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Daniel Maeso Miguel, Universidad de Oviedo

 

Existen más virus que estrellas en el universo. Para hacernos una idea de la cantidad tan ingente que hay, cualquiera que lea este artículo lo hará sentado encima de más de 800 millones de virus.

Estos diminutos agentes infecciosos llevan entre nosotros desde mucho antes que surgiéramos como especie. Y aún no se ha cerrado el debate sobre su aparición en la Tierra: ¿son anteriores a las bacterias, o se encuentran a caballo entre éstas y las células eucariotas?

No lo sabemos aún, pero lo que sí tenemos claro es que durante estos dos últimos años han estado en boca de todos. Es prácticamente imposible encender la televisión, leer el periódico o entrar en un bar sin escuchar la palabra “virus”.

 

Virus reconvertidos en terapia

Los virus son muy diferentes unos de otros, y pueden infectar tanto a células humanas como a bacterias e incluso plantas, generando un sinfín de enfermedades. ¿Quién no ha cogido un resfriado o una gripe y ha tenido que pasar unos días sin moverse de la cama?

La historia de los virus ha ido en paralelo a la historia del desarrollo de la medicina moderna. Tanto es así que nada ha generado esfuerzos globales y unitarios tan masivos como el de obtener protecciones frente a ellos: las vacunas.

Además, en nuestra historia reciente hemos conseguido otro hito con respecto a los virus. Gracias a la ciencia hemos sido capaces de darle la vuelta a la tortilla y transformar lo que a priori es un agente maligno en su némesis: un fármaco.

 

La terapia génica

Existen enfermedades causadas por errores en el genoma, entre ellas ciertos cánceres. Estos errores o mutaciones hacen que un gen deje de ser funcional dentro de las células, impiden que lleve a cabo su trabajo y generan diversos problemas que culminan en patología.

La terapia génica se encarga de tratar este tipo de enfermedades. La idea detrás de esta estrategia terapéutica es bastante sencilla: si la función de un gen ha sido abolida, ¿por qué no transportar dentro de las células una copia del gen bueno, el funcional? De esta forma podrían recuperarse y seguir cumpliendo su misión.

La cuestión es cómo hacerlo. El primer obstáculo que nos encontramos en nuestro viaje hacia el núcleo de la célula, donde se almacena la información genética, es la membrana plasmática, una envoltura que retiene y a la vez protege todos los componentes celulares.

Para atravesarla sin que nuestro gen sufra ningún daño se pueden usar vesículas lipídicas, que debido a su naturaleza se integran en la membrana, liberando su contenido hacia el interior. Otra posibilidad es utilizar descargas eléctricas que generen poros transitorios sobre la superficie celular.

Sin embargo, ¿no sería mucho más económico aprovecharse de un mecanismo ya existente en la naturaleza? ¿Uno que hace exactamente eso: introducir material genético dentro de las células humanas? Nos referimos, claro, a los virus.

Shutterstock / CI Photos

 

Los virus como vehículo

Los virus son capaces de infectar a las células humanas e introducir en ellas su genoma. Usan la propia maquinaria de la célula hospedadora para replicarse y poder así infectar a las células cercanas, expandiéndose hasta que el sistema inmunitario del organismo sea capaz de eliminar esta nueva estirpe vírica.

Gracias al avance de la ingeniería genética, los científicos han sido capaces de modificar el genoma de los virus y cortarles las alas. Es decir, transformarlos para que puedan infectar pero no replicarse.

Y no solo eso, sino que también se ha logrado que estos agentes puedan llevar en su interior el gen que uno desea, sin que despierten al sistema inmunitario y se generen reacciones adversas. Así es como se ha conseguido que desempeñen las funciones de un taxi, un tren o un autobús transportando pasajeros (fármacos) al destino que uno elija.

 

Distrofia retiniana y niños mariposa

Gracias a estos avances se pueden tratar enfermedades que antes no tenían cura, como es el caso de la distrofia retiniana hereditaria, la cual genera pérdida de visión en niños y adultos debido a mutaciones en el gen RPE65. Mediante una inyección, el virus modificado que contiene una copia funcional de este gen viajará hasta las células de la retina, infectándolas y depositando en su interior la copia efectiva.

Otro ejemplo muy reciente son los ensayos clínicos que se están llevando a cabo para tratar una serie de heridas abiertas que aparecen por todo el cuerpo de los denominados niños mariposa. Estos pacientes carecen del gen del colágeno VII y, gracias al virus del herpes simple de tipo I modificado, se puede transportar el gen funcional a las células de la piel, consiguiendo que heridas que llevaban años abiertas se cerrasen.

Actualmente, las enfermedades que se pueden tratar con terapia génica se cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo, necesitamos muchos dedos para contar la cantidad de ensayos clínicos que se están llevando a cabo con la esperanza de que algún día estas terapias puedan llegar a las salas de un hospital.

La respuesta inmunitaria hacia el propio tratamiento, la especificidad del fármaco y su administración son los principales retos que dificultan la progresión de estos ensayos y el acercamiento de la terapia génica a los pacientes.

La ingeniosa idea de transformar un agente causante de enfermedades en otro que las cura ha logrado devolver la función a órganos que habían olvidado cómo trabajar. Ha dado esperanza a pacientes cuyas opciones terapéuticas eran escasas y ha conseguido mejorar sus condiciones de vida.

Con tiempo, esfuerzo e inversión económica, esta picaresca inherente a la ciencia ayudará a solventar diversas enfermedades.


Este artículo fue finalista en la II edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.The Conversation


Daniel Maeso Miguel, Doctorando en biomedicina y oncología molecular, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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