descubrí por mi papá, Abel Urbina Daza, el temible poder de las palabras. Él había iniciado un relato, pero los ladridos que llegaban apurados por la brisa le perturbaban la narración. Entonces recitó:
Santa Ana parió a María,
Santa Isabel a San Juan,
con estas cuatro palabras
los perros se callarán.
Y se callaron. Aquel silencio me pareció muchísimo más largo que la copla. Me bajé apresurado de la cama para asomarme y oír por la ventana del cuarto trasero. Cuando escuché de nuevo los ladridos, repetí la misma copla, pero no funcionó. No era posible. No tenía la maestría de mi padre. Era necesario graduarse en el ejercicio de aquel temible poder.
¿Cuándo fue su primer contacto con la poesía?
-Desde que reconocí la voz de mi papá. El siempre cantaba los versos de Escalona, de Agustín Lara y sus propias improvisaciones. El tenía el poder de fotografiar con precisión cualquier escena en un cuarteto. Siempre quise ser como él.
¿Cuál fue el primer libro que leyó?
-Alicia en el país de las maravillas. Algo respiré de ese libro, siendo niño, que sigue dentro de mí y salta de vez en cuando a lo que escribo.
¿Qué le motivó para estudiar medicina?
-Por la misma razón que me inicié en la poesía a los 9 años, en la música a los 12 y después en la literatura: para entender la condición humana, aliviar y aliviarme.
¿Cómo define su poesía?
-Mis rimas que son el habla de Colombia, un habla más de sus pueblos que de sus ciudades, lo que me llena de cierto optimismo al suponer que esta Poesía escogida podría ser redescubierta cada cierto tiempo por las urbes. Si es que tengo un estilo, ese sería una cierta forma de ritmo. Camino cantando con el mismo ritmo de mi niñez. No pude tener otro. Con esa ritmicidad sigo siendo un pasado que va desbocado hacia el futuro, re-creando el ayer en imágenes para seguir siendo tiempo que se dilata perdiendo y ganando mientras repito tres palabras que abundan en mis escritos, con sus propios rostros o sus cientos de sinónimos: soledad, vuelo y camino.
¿Cuáles fueron sus primeras lecturas poéticas y qué autores influyeron?
-Fue suerte haber crecido en un pueblo donde se oía en las calles, en las fiestas o en la radio a Rubén Darío codificado en la lírica de los compositores románticos del Caribe. Creo que de Rubén Darío, que también tocaba el acordeón y el piano, se me quedó cierta musicalidad. Pero fue sólo cuando llegué a México en 1994 que empecé a cultivar mis lecturas literarias, cuando descubrí a Octavio Paz. Llegué a repetir sus textos de memoria muchas noches por su alucinante estilística, su desconcertante claridad en las ideas, la fuerza de su poesía que se colaba en la prosa. De la mano de Paz pasé a los escritores que él citaba, Rimbaud, Valéry, autores provenzales, plumas anglosajonas. Antes de 1994 prácticamente sólo leía medicina y textos griegos que sugerían mis maestros de la Universidad del Rosario, como Juan Mendoza Vega.
¿Cómo evoluciona como poeta y compositor vallenato?
-Yo no tenía idea de música hasta los 12 años. Antes cantaba como cualquier muchacho los éxitos radiales o lo que oía de mi papá. Lo mío era escribir poesía desde los 9 años en un pueblo donde los poetas tenían muy mala fama. Andaba con mis papeles en las casas de mis amigos y en el colegio hasta que un día fui objeto de burla por un poema de amor que se me cayó en el jardín de una señora vecina. Entonces le pedí a mi papá que me enseñara a hacer música y en septiembre de 1977 arranqué a componer canciones, ganando tres meses después el Festival Nacional de Compositores Vallenatos, a los 12 años. Pero nunca he dejado de escribir poesía.
¿Cuál es la obra maestra que nunca ha leído?
-Naturalmente, el segundo libro extraviado de la Poética de Aristóteles… (Risas). La vida no alcanzará para leer todas las obras maestras, pero aspiro a revisar la literatura anglosajona que aún no he leído, desde Chaucer hasta La fuente de la autoestima, el libro póstumo de Toni Morrison, que tampoco he revisado.
¿Cuántas composiciones lleva?
-No llevo la cuenta exacta. Sé, por los registros de SAYCO, que han grabado 70 obras en diversos formatos y por intérpretes de muchas partes del mundo. Supongo que hice un poco más de 70 canciones. Mis poemas sobrepasan los 200.
Háblenos de su libro…
-Canciones para el camino recopila buena parte de las imágenes que construí con palabras desde 1974, desde que era un niño aterrorizado que intentaba decir tristezas por tanta gente asesinada y por el confinamiento que me imponía el asma y la migraña. Escogí 182 poemas con la esperanza que también sean buenos compañeros para otros, puesto que a mí me ayudaron durante 45 años, una y otra vez, a volver a vivir y a seguir viviendo con valentía.
¿Tiene hábitos para escribir? ¿Cuáles son?
-Escribo casi a diario, desde las dos de la tarde hasta cerca de las seis, cuando el atardecer se hunde en el mar con las voces que oigo después del mediodía y en carrera repaso aquellas que quedaron en los textos, fijadas con el matiz de este cielo, repitiéndolas en tono alto en la noche encendida de Cartagena, desde hace 21 años. Antes de sentarme a escribir ya tengo una emoción por alguna imagen externa o en la mente, que además tiene olores, sonidos y sensaciones. Trato de describirla en un terceto o tres líneas. Luego la alargo hasta que ella misma me dice: “No me pongas más ropa. Así está bien”.
¿Raya lo que más le gusta en los libros?
-Gerald Martín, el biógrafo de Gabo, quedó fascinado cuando le conté que yo leía con tres lápices de distinto color: negro para subrayar en la primera lectura, rojo para la segunda y verde para la tercera —y generalmente— última lectura que le doy a todo libro que me gusta.
¿Tiene un rincón preferido para escribir?
-Antes escribía incluso en las cafeterías, en servilletas de papel, en cualquier sitio. Desde hace 21 años necesito ver el mar a mi frente, por el ventanal, y el cielo que se pinta caprichosamente como por la mano de Obregón o Grau, hasta que la noche ya no me deja ver ni el mar ni el cielo encendido.
¿Qué le inspira?
-Todo aquello que me saca de la tranquilidad, de un equilibrio previo, bien por ser dicha incontenible, tristeza indominable, lo incomprensible, cuestiones que necesito aclarar para serenarme, como lo aprendí a hacer escribiendo versos desde 1974.
¿Para qué o quién escribe poemas y canciones?
-Escribo para contradecir, a mi nombre y a nombre de los que comparten mis imágenes construidas con palabras, la muerte temprana de todo lo bueno, diciendo en cientos de formas: No me harás resignar que no hay para mí ninguna oportunidad en ninguna parte. La mayoría de mi obra poética, un 70%, es poesía social.
¿Su biblioteca refleja sus preferencias literarias?
-En este momento sí. Desde que regresé de México traté de ponerme al día, especialmente cuando me mudé a Cartagena en 1999. Fue un cambio drástico. Desde ese 21 de diciembre empecé a pedir literatura a Casa del Libro de España porque en Colombia era difícil obtener muchas de las obras canónicas en buenas ediciones. Las empecé a acomodar entre mis trofeos y condecoraciones por música y medicina hasta que me quedé sin espacio para los libros. Entonces eché a la basura las condecoraciones y los trofeos —sólo conservo fotos— y envié por correo mi acordeón piano a Gustavo Gutiérrez. Necesitaba sitio para las palabras de otros autores que empezaban a acompañarme a recitar o a escribir hasta cerca de las seis de la tarde. Es una biblioteca modesta, de unos 600 ejemplares, donde dominan los ensayos sobre las novelas y los poemarios.
¿Faltan muchos libros por leer?
-Poco a poco le dedico más tiempo a la literatura y a medida que intento ponerme al día, surgen decenas de nuevas lecturas obligatorias. ¡Qué la vida me alcance!
Romántico, costumbrista, nostálgico, ameno, conversador… con cuál se identifica?
-Contestaré con algunos versos de Canción de caminante (1990):
Quiero el más fuerte corazón,
por cien años lanzar mis rimas hacia el cielo,
morirme con satisfacción
de inspirarte a vivir con mis versos,
yo soy soñador
y no tengo remedio.
Y una luz quisiera encender yo
por cada amigo fiel, amigos que se fueron,
voces, quiero voces de valor
por los que continúan su sendero,
yo soy soñador
y no tengo remedio.
Hay una frase inspiradora: “Se empieza a vivir cuando se tiene un hijo, se siembra un árbol y se escribe un libro”. ¿Ha cumplido los tres?
-Sí, pero ruego para que mis hijos sean más felices que yo y contagien al mundo de poderosa felicidad, que mis árboles sembrados den buena sombra y buenos frutos para los demás, que mis libros inspiren a otros a reescribirlos y recitarlos mejor.
Qué opina del adagio que dice: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”?
-Los humanos somos seres poéticos, nuestra experiencia es a través de un lenguaje que hace de la duda una vacilación que impulse a crear, a explorar con analogías —con metáforas, con tropos—. Y la valentía de arrostrar cada día el fracaso cantando —el poema ya tiene su propia música— debe tener rasgos propios de la locura.
Un libro para recomendar…
-Guayacanal, de William Ospina.
Un consejo para escribir…
-Encontrar las mejores palabras posibles para conectar con eso que pulsa dentro y no se sabe qué es o con lo que fulgura en el horizonte, pero que no entiende. Tras descubrirlas, es bello compartir esas palabras, no tratar de imponerlas. El poeta es transgresor de su realidad e invita a otros a vestir sus imágenes transgresoras, pero no debería ser transgresor de la libertad y la convicción de otros: dejaría de ser poeta para ser ideólogo.
Defina su personalidad en 5 palabras
-Respondo con fragmentos de Una canción por el camino (2003):
Lo que yo soy no puede verse
ni a veces saberse,
sólo puede oírse en mi cantar.
Ejerce la medicina, lee, escribe poesía, compone vallenatos, recita… ¿qué más hace?
-Otros versos del anterior poema:
Yo defendí el deseo que tuve
de amar cuanto pude
mientras fue mi caminar.