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Por Pablo Rosselli-Cock.
El proceso de inmunización contra el COVID 19 en Colombia permitió ver la naturaleza inconforme del ser humano. Aunque muchos demostraron civismo con el aislamiento, el distanciamiento, el uso de tapabocas y la asignación de vacunas de acuerdo a la edad y los factores de riesgo, otros mostraron una faceta desconfiada, negativista, poniendo peros, como si nada les dejara satisfechos.
Cuando por fin la industria farmacéutica sacó al mercado la vacuna, en un tiempo record, se criticó hasta la saciedad la lentitud en la contratación y en la compra, así como el déficit en pruebas diagnósticas.
Posteriormente, los medios de comunicación le dieron palo al Ministerio de Salud por la demora en la llegada y aplicación de las dosis y hacían cálculos desalentadores de que las vacunas llegarían al país en el 2022. Simultáneamente, las personas mayores, los más susceptibles a complicarse y a morir, se quejaban por las medidas de aislamiento que el gobierno les exigía. No entendieron que, así pareciera una medida medieval, lo que ellos llamaron “vulneración del derecho a la libre movilización”, era la manera más eficiente de evitar ser contagiados mientras que no hubiera disponible una inmunización efectiva.
Adicionalmente, algunas personas decidieron sin mayor fundamento científico, que unas son mejores que otras. ─A mi denme Pfizer, no quiero la china. ─ se oía decir en los centros de vacunación. Incluso, se llegó a criticar a quienes optaron por viajar a los Estados Unidos en la búsqueda de una vacuna.
Entretanto los movimientos antivacunas y las movilizaciones por el paro empeoraban el panorama de contagios colectivos. Eso sí, las críticas al respecto no fueron lo suficientemente contundentes y en donde, a mi modo de ver, no hubo un periodismo responsable.
Ahora que estamos a punto de iniciar la inmunización de los menores de 18 años y la aplicación de las segundas dosis en ciertos grupos etarios, a un inconforme con ánimo de protagonismo le pareció ético saber cuánto le costó al país cada vacuna. Esto no representa un problema si no es porque de paso se incumplen las cláusulas de confidencialidad exigidas por el laboratorio y pone en riesgo la negociación de más vacunas.
Es claro que la ignorancia, las noticias falsas, los intereses políticos, el amarillismo de los medios de comunicación, la incapacidad de reconocer los esfuerzos gubernamentales y médicos, más la atávica costumbre de dudar de todo nos impiden tener una visión más optimista y comprensiva a la hora de afrontar este complejo momento histórico.
En últimas, la crítica y la insatisfacción constructiva fortalecen y permiten escoger el camino más adecuado para crecer, progresar y superar las circunstancias adversas. De lo contrario, al poner el palo en la rueda porque sí, o porque no, evita que se avance y conduce a decisiones ineficaces y retardatarias. ¿Y quién pierde?
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Columna de opinión El Meridiano de Córdoba. 14/08/2021