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OBRA SIN TÍTULO
Autor: Leonel Castañeda Galeano
La pandemia de COVID-19 fue un acontecimiento que marcó profundamente nuestro presente y transformó a la sociedad en su conjunto. Aunque las epidemias han sido un fenómeno recurrente en la historia, el mundo globalizado convirtió a este virus en una experiencia simultánea a escala mundial. Desde la ciencia, el cuerpo médico enfrentó limitaciones estructurales e infraestructuras hospitalarias desbordadas, así como condiciones laborales adversas. Durante más de dos años, miles de profesionales estuvieron expuestos al riesgo, aislados de sus familias, entre la angustia y la esperanza de sobrevivir. Aun así, se mantuvieron firmes, impulsados por una entrega total a sus profesiones y por un compromiso inquebrantable con el servicio y el cuidado de la vida.

En este contexto, la memoria —a diferencia de la historia, que registra los hechos— es un dispositivo vivo que se activa cuando los seres humanos se conmueven: en la mirada de quien observa, en la resonancia de quien escucha, en el tacto de quien toca. Es una acción que construye, nutre y moviliza; un elemento de cohesión social que permite compartir emociones profundas y colectivas.
El arte, en ese mismo sentido, posee la capacidad de sensibilizar y conmover a partir de la activación emotiva de las experiencias vividas. En mi proceso como artista, exploro la potencia de lo vulnerable como posibilidad de transformación. Mi trabajo reúne un conjunto creciente de obras en diversos medios, que articulan materiales y correspondencias simbólicas. A través de esta articulación, propongo diálogos plásticos y temporales donde el acontecimiento, la norma y la diversidad coexisten como estrategias para hacer(se) cuerpo. Acercar lo distante, establecer conexiones de sentido, propiciar reflexiones y reacciones conmovedoras en torno al cuerpo y su fragilidad es también una forma de despertar respuestas intensas y aproximaciones sensibles al presente que compartimos.
Como resultado de este diálogo y de estas conexiones surge la presente propuesta: una invitación a activar los sentidos, interpelar vivencias y ofrecer un espacio de reconocimiento colectivo a través del arte. Porque recordar también es una forma de cuidar.
Esta propuesta escultórica plantea dicha unidad a través de una síntesis de cuerpos representados mediante siluetas que evidencian la tensión entre la ausencia y la presencia, aludiendo a quienes estuvieron, a quienes resistieron y a quienes partieron. Se trata de cinco piezas metálicas a escala sobredimensionada, dispuestas con una separación de dos metros entre sí, retomando la normatividad de distanciamiento físico que rigió durante la pandemia. Esta disposición no solo evoca una medida sanitaria, sino que transforma esa distancia en un símbolo de cuidado, respeto y resistencia. Una distancia que, paradójicamente, fue asumida por el cuerpo médico como una expresión de protección, con la esperanza de preservar en el futuro los vínculos y la cercanía.
Cada pieza de la escultura establece una relación directa con el entorno a través del juego con la luz natural. Los vacíos en su estructura permiten que la luz las atraviese, proyectando sombras sobre el suelo. Así, las siluetas de los cuerpos representados se vuelven transitorias y cambiantes según el movimiento del sol, evocando la fragilidad de la vida, la huella del paso del tiempo y la naturaleza efímera de la presencia.
Este monumento se propone, entonces, como un acto de memoria a través del lenguaje del arte: un gesto de reconocimiento hacia quienes enfrentaron el límite entre la vida y la muerte, hacia ese cuerpo colectivo que sostuvo a la sociedad en su momento más frágil.
Su emplazamiento en el espacio público —específicamente en el polígono de la Biblioteca Pública Virgilio Barco— permite una interacción constante con la ciudadanía. A diferencia del museo o de los espacios privados para el arte, este lugar de circulación masiva genera dinámicas abiertas y cotidianas de apropiación.
La comunidad puede otorgar nuevos significados a la obra, vincularse con ella desde lo sensible, recorrerla, atravesarla, tocarla. Esta posibilidad de contacto resignifica el aislamiento que alguna vez nos fue impuesto y que fue, precisamente, el contexto en el que el cuerpo médico asumió su labor con entereza. Mantener activa la presencia simbólica de esos cuerpos mediante esta propuesta es una manera de recordar lo que sucedió, de visibilizar a quienes se mantuvieron firmes frente a la descomunal fuerza de la pandemia y, sobre todo, de asumir colectivamente que su sacrificio hizo posible que muchos pudiéramos continuar con nuestro propio tránsito.
Así, esta obra se ofrece como un espacio de encuentro entre memoria, arte y comunidad: un lugar donde lo vivido no se clausura, sino que se transforma en una presencia que persiste.
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