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GOTAGÜE
Autora: Linda Pongutá
Gotagüe es una propuesta escultórica para el espacio público que utiliza como material principal tanques de oxígeno empleados en clínicas y hospitales durante la pandemia de COVID-19. Estos objetos, esenciales en la atención de pacientes con afecciones respiratorias, se transforman aquí en vestigios materiales de una lucha por preservar la vida en medio del desastre. La instalación se compone de un conjunto de esculturas distribuidas en el parque contiguo a la biblioteca, que por su disposición parecen formar un sistema de organismos dispersos. Aunque separadas, las piezas mantienen entre sí una proximidad que las convierte simbólicamente en conductos por donde fluiría una misma sustancia vital.

Los tanques se agrupan y modifican: abiertos con maquinaria pesada y soldados con bronce, adoptan formas que evocan órganos, raíces, anidaciones de insectos como termiteros o cuerpos vivos detenidos en plena mutación. Las cavidades interiores, ahora abiertas a la intemperie y revestidas en bronce, funcionan como canales y receptáculos vacíos. Las piezas evitan el gigantismo: en lugar de conmover por escala o dificultad técnica, construyen un paisaje a recorrer, que exige atención al detalle, a la forma artesanal de su construcción y al acabado de su soldadura, que semeja tejido cicatrizado.
Con el paso del tiempo, la lluvia y la humedad del ambiente provocarán transformaciones químicas en los metales: el bronce se oxidará, pasando del dorado al verde azulado —un proceso que puede tardar entre tres y ocho años—; el hierro pulido, expuesto al aire, adquirirá un tono naranja cobrizo. La obra se activa como un artefacto de cambio: una forma viva, pausada y persistente, que registra en su piel el paso del tiempo y las condiciones del entorno. El tiempo, en su transcurrir inevitable, contiene en sí mismo la semilla de la vida y de la desaparición.
Esta escultura reconoce ese ciclo y lo incorpora como una poética de la transformación, si no un deterioro, una reconfiguración activa y visible: el aire, el agua y la luz alteran la materia, reorganizan su química y revelan, en su superficie cambiante, la belleza silenciosa del tránsito. Los ciclos del agua y la oxidación, normalmente invisibles, se revelan aquí como una respiración prolongada de la tierra. En este sentido, Gotague se plantea como un puente que une metafóricamente distintas escalas de sistemas respiratorios: el del cuerpo humano representado por los tanques, el de la ciudad por su dimensión monumental, y el del planeta por su relación con la química atmosférica.
Los cuerpos metálicos de la instalación no descansan sobre bases ni estructuras externas; emergen directamente de la tierra, como si fueran extensiones minerales del paisaje. Esta conexión subterránea, que anula la frontera entre escultura y suelo, remite a los procesos de descomposición de la materia orgánica que permiten el renacimiento de la vida. Así como la oxidación señala transformación y no pérdida, el hundimiento de estas piezas en el terreno sugiere continuidad con los ciclos naturales: morir, transformarse, alimentar, renacer. La obra se vuelve una alegoría física del metabolismo del mundo, donde cada cuerpo, incluso inerte, forma parte de una red persistente de intercambio y renovación. Los tanques de oxígeno, testigos de la tragedia y la labor médica, cumplen ahora una función alegórica al recordarnos que la vida y la muerte son partes del mismo proceso, el cual requiere dignidad y cuidado compartido para ser sobrellevado de forma humanitaria.
La decisión de utilizar elementos de tecnología médica como materia constructiva alude a la posición del pensamiento científico frente a la enfermedad y su relación con la naturaleza. Los tanques de oxígeno, que antes simbolizaban la precisión de los procesos médicos, se ven ahora modificados por el aire, la humedad y la polución, proponiendo una metáfora sobre la necesidad de reconciliar ciencia y medio ambiente. Durante la pandemia, el frágil apoyo al personal asistencial en muchos países y la densidad urbana de algunos epicentros facilitaron la propagación del virus, revelando que la salud no es solo una cuestión médica, sino una pregunta sobre cómo habitamos colectivamente los ecosistemas. Desde una perspectiva más amplia, la enfermedad no siempre debe entenderse como una anomalía a eliminar, sino como parte de un sistema autorregulado que también sostiene la vida. Intentar erradicar todos los agentes patógenos es una lucha sin fin; lo sensato es estabilizar el entorno humano —la contaminación, la sobrepoblación— para que nuestra relación con el mundo natural sea más equilibrada.
Gotagüe es un vocablo muisca que puede traducirse como “ser gota”. Así como las estructuras de esta obra se alteran con la humedad del aire, también los seres humanos somos materia en cambio constante, química en movimiento. La oxidación lenta de los elementos en interacción no es distinta a los procesos que atraviesan nuestros cuerpos antes y después de la enfermedad, o incluso de la muerte. Sin embargo, es este proceso el que también mantiene la vida al permitir la transformación de la energía. Gotagüe se instala como una memoria del esfuerzo silencioso y constante del sector salud: el goteo, metáfora del paso del tiempo, recuerda la resistencia noble del trabajo diario: una fuerza que, como el agua, puede desgastar la piedra más dura y, gota a gota, abrir camino, formar cauces, sostener la vida.
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