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Por Alejandro Hernández Arango MD.
En 1877 Sir Arthur Conan Doyle conoce a Joseph Bell en la Facultad de Medicina de Edimburgo, quien sería su profesor y su inspiración para el famoso personaje de Sherlock Holmes, ya que era un médico que tenía habilidades impresionantes para realizar diagnósticos a partir de la atenta observación de sus pacientes. En la misma época en el año 1881 Luke Fildes pinta la obra maestra “the doctor” retratando la experiencia con su médico durante la muerte de su hijo mayor, debido a que se quedó con él, al pie de la cama, durante varias noches seguidas pensativo, observando, esperando y sobre todo acompañando. Este tiempo, al que algunos consideran la época dorada de la medicina clínica, tuvo también al padre de la medicina interna Sir Willian Osler, quién como nosotros, enfrentó una pandemia, en ese entonces “la gripe española”, falleciendo por causa de la misma en 1919, dejándonos un gran legado que perdura hasta nuestros días.
Claramente, la medicina del siglo XXI dista por mucho de lo que era hace 100 años. Las revoluciones industriales han tenido un gran impacto en diferentes ámbitos de la vida humana especialmente en todas las profesiones y el acto médico, no se escapa de esta realidad pues en su esencia ha tenido un cambio profundo con el desarrollo tecnológico del último siglo.
Con la llegada de la computación y la tercera Revolución Industrial el acto médico pasó de ser un ritual que se celebraba a la cabecera de la cama del paciente a una discusión basada en la evidencia realizada en una sala apartada. La digitalización de la historia clínica trajo consigo un gran cambio en el modo en que los médicos procesan los datos y también en el modo en que el razonamiento clínico se estructura en nuestras mentes, surgieron nuevos tipos de errores médicos que se perpetúan con las notas replicadas, los datos empezaron a abundar cada vez más generando una marea de información que fue transformando el tiempo dedicado a escuchar y acompañar, por un tipo de encuentro efímero que refleja la ocupada, atareada y tal vez productiva alma de nuestros hospitales, ¿una realidad quizás “menos humana” que la del siglo pasado?. Lo que si es cierto es que el cambio no fue en vano, eso sí, con el paciente electrónico manejamos una relación mucho más cercana, hoy es al que dedicamos la mayor parte de nuestra vida profesional, una publicación del 2019 de JAMA internal Medicine (1) demostró que los residentes de medicina interna pasan hasta 66% del tiempo en tareas que implican una atención indirecta del paciente relacionada con los registros electrónicos, y solo 13% del tiempo en atención directa, hablando, preguntando y examinando al paciente, el restante en otras tareas, incluyendo actividades educativas. Demostrando así, que nosotros los médicos día a día moldeamos con paciencia el “e-patient” de la misma forma en que el Dr. Jekyll a Mr.Hyde, creando un “alter ego electrónico”, mientras nuestro paciente real sentado en su cama de hospitalización se pregunta confundido: ¿Quién es mi médico tratante?
¿Podrán estos dos aspectos del acto médico convivir sin destruirse mutuamente?, lo claro ante esta situación es que nuestro paciente es tan real como el tiempo que determina nuestro encuentro con él. También está claro que no toda esta disrupción trajo consecuencias negativas, pues el advenimiento de las tecnologías de la información y la comunicación en conjunto han potenciado el desarrollo del “Big data” en salud, ha permitido avances que ni podríamos haber soñado antes, por ejemplo el estudio RECOVERY (2) un ensayo clínico adaptativo que logro conectar los datos de 176 hospitales del reino unido en tiempo real y nos ha dado algunas de las respuestas más relevantes a las preguntas sobre tratamiento que nos ha generado la pandemia en tiempo récord.
Por otro lado, cabe resaltar el papel de la historia clínica electrónica como generador de conocimiento y su papel en la educación médica al digitalizar los registros, sin embargo, se ha llegado al extremo de generar una estructuración sistemática de los datos clínicos que se implementan al usuario final en formularios interminables que generan una muralla de hasta 50 clics para prescribir una aspirina. Los franceses recientemente publicaron en La Revue de Médecine Interne (3) una declaración romántica sobre la resistencia legítima sin tecnofobia a los impactos de la informatización de las historias clínicas en el corazón de la profesión médica. De este artículo quiero citar un argumento a favor del texto médico libre como género literario y este dice: “El texto de la observación médica es una narrativa iterativa, una narrativa, extremadamente flexible y explícita, que hace posible documentar de manera integral los encuentros con un paciente al facilitar el razonamiento temporal y analítico. Este género literario particular favorece la concisión y la economía de la expresión, mientras que abarca una amplia gama de construcciones semánticas, incluyendo patrones temporales complejos y calificadores. Las historias permiten a los médicos expresar sus pensamientos de una manera precisa y con matices, expresar su grado de confianza en los datos disponibles, y sus incertidumbres a la hora de proponer un diagnóstico o un tratamiento. La génesis y el intercambio de estos textos son fundamentales, porque la práctica de la medicina se construye y conduce a través de estas historias: contar historias, escuchar historias, editar, interpretar, manipular y compartir historias.” Este argumento nos deja claro que si los médicos no miramos la historia clínica electrónica como una herramienta que debemos modelar en conjunto con los ingenieros y matemáticos para el beneficio de nuestros pacientes, jamás podremos superar la epidemia de burn-out electrónico (4) que nos aqueja y aún peor, podríamos caer fácilmente en la práctica del ludismo del siglo XXI al considerar la tecnología como la caja de pandora que contiene todos los males contemporáneos de la relación médico-paciente.
La buena noticia es que ya existen algunos avances derivados del uso de la inteligencia artificial que prometen una disrupción inversa, devolviéndonos parte del tiempo con nuestros pacientes, el cual es un tesoro que nosotros mismos hemos dejado perder, cumpliendo aquel adagio que dicta “el que solo de medicina sabe ni de medicina sabe”.
Referencias
1. Chaiyachati, Krisda H., Judy A. Shea, David A. Asch, Manqing Liu, Lisa M. Bellini, C. Jessica Dine, Alice L. Sternberg, et al. 2019. “Assessment of Inpatient Time Allocation Among First-Year Internal Medicine Residents Using Time-Motion Observations.” JAMA Internal Medicine. https://doi.org/10.1001/jamainternmed.2019.0095.
2. RECOVERY Collaborative Group, Horby P, Lim WS, Emberson JR, Mafham M, Bell JL, Linsell L, Staplin N, Brightling C, Ustianowski A, Elmahi E, Prudon B, Green C, Felton T, Chadwick D, Rege K, Fegan C, Chappell LC, Faust SN, Jaki T, Jeffery K, Montgomery A, Rowan K, Juszczak E, Baillie JK, Haynes R, Landray MJ. Dexamethasone in Hospitalized Patients with Covid-19. N Engl J Med. 2021 Feb 25;384(8):693-704. doi: 10.1056/NEJMoa2021436. Epub 2020 Jul 17. PMID: 32678530; PMCID: PMC7383595.
3. Morquin, D. 2020. “Résistance Légitime sans Technophobie : Analyse Des Impacts de L’informatisation Du Dossier Du Patient Sur Le Cœur Du Métier Médical.” La Revue de Médecine Interne. https://doi.org/10.1016/j.revmed.2020.03.011.
4. Melnick, Edward R., Christine A. Sinsky, and Harlan M. Krumholz. 2021. “Implementing Measurement Science for Electronic Health Record Use.” JAMA: The Journal of the American Medical Association 325 (21): 2149–50.
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Alejandro Hernández Arango, Medicina Interna UdeA est. Msc Salud digital y telemedicina @arangoalejo
FUENTE: AIPOCRATES