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Por Álvaro Bustos González.
Quizá sin la presencia de Sócrates en la historia del pensamiento, la vida de los estoicos no hubiera tenido los matices de inteligencia y sensatez que los caracterizaron. Aquella máxima socrática de que los filósofos deben cuidar el alma del mismo modo que los médicos cuidan el cuerpo, enseñó que la noción de alma tiene que ver en esencia con el funcionamiento de la mente, con el raciocinio y con las creencias, y no con una idea vagamente espiritual sin encarnadura ni propósitos. Para Epicteto, por ejemplo, la excelencia del carácter, en el contexto socrático, se halla en el ser virtuoso, cuyos perfiles enmarcaba en cuatro pilares fundamentales: sabiduría, sentido de la justicia, valor y moderación, para terminar aceptando que, para los estoicos, que se distinguen por su imperturbabilidad ante las contingencias de la vida, una existencia bienhechora y feliz es aquella que se desarrolla en concordancia con la naturaleza.
Según los estoicos, lo único que podemos controlar, es decir, lo único que depende de nosotros, son nuestros juicios, impulsos y deseos, y por eso no tiene sentido preocuparse por lo ajeno, sean perjurios o maledicencias, porque el difamador, en términos filosóficos, no tiene ética y por tanto no es digno de atención. Como herencia de Sócrates, los estoicos consideraban que la abundancia de riquezas materiales se constituía en algo inútil y, a veces, despreciable. No se referían al dinero que garantiza la supervivencia, sino a aquel individuo que piensa que su sola posesión implica una vida dichosa, como si todo el concepto aristotélico de bondad y felicidad cupiera en sus bolsillos, no entendiendo que ese estado de gracia es la consecuencia de la labranza del alma, fecundada por razonamientos y criterios generosos que serían el sustento de un espíritu virtuoso.
Mas no basta con el alma proba. La falibilidad humana es inevitable. De ahí que Antípatro, un estoico anterior a Epicteto, a sabiendas de que ni siquiera el esfuerzo y la correcta voluntad pueden predecir los resultados de nuestros actos, haya resuelto explicarlo con una alegoría del tiro con arco, afirmando que un arquero experto también yerra, porque el viento, no sujeto a nuestros anhelos, puede desviar la flecha.
Quedan Marco Aurelio y Séneca. Ambos elogiaron el valor pedagógico de la adversidad y la importancia de la prudencia; ninguno desestimó la virtud de la impavidez, de no dejarse arrastrar por las provocaciones. Fueron unos sabios como para nuestro tiempo.
El Dr. Álvaro Bustos González es especialista en Pediatría. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad del Sinú y Presidente del Capítulo de Córdoba de la Academia Nacional de Medicina