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OBRA GANADORA – “UMBRAL”
Autor: Carlos Castro Arias
Umbral es una herida en el espacio. Una presencia contundente que se impone en el paisaje urbano como un grito silente, como una memoria suspendida en el tiempo. Su estructura parte de un símbolo que el mundo entero reconoce: la cruz roja. Un emblema concebido para proteger la vida en los escenarios más hostiles —la guerra, la catástrofe, la enfermedad— y que, desde sus orígenes, evoca la presencia del personal médico encargado de dar auxilio, neutralidad, humanidad.
La obra toma esta cruz, la descompone, la fragmenta, la vuelve vulnerable. Las más de 50 barras de acero que la conforman —dispuestas horizontal y verticalmente— ya no forman un signo perfecto. Son vestigios de un equilibrio quebrado, ecos de un sistema tensionado por el peso de lo irremediable. Cada barra se convierte en un pilar, una vértebra dentro de una columna rota pero aún erguida. Juntas, sostienen un bloque de piedra monumental, de más de cinco toneladas, que simboliza la inmensa carga emocional de la presencia del Coronavirus que debió cargar el personal médico durante los días más inciertos de la pandemia.
Ese bloque de piedra no es abstracto: es una lápida suspendida, una masa muda que representa todo lo que no pudo decirse. Lo que no se lloró en su momento. Lo que se sostuvo sin tregua ni descanso. Cada barra lleva grabado el nombre de un médico o personal de la salud que perdió la vida cumpliendo su deber. No son números. No son estadísticas. Son nombres reales, vidas concretas, rostros que dejaron una huella profunda en sus comunidades. Inscribir sus nombres en el cuerpo de la obra es un acto de recuperación y de resistencia frente al olvido. Es también un homenaje a sus familias, que cargan aún con una ausencia que no se puede medir.

La dimensión misma de la pieza —más de ocho metros de altura y casi siete de ancho— transforma el vacío en monumento. Su escala obliga al espectador a detenerse, a levantar la vista, a reconocerse pequeño frente a la historia que representa. Es un espacio que interpela, que contiene y abraza, pero que también exige atención. Es un lugar donde el tiempo se espesa, donde cada paso alrededor del monolito es una forma de respeto.
En un mundo que rápidamente gira la página, que entierra lo incómodo, Umbral se alza como un punto fijo. Un eje de gravedad emocional en el corazón de la ciudad. Su lenguaje es el de los cuerpos ausentes, pero también el de los que todavía sostienen. Porque hay cargas que no se olvidan. Porque hay nombres que, aunque ya no estén, siguen de pie entre nosotros y por
nosotros.
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