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Alejandro Cano Villagrasa, Universidad Internacional de Valencia y Nadia Porcar Gozalbo, Universitat de València
Existen infinidad de motivos por los que dos hermanos pueden discutir o pelear. Frente a las discusiones infantiles, padres y madres suelen encontrarse ante una disyuntiva: “¿Resuelvo yo el conflicto o es mejor que lo resuelvan ellos solos?”.
Para poder abordar esta cuestión, es necesario entender qué factores subyacen en las discusiones infantiles, para qué sirven y, en caso de ser necesario, cuándo y cómo intervenir.
Las emociones y el temperamento
La alegría, la tristeza, la ira, el miedo, la sorpresa y el asco son las seis emociones consideradas primarias, que existen en los humanos desde las primeras etapas del desarrollo madurativo. Esto se traduce en que las personas ya nacen con una predisposición para la comprensión y expresión de las emociones.
Paulatinamente, a partir de los tres años, aparecen las emociones secundarias que, aunque se basan en las primarias, son más complejas y están condicionadas por el ambiente: celos, envidia, empatía, orgullo, etc. Todas estas emociones tienen un papel imprescindible en la experiencia, supervivencia y desarrollo humanos; a través de ellas se va conformando nuestra manera de percibir y sensibilizarnos ante el mundo.
Emociones infantiles: cambiantes e intensas
Las emociones, durante la infancia, tienen ciertas peculiaridades: sobre todo su versatilidad (pueden pasar de una emoción a otra con relativa facilidad), su intensidad (la emoción les invade por completo) y su sencillez (la complejidad emocional se va desarrollando con la experiencia).
Las emociones están íntimamente relacionadas con el temperamento, una serie de conductas innatas en respuesta a los estímulos del medio. En psicología, distinguimos tres temperamentos básicos: difícil, lento y fácil, en función de una serie de variables como la cantidad de movimientos, la regulación del sueño, la comida y la excreción, el grado de distracción, la respuesta a la novedad, la adaptación a los cambios del medio, la cantidad de tiempo que el niño dedica a una actividad, el umbral de sensibilidad, la intensidad de reacción y el estado de ánimo general.
El temperamento es la parte biológica de la personalidad. Este permanece estático y estable durante el desarrollo madurativo.
Los hermanos se parecen entre sí más que dos personas sin un vínculo socioafectivo. No obstante, las diferencias más destacadas entre ellos son aspectos que dependen del temperamento. Precisamente por eso, en el entorno familiar, diferencias en los rasgos de temperamento van a influir en la naturaleza de las relaciones que tengan.
La ‘utilidad’ de las discusiones
Aunque las discusiones infantiles pueden llegar a crear un clima familiar incómodo, tienen su utilidad: permiten a los niños identificar qué es lo que les enfada, aprender a poner límites y desarrollar estrategias de gestión de problemas, entre otras cosas.
Asimismo, forman parte de un proceso de aprendizaje en el que se transmiten y establecen las normas sociales. Estas permiten al niño comprender la realidad en los diferentes contextos en que se mueve.
Las aptitudes que se obtienen como resultado de estas situaciones infantiles les serán de utilidad para favorecer el desarrollo emocional, la interacción social y la gestión de dificultades en la vida adulta.
Predicar con el ejemplo
Entre las cosas que los padres y las madres pueden hacer para que este proceso de maduración se desarrolle de la manera más productiva posible, una, que puede resultar obvia, marca la diferencia: actuar ante los hijos de la manera en la que nos gustaría que ellos actuaran cuando se relacionan entre sí.
Es lo que en el ámbito científico defiende la teoría del aprendizaje social del psicólogo canadiense Albert Bandura, que señala que los seres humanos aprendemos de la observación de otras personas a las que denominamos modelos.
El cerebro infantil
Es posible que observar a los adultos que los rodean no sea suficiente para que los niños adquieran estrategias para la resolución de conflictos. Es imprescindible conocer unas pinceladas sobre el cerebro infantil para poder entender algunas de sus conductas y reacciones.
La neurociencia evidencia que la parte emocional del cerebro, es decir, la que se encarga de las emociones, está completa desde el nacimiento. En cambio, la parte racional, cuyo papel fundamental es la selección de la conducta, la autorregulación y el autocontrol, acaba de desarrollarse alrededor de los 20 años.
Es decir: los niños tienen muchas emociones, pero nadie que las controle.
El rol de los padres: la educación emocional
Es posible que los niños no tengan suficientes estrategias como para resolver sus problemas solos. En estos casos, es importante que los padres actúen como mediadores ofreciéndoles pautas para que, poco a poco, las vayan integrando en su repertorio conductual y terminen siendo capaces de gestionar los problemas por sí mismos.
Algunas cuestiones a tener en cuenta en esta mediación son:
- Mantener la calma. Es importante que los padres actúen como modelos de los hijos. Por tanto, mantener una actitud calmada ayudará a los niños a establecer patrones de regulación emocional y conductual adecuados.
- Dar tiempo a los niños para que la parte emocional se calme y la parte racional se ponga al mando. Las personas adultas, cuando experimentan una emoción muy intensa (sobre todo si es negativa), también necesitan un momento para autorregularse emocionalmente.
- No posicionarse por ninguno de los hijos.
- Validar emocionalmente: aceptar las emociones de los niños, sin juicios. Aunque las emociones sean negativas, evitar cambiarlas rápidamente; es positivo que los niños experimenten todo tipo de emociones.
- Etiquetar las emociones. Es necesario que los niños identifiquen y entiendan qué emoción están sintiendo para, posteriormente, poder regularla.
- Fomentar la empatía: “¿Cómo crees que se siente ahora tu hermano?”.
- Potenciar la comunicación asertiva. Los momentos de conflicto son claves para determinar qué es lo que no está funcionando en la relación. Es imprescindible comunicarse asertivamente, es decir, tener la capacidad de expresar los propios sentimientos y necesidades con claridad sin faltar al respeto ni menospreciar al otro.
No obstante, es posible que se den situaciones en las cuales los padres deban intervenir directamente (discusiones violentas, abusos entre hermanos…). En estas situaciones es importante mantener la calma, separarlos y esperar a que ambos integren las emociones que están sintiendo para, posteriormente, poder aplicar las estrategias comentadas anteriormente.
Alejandro Cano Villagrasa, Profesor en el Grado de Logopedia y Psicología, Universidad Internacional de Valencia y Nadia Porcar Gozalbo, Logopeda, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.