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La universidad colombiana es parte de esta revolución y debe liderarla.
Por Carlos Corredor Pereira
La mayoría de los autores coinciden en el hecho de que la educación desde la cuna hasta la tumba, concepto que ha venido ganando amplia aceptación, es fundamental para el desarrollo económico de una nación, la movilidad social y la incorporación al trabajo. Pero tenemos que darnos cuenta de que, contrario a la inmediatez del pensamiento que nos caracteriza, esto es un lento proceso que puede durar años, décadas y aún siglos y que no se logra por la vía de aprobación irreflexiva de leyes y decretos impulsados por gobiernos transitorios que buscan réditos políticos.
El desarrollo económico ha estado siempre ligado a grandes cambios de paradigmas culturales que se dan como consecuencia de la adquisición de nuevos conocimientos. Estos cambios culturales han sido pocos en la historia y según diferentes autores se pueden resumir en las así llamadas revoluciones científicas. La primera fue la Revolución del Conocimiento. A ella le siguió un poco más de cuarenta milenios más tarde la Revolución Agrícola. Dos y medio milenios más tarde ocurre la Revolución Industrial y apenas doscientos años después aparece lo que algunos han llamado la Revolución del Transistor. Cada una de estas revoluciones se basó en descubrimientos que produjeron conocimiento nuevo a lo largo de períodos más o menos largos y que cambiaron radicalmente la cultura, la economía y las relaciones políticas de la sociedad humana.
La Revolución del Conocimiento es una interesante propuesta de Harari en su libro “De animales a dioses”. De acuerdo con esta propuesta, un grupo del género Homo que comprendía desde el Homo erectus hasta el Homo habilis se diferencia del resto del género cuando es capaz de organizarse, de comunicarse y de pensar, de planificar el futuro, de reconocer la enfermedad y la muerte, convirtiéndose así en Homo sapiens.
Esta transición pudo haber abarcado milenios y, de alguna manera, podríamos pensar que corresponde al relato bíblico de Adán comiendo de la fruta del árbol del bien y del mal que también se ha identificado como el árbol del conocimiento. La siguiente revolución comienza con la observación de que ciertas plantas de gran capacidad nutricional podían ser cultivadas en regiones con condiciones especiales. Esto permitió que una tribu se asentara en un lugar y que la vida azarosa de los cazadores-recolectores se fuera volviendo menos difícil al tener asegurada la comida. Este fue el principio de la civilización como hoy la conocemos.
Pero tuvieron que pasar 25 siglos antes que ocurriera el siguiente gran cambio, la Revolución Industrial. Su esencia inicialmente fue la sustitución de la fuerza de los músculos humanos y animales por la fuerza del vapor de agua y posteriormente por otras fuentes de energía. Esta revolución comienza en Inglaterra con motores propulsados por vapor de agua generado en calderas calentadas con carbón.
Primero movió los telares abaratando la producción de telas, paños, ropas y demás. Posteriormente se aplica al transporte: los trenes a vapor mueven la economía. A esta revolución se unen rápidamente Francia y Alemania. España y los países iberoamericanos simplemente no lo hacen y se crea nuestra dependencia de los que lideraron la Revolución Industrial y de los que pronto se unieron a los primeros. Finalmente, hoy vivimos en otra revolución que es la Revolución de la Información basada en el invento del transistor y de la miniaturización de los componentes electrónicos. Esta revolución apenas tiene 60 años pero ya ha cambiado la manera de vivir y ha hecho de la Tierra una aldea global donde todos se pueden comunicar y, lo más importante, aprender unos de otros y trabajar fuera de las oficinas.
La universidad colombiana es parte de esta revolución y debe liderarla.
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Vicerrector de la Sede Cúcuta, de la Universidad Simón Bolívar. Químico con máster en Ciencias de la Bioquímica Médica. Ph.D. en Bioquímica.