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Por Álvaro Bustos González
En un tiempo propicio para las reflexiones, transcribiré unos breves fragmentos de dos autores de renombre, ahora que parecen prevalecer los caprichos sobre las razones y las percepciones por encima de las realidades.
De Stefan Zweig, en El mundo de ayer: “¿Qué significa cultura sino obtener de la tosca materia de la vida, a fuerza de halagos, sus ingredientes más exquisitos, más delicados y sutiles a través del arte y del amor?”
De Natalia Ginzburg, en Las pequeñas virtudes: “La verdadera defensa ante la riqueza es la indiferencia ante el dinero”. “El dinero que damos a nuestros hijos, deberíamos dárselo sin motivo; deberíamos dárselo con indiferencia, para que aprendan a recibirlo con indiferencia; y deberíamos dárselo no para que aprendan a amarlo, sino para que aprendan a no amarlo, a comprender su verdadero carácter, y su impotencia para satisfacer los deseos más auténticos, que son los del espíritu”.
“En realidad, para un niño, la escuela debería ser desde el principio la primera batalla que debe enfrentar solo, sin nosotros; desde el principio debería quedar claro que es un campo de batalla suyo, donde nosotros no podemos prestarle más que una ayuda ocasional e irrisoria. Y si en él sufre injusticias o es incomprendido, es necesario hacerle entender que no tiene nada de raro, porque en la vida tenemos que esperar ser continuamente incomprendidos e ignorados, y ser víctimas de injusticias, y lo único que importa es no cometer injusticias con nosotros mismos”. “Nuestros hijos deben saber que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos”. “Lo que debemos realmente apreciar en la educación es que a nuestros hijos no les falte nunca el amor a la vida”. “La única verdadera salud y riqueza del hombre es una vocación”.
Exacto. Una vocación, esa inclinación por un oficio o un arte que se ejerce con un rigor voraz y persistente, sin condiciones, para alcanzar, en la medida de lo posible, cierta pericia o cierta lucidez, a sabiendas de que ningún conocimiento es abarcable en términos absolutos y de que ningún esfuerzo, por meritorio que sea, nos va a eximir de la modestia y de la duda. Esa vocación debe servirnos para distinguir entre un plan de estudios fundamentado y unos anexos técnicos (un requisito burocrático en cuyas cuadrículas y papeluchos no cabe la formación integral de nadie), para entender que en la morada del saber no valen los ardides ni la mezquindad.
Fuente: El Meridiano

El Dr. Álvaro Bustos González es especialista en Pediatría. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad del Sinú y Presidente del Capítulo de Córdoba de la Academia Nacional de Medicina