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Por Fernando Sánchez Torres

Con la muerte de Manuel Elkin Patarroyo pierde la ciencia colombiana uno de sus mejores exponentes. Pese a que fue muy controvertido –con razones válidas–, su legado amerita catalogarlo como una de las figuras más descollantes de la medicina nacional. Junto con Salomón Hakim y Rodolfo Llinás conformó una trilogía de grandes investigadores, proyectados internacionalmente.

La inteligencia del doctor Patarroyo, inquieta y audaz, lo llevó a campear en terrenos de la investigación científica. Era un hombre de ciencia ambicioso, con un afán desmedido por llegar el primero a la cima. Su meta inmediata era alcanzar el Premio Nobel, lo que lo llevó a seguir atajos que a la postre lo extraviaron. Se equivocó al dar a conocer a destiempo su vacuna contra la malaria, elaborada en el Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios entre 1986 y 1988. La noticia conmocionó al mundo. Era un hallazgo sensacional. El ignorado investigador pasó a ser personaje de primera plana en todos los medios y a recibir reconocimientos académicos a montón. En un acto de generosa filantropía donó su vacuna a la Organización Mundial de la Salud, la que fue desechada poco después por no tener la efectividad pregonada.

Una de las consecuencias negativas que trajo consigo la noticia de una vacuna contra la malaria fue el consiguiente descuido de las campañas para evitar la enfermedad. La incidencia de su aparición se incrementó, tal como registran los anales del Minsalud. A partir de entonces el doctor Patarroyo enfrentó el reto de perfeccionar su vacuna y prometió que con su método descubriría otras contra muchísimas enfermedades, es decir, estaba seguro de haber descubierto una fórmula universal para hacer vacunas.

En el Instituto de Inmunología conformó un equipo con jóvenes interesados en la investigación. Con ellos se dio a la tarea de culminar lo que había iniciado en 1986, pero con una agenda más ambiciosa. Independientemente de los resultados obtenidos, el haber creado una escuela de investigadores es, en mi concepto, el gran legado de Patarroyo.

A la pregunta reiterada de los periodistas sobre el estado de su vacuna, contestaba que en un corto plazo daría la noticia de su éxito. Se quejaba, sí, del poco apoyo que recibía del sector oficial. Alguna vez amenazó con irse del país. Por su parte, los demás científicos reclamaban que también fueran tenidos en cuenta al repartir el presupuesto para la investigación. Razón tenían, pues los gobiernos de turno siempre lo prefirieron. Según cálculos oficiales, el “proyecto Patarroyo” recibió algo más de 21.000 millones de pesos en 25 años. Con su muerte, tal proyecto quedó inconcluso.

En 1988, en una de mis columnas para este diario comenté un episodio relacionado con el doctor Patarroyo y del cual fui protagonista siendo rector de la Universidad Nacional. Tuvo que ver con la intervención del presidente de la República a favor de la promoción académica del científico, a lo cual me negué por ir contra las normas de la institución. Por mi comentario me declararon enemigo suyo, olvidando que todo personaje importante está expuesto al escrutinio público. Por eso sus virtudes como sus defectos no quedan ocultos.

Demostración del reconocimiento que le tuve al científico Patarroyo quedó plasmada en el mural Homenaje a la medicina colombiana, que pinté en el 2019 en el auditorio de la Academia Nacional de Medicina, incluyéndolo como uno de los exponentes más sobresalientes de la época moderna de nuestra medicina. Luego de haberlo visto me llamó para felicitarme y agradecerme.

A pesar de contar actualmente con dos vacunas más efectivas que la suya, la malaria sigue siendo un grave problema de salud pública. En Colombia, fueron notificados 96.156 casos en 2023.

Fuente El Tiempo


Dr. Fernando Sánchez Torres

El Académico Dr. Fernando Sánchez Torres es doctor en medicina y cirugía, con especialización en ginecobstetricia.

Ha sido rector de la Universidad Nacional de Colombia, Presidente de la Academia Nacional de Medicina y presidente del Tribunal Nacional de Ética Médica.

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