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Conferencia del Académico Correspondiente, Dr. Franklin Escobar Córdoba, médico cirujano y especialista en psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en psiquiatría forense de la Universidad Nacional de La Plata y doctor en medicina de la Universidad Nacional de La Plata. Experto en medicina del sueño. Pertenece a múltiples sociedades científicas en Colombia y el exterior y ha sido reconocido con varias distinciones.
La violencia ha sido una sombra constante en la historia de la humanidad, y sólo los humanos han mostrado esa capacidad de eliminar a otros de su misma especie por razones diversas e incomprensibles. La Asamblea Mundial de la Salud reconoció la violencia como un problema de salud pública en 1996, siendo el homicidio su expresión más extrema. En 2021, se registraron cerca de 500.000 homicidios en el mundo, superando incluso las muertes por guerras y terrorismo. América Latina destaca con tasas de homicidio tres veces superiores al promedio global.
En 2002, la Organización Mundial de la Salud publicó un informe clave que introdujo el modelo ecológico para entender la violencia, considerando factores individuales, relacionales, comunitarios y sociales que pueden conducir a un joven a convertirse en homicida. A esto se suma la teoría general de la presión, propuesta por el psicólogo Robert Agnew, quien planteó que la frustración generada por aspiraciones crecientes y expectativas decrecientes podría desencadenar conductas delictivas. Bajo esta presión, algunos recurren a la violencia como válvula de escape, especialmente cuando carecen de oportunidades, hay problemas económicos o conflictos personales.
El informe mundial sobre violencia y salud clasifica la violencia como autoinfligida (comportamiento suicida), interpersonal (familia, pareja o comunidad) o colectiva (de tipo social, político o económico), siendo de naturaleza física, sexual, psicológica o relacionada con privaciones o desatención. Se observa además una correlación llamativa entre homicidios y suicidios: en regiones como América Latina y África, donde los homicidios son altos, los suicidios son relativamente bajos, mientras que en Europa ocurre lo contrario. En Colombia, el homicidio ocupa el primer lugar entre las causas de muerte violenta en 2025; según cifras preliminares del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF), ocurre más en zonas urbanas y entre hombres.
El Estudio de Desarrollo de la Delincuencia de Cambridge (Cambridge Study in Delinquent Development), liderado por David Farrington, siguió durante 24 años (desde 1961) a 411 niños entre 8 y 10 años en el sur de Londres, revelando patrones del desarrollo delincuencial. Se identificó que la mayor actividad criminal ocurría entre los 16 y 18 años, etapa en la que también actúan la mayoría de los sicarios juveniles en Colombia. A partir de los 18 años, muchos mostraron una disminución en su comportamiento antisocial, sobre todo quienes lograron formar una pareja estable y mantener un empleo. Un tercio había cometido delitos, pero solo el 6% podría catalogarse como “delincuente crónico”, pues eran responsables de casi la mitad de los delitos cometidos. Infortunadamente, 8 habían fallecido antes de los 32 años.
Los factores de riesgo detectados por Farrington fueron: conducta infantil antisocial, déficit de atención con hiperactividad, bajo desempeño escolar, coeficiente intelectual por debajo del promedio, criminalidad familiar, pobreza y padres crueles, autoritarios, con poca supervisión, separados o con conflictos entre ellos. En general, una crianza deficiente. También el acceso a armas o sustancias psicoactivas, el abuso físico y sexual y tener amigos infractores pueden contribuir al perfil. Aunque no existe un marcador biológico definitivo que prediga la conducta criminal, ciertos indicadores como la baja frecuencia cardiaca basal o la presencia de tatuajes que denotan pertenencia a algún grupo delincuencial o que funcionan como marcas de poder son aspectos analizados en este estudio.
En Colombia, aunque las tasas de homicidio han disminuido desde las décadas más violentas, aún superan ampliamente los estándares internacionales. El 45.1% de las víctimas tienen entre 18 y 44 años y en 2001, del total de personas sindicadas por homicidio, el 43% tenían entre 14 y 26 años. El fenómeno está ligado al uso de sustancias, el reclutamiento por parte de grupos armados ilegales, el fácil acceso a armas y la impunidad judicial. La teoría de la presión de Agnew cobra especial relevancia aquí, pues muchos jóvenes han sido víctimas de violencia, crecen sin redes de apoyo ni oportunidades reales, consumen sustancias psicoactivas y tienen una baja escolaridad, lo que los deja expuestos a la violencia. Iniciativas que prohíban el porte de armas y fortalezcan las redes comunitarias se presentan como medidas clave para enfrentar esta compleja realidad.
El Dr. Escobar, acompañado de diversos investigadores, a través de entrevistas, pruebas psicométricas y seguimiento en cárceles, identificó algunos patrones: muchos de estos jóvenes presentan trastornos antisociales de personalidad, impulsividad extrema, uso frecuente de sustancias, inicio temprano en el crimen y una vida marcada por el maltrato físico, el abandono y la soledad. Marcas corporales como tatuajes y cicatrices se repiten como símbolos de pertenencia y supervivencia en contextos violentos.
Un estudio de 83 jóvenes sicarios (incluidas 9 mujeres) entre los 9 y 17 años internados en el Centro Reeducativo El Redentor, comparó a estos niños y adolescentes con otros pares del mismo rango de edad, el mismo estrato social y el mismo género, y reveló que factores como la baja escolaridad, la ausencia de padres (especialmente la figura materna), haber sido criados por terceros, un elevado número de hermanos, pobre calidad de relaciones intrafamiliares, violencia intrafamiliar severa y una situación económica difícil están estrechamente ligados a su historial criminal. Casi todos permanecían más tiempo en la calle que en sus hogares, portaban armas y habían sido parte activa de pandillas. Además, muchos de ellos ya habían pasado por programas de reeducación sin éxito, reincidiendo en delitos tras recuperar la libertad.
En contraste con sistemas penales de otros países que aplican condenas severas incluso a menores, Colombia mantiene un enfoque pedagógico y progresivo. El sistema de responsabilidad penal adolescente busca la resocialización, pero enfrenta limitaciones estructurales graves, como la falta de personal capacitado, instalaciones inadecuadas y un enfoque todavía débil frente a la reincidencia. El Dr. Escobar recalca que el verdadero juicio no debe recaer solo en los adolescentes homicidas, sino también en la sociedad que los deja a la deriva.
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Intervención en: HOMICIDIO JUVENIL
Nota. Victoria Rodríguez G. Comunicaciones Academia Nacional de Medicina
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